Capítulo 31
Una fría tarde de enero de 1866, Scarlett estaba sentada en el despachito escribiendo a la tía Pitty una carta en la que le explicaba en detalle por qué ni Melanie ni Ashley podían volver a
Atlanta para vivir con ella.Escribía impacientemente porque sabía que la tía Pitty no leería más que las primeras líneas, y luego le escribiría otra vez diciendo: «¡Pero es que tengo miedo de vivir sola!»
Sentía las manos heladas, y se detuvo para frotárselas y para enterrar más los pies en el retazo de colchón viejo que los cubría. Las suelas de las zapatillas estaban casi inservibles, aun reforzadas con remiendos de alfombra.
Esa alfombrilla podía evitarle pisar el suelo, pero no era muy útil para conservar los pies calientes. Por la mañana, Will había llevado el caballo a Jonesboro para herrarlo. Y Scarlett pensaba sarcásticamente que las cosas habían llegado a tal extremo que a los caballos se les calzaba de nuevo y a las personas se las dejaba con los pies tan desnudos como los de un perro callejero.
Cogía la pluma para continuar escribiendo cuando sintió regresar a Will por la puerta de atrás. Oyó el golpeteo de su pata de palo en el pasillo cercano al despachito y en seguida Will se detuvo.
Scarlett aguardó un momento a que entrase, y, al ver que no lo hacía, lo llamó. El entró, con las orejas enrojecidas por el frío, el rojizo pelo en desorden, y se quedó mirándola con una sonrisa vagamente humorística en los labios.
—Señora Scarlett —preguntó—, ¿cuánto tiene usted exactamente en dinero contante y sonante?
—¿Va usted a tratar de casarse conmigo por mi dinero, Will? —preguntó ella algo irritada.
—No, señora; pero quisiera saberlo.
Le miró, intrigada. Will no parecía hablar en serio, pero era un hombre que jamás parecía hablar en serio. Sin embargo, percibió que se trataba de algo anormal.
—Tengo diez dólares en oro —dijo ella. Lo que queda del dinero del yanqui.
—Bien, señora; pero no basta.
—¿No basta para qué?
—Para la contribución —contestó él, y, renqueando hacia la chimenea, se inclinó y expuso sus coloradas manos al ardor de la lumbre.
—¿La contribución? —repitió ella—. ¡Por Dios santo! La contribución está ya pagada.
—Sí, señora. Pero dicen ahora que usted no pagó lo justo. Lo he oído hoy en Jonesboro.
—Pero, Will, no acierto a comprender... ¿Qué quiere decir?
—Señora Scarlett, puede usted estar segura de que me duele molestarla con más dificultades de las que ya tiene; pero es mi obligación decírselo. Dicen que usted debería pagar una contribución
mucho más alta de la que pagó. Han elevado la cuota que corresponde a Tara hasta las nubes..., más alta que ninguna otra en el condado.—Pero ¿cómo pueden hacerme pagar más impuestos cuando los he pagado ya?
—Señora, usted va poco a Jonesboro, y me alegro de que sea así. No es lugar para una señora, hoy en día. Pero, si fuese usted por allí, sabría que hay una cuadrilla de politicastros de distintas tendencias que recientemente se han hecho los amos de todo. Son capaces de volver loco a cualquiera. Y cuando los negros empujan a los blancos fuera de la acera y...
—¿Pero qué tiene esto que ver con las contribuciones?
—A ello voy, señora Scarlett. No sé por qué razón, han subido la contribución de Tara como si fuese una plantación que rindiese mil balas de algodón. Al oírlo, he ido recorriendo las tabernas para escuchar lo que se decía por allí, y he averiguado que alguien se propone comprar Tara en subasta judicial si usted no puede pagar los impuestos. Y todos están enterados de que usted no puede pagarlos. No sé todavía quién es el que tiene el antojo de quedarse con esto; pero tengo idea de que ese tipo, Hilton, que se casó con la señorita Cathleen, está enterado, porque se rió de un modo bastante sospechoso cuando traté de sondearle.
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Lo Que El Viento Se Llevo
RomanceUna novela clásica de la literatura norteamericana de la escritora Margaret Mitchell, que en 1939 fue llevada a la pantalla grande, para volverse inolvidable al ser protagonizada por la gran actriz Vivien Leight. Narra la vida de una bella sureña l...