Capítulo 29

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Tras contarle todo lo ocurrido a Amil, nos citamos con nuestros padres en una cafetería al día siguiente.

En estos momentos nos dirigíamos hacia allí.

— Hola –dijimos Amil y yo secas tras sentarnos enfrente de ellos.

— Qué grandes y guapas estáis –dijo Diego, mi padre.

— No nos desviemos del tema. ¿Qué queréis? –preguntó Amil.

— Vuestro perdón –rogó nuestra madre.

— ¿Esperáis que después de lo que nos habéis hecho pasar os perdonemos así porque así? –pregunté incrédula –. Esto es increíble.

Ellos nos miraron culpables.

— ¿Cómo sabíais que estábamos aquí? –habló esta vez Amil.

Se miraron entre sí.

— Pues...

— Os vimos en la tele –acabó mi madre –. Sabemos que tú estás trabajando de reportera en los deportes, y Luna –me miró –, estás trabajando en el Atlético de Madrid.

— Trabajaba –corregí seria –. Eran prácticas para aprobar mis estudios.

— ¿Y la aprobaste? –asentí –. Nos alegramos, cariño.

— No me llames así –rodé los ojos –. Bueno, ahora nos decís los verdaderos motivos por los que lo sabéis.

— Son esos –dijo María incrédula.

— No os creemos.

Diego bufó.

— Sabemos que estáis con dos jugadores del Atlético.

— ¿Y?

— Nos podéis venir bien –aclaró.

— No, claro que no –negué rotundamente –. Me pensaba que habíais cambiado, pero estaba equivocada.

— ¡Me parece increíble que después de habernos hecho la vida imposible hasta echarnos de casa, vengáis ahora por conveniencia! –estalló Amil.

— ¡Sois unos impresentables! ¡No nos supisteis cuidar antes, así que menos ahora, y mucho menos para lo que nos queréis!

Amil me acarició la espalda calmándome. No podía ponerme así en mi estado.

Me levanté, cogí la mano de Amil, y nos fuimos.

...

— ¿Y qué tal? –me preguntó Saúl tras sentarse a mi lado y besar mi mejilla.

— Un show – bufé –. Hemos empezado tranquilos, pero luego se me ha acabado la paciencia. Sólo nos querían por conveniencia –le miré dolida.

Me atrajo hacia él y besó la cabeza.

— No os preocupéis, con el belga y conmigo estaréis a salvo.

— Te quiero –le besé.

...

— Cariño, ¿me atas la corbata?

Hoy era el gran día para los Griezmann.

— Voy –me acerqué y le até la corbata bajo su atenta mirada.

— Estás guapísima –me dijo sonriendo.

— Tú no te quedas atrás, señorito –le di un beso y fui a ponerme los zapatos.

— ¿Estás lista? –me preguntó una vez que cogí el bolso. Asentí.

Nos dirigimos al recinto donde se celebraría la ceremonia.

— Wow, está precioso –dije asombrada.

— ¿Quién? ¿Yo? –se escuchó la voz del francés por detrás.

— Baja ese ego, Griezmann –reímos –. Pero sí, tú también estás muy guapo.

Me abrazó.

— Y muy nervioso –dijo frotándose las manos.

— No tendrás dudas, ¿no? –preguntó Saúl, aunque ya se sabía la respuesta.

— No, no puedo tener dudas sobre casarme con la mujer a la que amo –contestó el francés con una gran sonrisa.

— Eso espero Griezmann –le advertí.

...

La boda transcurrió tranquila. La comida acabó, todo estuvo realmente bueno.

Era hora del baile. Los Griezmann, ya se les podía llamar oficialmente así, se colocaron en mitad de la pista y comenzaron con un baile lento.

Los dos se miraban con un brillo mágico en los ojos, como tantas veces, pero ésta era especial.

Sonaba All of me de John Legend cuando Saúl me invitó a bailar.

Nos dirigimos a la pista de baile, y entre las parejas, comenzamos el nuestro.

Saúl colocó mis manos en mi espalda baja y yo enrollé las mías en su nuca. Nuestras miradas se conectaron, sólo existíamos él y yo.

— Me siento tan identificado contigo con esta canción –me dijo sonriendo.

La canción acabó tras varios halagos por parte de Saúl.

De repente, unos focos se centraron en nosotros. Noté a Saúl un poco nervioso.

Éste se arrodilló y se sacó una pequeña caja del bolsillo de la chaqueta.

Inconscientemente me llevé las manos a la boca.

— Llevamos mucho tiempo juntos, puede que no sea el suficiente como para pedirte ésto, pero no nos hace falta más para darme cuenta de que eres la mujer con la que quiero pasar el resto de mi vida. Me la has cambiado para bien, y por eso quiero que permanezcas a mi lado siempre –hizo una pausa –. ¿Tendrías el honor de casarte con este apuesto hombre?

— Por supuesto –dije entre lágrimas de emoción.

Saúl me colocó el anillo bajo la atenta mirada de todos.

— Te amo –dijo para después sellar nuestros labios.

Me terminaste gustando [Saúl Ñíguez]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora