Capítulo 10

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La comida con Saúl fue perfecta. Nos conocimos un poco más. Me di cuenta de que es una grandísima persona.

— ¿Qué película quieres ver? –me preguntó.

Después de comer nos vinimos a su casa.

— Pues me da igual, la verdad.

— Están echando Solo en casa.

— La película de mi infancia –dije sonriendo.

— Voy a por algo de comer.

— Has comido hace un rato, ¿ya tienes hambre? –pregunté riendo.

— Tú también tienes –contestó del mismo modo.

Al momento vino con varias bolsas de chuches, donuts, pipas, etc.

— ¿Pero qué tienes ahí? ¿La tienda entera? –él rió.

— Calla y come –dijo ofreciéndome un donut mientras se sentaba a mi lado.

Me empecé a sentir regular. Me sentía acalorada pero a la vez tenía frío. Comencé a tiritar.

— ¿Tienes frío? –preguntó preocupado. Le miré –. ¿Te encuentras bien? Estás pálida.

— No me encuentro muy bien –puso su mano en mi frente.

— Tienes fiebre –se levantó corriendo. Volvió con una manta, pastillas y un termómetro –. Toma, póntelo y tómate la pastilla.

— Gracias –le agradecí siguiendo sus órdenes.

Se sentó a mi lado, me acurrucó en su pecho y nos echó la manta por encima.
Minutos después me quedé dormida.

...

— Pequeña, despierta –susurró una voz.

Me desperté poco a poco.

— Hola –dije adormilada encontrándome la cara de Saúl a centímetros.

— ¿Cómo te encuentras? –me preguntó posando una mano en mi mejilla.

— Me duele un poco la cabeza, pero bien.

— Son las ocho, ¿te llevo a tu casa?

— Sí, te lo agradecería.

Me levanté y a los instantes me tambaleé. Saúl me sujetó.

— ¿De verdad que te encuentras bien? –preguntó preocupado –. Quédate a dormir y mañana te llevo a casa para que te cambies y nos vamos al entrenamiento.

— No hace falta, estoy bien de verdad –dije abrazándolo.

Salimos de su casa y nos montamos en su coche. Hacía bastante frío, estábamos a mediados de Diciembre.

El viaje se hizo corto. Saúl estuvo atento y hablándome durante el poco trayecto.

— Pues ya llegamos.

— Sube y te tomas algo –asintió.

Subimos y al abrir nos encontramos una escena bastante subida de tono. Carrasco con mi hermana encima suya, sentados en el sofá, y comiéndose.

— Madre mía, no mires –dije tapándole los ojos a Saúl.

La parejita se empezó a reír.

— Yannick pervirtiendo a la gente desde 1993 –dijo Saúl. Reímos.

— Menudo trauma me habéis dejado...

— La verdad es que sí, pareces un fantasma, estás más blanca que la nieve.

— Está mala –les informó Saúl –. La he estado cuidando.

Amil y Yannick me miraron pícaramente.

De repente sentí unas manos sobre mis ojos.

— ¿Quién soy?

— Un francés al que le voy a pegar una patada en sus partes y no va a poder hacerme tía.

Todos rieron, incluyendo a Griezmann.

— ¿Desde cuándo estáis aquí? –pregunté sorprendida.

— Estábamos en la cocina –dijo Noa –. Ya ni nos llamas, como nos cambias por Ñíguez...

— ¡Que no! Que yo no os cambio por nada en el mundo –le di un abrazo de oso.

Estuvimos hablando animadamente. Con ellos era imposible estar enferma. Cenamos tranquilamente los seis, fue bastante agradable.

— Bueno familia, me voy –anunció Saúl.

— Te acompaño –dije levantándome.

— Hasta mañana –le despidieron todos.

— Muchas gracias por todo –dijo una vez que llegamos a la puerta.

— A ti, por cuidarme –sonreí y le abracé.

— Te cuidaré las veces que haga falta –me guiñó un ojo.

Se acercó a mí y unió nuestros labios igual que lo había hecho días anteriores. Sus besos se estaban volviendo imprescindibles para mí, eran adictivos.

— Buenas noches guapa, que descanses –me sonrió.

— Escríbeme cuando llegues, quiero saber que has llegado bien.

— Lo haré –me guiñó el ojo y se giró.

Entré a casa y cerré la puerta. Me quedé un momento pensando. Este chico me estaba volviendo loca en muy poco tiempo.

Me terminaste gustando [Saúl Ñíguez]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora