Capítulo 35
Estaba lloviendo cuando salió del edificio, y el cielo tenía un sucio y mate color de esmeril.
Los soldados, en la plaza, habían buscado refugio en sus barracas, y las calles estaban desiertas.
No había vehículo alguno a la vista, y Scarlett comprendió que tendría que efectuar a pie el largo trayecto hasta su casa.
El efecto del coñac se disipaba conforme proseguía su caminata. El frío viento la hacía estremecerse y las heladas gotas parecían penetrar como puntas de agujas en su cara.
La lluvia no tardó en calar la fina capa de tía Pitty, formando espesos pliegues mojados sobre su cuerpo. Sabía
que el vestido de terciopelo iba a quedar hecho un guiñapo y, en cuanto a las plumas de gallo del sombrero, estaban ya tan caídas y despeinadas como cuando su verdadero propietario las ostentaba en el encharcado gallinero de Tara.Los ladrillos de las aceras estaban rotos o bien habían desaparecido completamente. En esos trozos, el barro le llegaba hasta el tobillo y los zapatitos de Scarlett se quedaban pegados en él como sí fuese goma, hasta desprendérsele de los pies. Y cada
vez que se inclinaba para ponérselos de nuevo el borde de su falda se metía en el barrizal.Ni siquiera trataba ya de evitar los charcos, sino que pasaba por ellos resignadamente, arrastrando tras
ella la pesada falda. Sentía cómo el refajo y los largos pantalones, empapados también, se le agarraban a los tobillos, pero ya no le importaba dejar inservibles las ropas en las que tantas esperanzas había cifrado.Estaba helada, descorazonada y desesperada. ¿Cómo podía regresar a Tara y verse con los suyos después de sus optimistas promesas? ¿Cómo decirles que todos tenían que irse adonde pudiesen? ¿Cómo podría dejarlo todo, los rojos campos, los altos pinos, las oscuras tierras de fondo pantanoso, el silencioso y pequeño cementerio en donde yacía enterrada Ellen a la sombra de los cedros?
El odio que sentía por Rhett abrasaba su corazón mientras avanzaba con esfuerzo por el resbaloso camino. ¡Qué ser más despreciable era! Esperaba de corazón que lo ahorcasen, para no tener que encontrarse nunca frente a frente con quien había presenciado su vergüenza y su humillación.
Claro está que él hubiera podido sacar el dinero si hubiese querido. ¡Oh, ahorcarlo era poco! Gracias a Dios, no podía verla ahora, con los vestidos chorreando, el pelo deshecho en mechones y castañeteando los dientes. ¡Qué horrible debía de estar, y cómo se hubiera reído él!
Los negros junto a quienes pasaba le dirigían insolentes sonrisas y se reían entre ellos después, mientras ella tropezaba y resbalaba en el lodo, deteniéndose con fatigosa respiración para calzarse nuevamente el zapato. ¿Cómo osaban reírse esos negros simios? ¿Cómo se atrevían a mirar insolentemente a Scarlett O'Hara, de Tara?
Habría de vivir lo bastante para verlos azotados hasta que la sangre corriese por sus espaldas. ¡Qué seres absurdos eran los yanquis al dejarlos libres para
que tomaran chacota a los blancos!Conforme descendía la calle Washington, la perspectiva se hacía tan desolada como su propio corazón. Nada había en ella de la animación y alegría que había observado en la calle Peachtree.
Muchas bellas casas se levantaban antes en la calle Washington pero pocas estaban reconstruidas ahora.
Ahumados cimientos y solitarias chimeneas negras (conocidas por el nombre de «centinelas de Sherman») aparecían con desoladora frecuencia. Senderos en los que ya crecía la hierba
conducían a lo que habían sido magníficas mansiones, a viejos jardincillos que Scarlett conocía tan
bien, cubiertos ahora de hierbas secas, a peldaños para subir a los carruajes que ostentaban nombres tan familiares para ella, a postes para atar los caballos que jamás volverían a sentir el abrazo de las
riendas.
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Lo Que El Viento Se Llevo
RomanceUna novela clásica de la literatura norteamericana de la escritora Margaret Mitchell, que en 1939 fue llevada a la pantalla grande, para volverse inolvidable al ser protagonizada por la gran actriz Vivien Leight. Narra la vida de una bella sureña l...