Capítulo 28

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— ¿En qué momento se me ocurrió acompañarte a comprar los zapatos? –se quejó Saúl.

— Sabes que luego te lo recompenso –le dije pícara.

— Eso espero –rió mientras besaba mi mejilla.

Entramos en la tienda. Tras un rato de estar buscando unos zapatos, por fin encontré unos a juego con el vestido.

— Anda vamos –dije entrelazando mi mano con la de Saúl –. Te noto cansado –dije divertida.

Saúl me miró mal.

— Hemos estado tres cuartos de hora para elegir unos zapatos. Más te vale que me recompenses bien cuando lleguemos a casa.

— Pero si estás cansado –vacilé.

— Estáis todos contra mí, me hacéis bullying.

— Qué va, yo te quiero –le abracé. Él sonrió.

Pasamos por una tienda de ropa. Saúl se paró en el escaparate.

— ¿Quieres algo señorito? –pregunté haciéndole reír.

— Creo que me voy a comprar esa sudadera –dijo señalando una muy bonita.

— Te la regalo yo por haberme acompañado.

— No vas a dejar que la pague yo, ¿no? –preguntó rodando los ojos.

— Estás en lo cierto –lo cogí de la mano y entramos en la tienda.

Estaba Saúl en el probador, cuando vi a una mujer que se me hizo conocida.

Se giró. Estaba mirando una etiqueta hasta que alzó la cabeza y nuestras miradas se conectaron.

— No puede ser –susurré –. Saúl, date prisa –le pedí.

— ¿Pasa algo?

— Saúl, vámonos. Venimos otro día, pero por favor, vámonos ya.

— ¿Pero qué te pasa? –preguntó andando detrás de mí.

La mujer nos seguía.

— Cuando lleguemos a casa hablamos.

— No –me cogió por los hombros y me paró –. Tranquilízate, me estás preocupando.

— No, no, no –dije cabizbaja al darme cuenta de que la mujer se encontraba a escasos metros de nosotros.

— ¡¿Luna?!

Cogí a Saúl de la mano y seguí caminando.

— Cariño, esa señora te está llamando.

— ¡Luna, hija!

Esas palabras me hicieron llegar al límite. Me giré totalmente enfadada.

— ¡No me llames así! –grité –. ¡No tienes el derecho de llamar así a una persona a la que no la aceptabas desde que nació!

Saúl se mantenía mirándonos sin saber qué hacer.

— Por favor, déjame aclararte las cosas, tu padre y yo estamos muy arrepentidos de lo ocurrido –se excusó.

— ¡No quiero hablar con ninguno de los dos! ¡Para mí no sois mis padres, y para Amil tampoco, que os quede claro!

María, así se llamaba ella, suspiró.

— Éste no es el sitio ni el momento para hablar las cosas...

— Yo no tengo nada de que hablar –le interrumpí.

— Toma –me tendió una tarjeta –, si cambias de idea llámame.

Nos sonrió tristemente y se marchó.

Me giré y comencé a andar hacia el coche. Saúl me seguía en silencio, me conocía perfectamente y sabía que en estos momentos no quería hablar.

Al llegar al coche lo abrió. Me senté en el asiento del copiloto, apoyé mi cabeza entre mis manos y comencé a llorar.

Saúl, que estaba sentado a mi lado, me atrajo hacia él y me calmó.

El viaje hacia casa fue silencioso, Saúl me lanzaba varias miradas para saber si todo estaba en orden.

— ¿Quieres hablar? –me preguntó preocupado una vez que llegamos.

Asentí. Me senté en su regazo y me acurruqué en su pecho. Él me envolvió entre sus brazos.

— No entiendo nada –sollocé –. No entiendo por qué quieren arreglarlo ahora, si les debería dar igual.

Saúl me alzó el rostro y me limpió las lágrimas.

— Yo sinceramente hablaría con ellos, no pierdes nada –opinó acariciando mi mejilla –. Al fin y al cabo siguen siendo tus padres, por mucho que quieras, eso no va a cambiar.

Suspiré y apoyé mi cabeza en su pecho.

— No creo que quieran hacerte nada malo –siguió diciendo mientras masajeaba mi cabeza –. Pero quiero que sepas, que pase lo que pase, voy a estar a tu lado.

Levanté la cabeza y le miré. Sus ojos mostraban sinceridad.

Sin previo aviso uní nuestros labios.

Actos así hacían que me enamorase cada día más de Saúl.

Me terminaste gustando [Saúl Ñíguez]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora