Prólogo: Diana

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Diana se despertó con el frotar de algo suave y húmedo en su cara. Sonrió pero, cuando ese algo le lamió la mejilla, abrió un ojo, algo alarmada.

Volvió a sonreír cuando se encontró con Bambi.

Bambi era un cervatillo herido que había encontrado cuando llegó al bosque para instalarse. Quizá no fuera la compañía ideal, pero a cambio de curarle la pata, éste se había mantenido de manera incondicional a su lado, ofreciéndose como compañía y, en la época de frío, como abrigo.

Y como despertador.

-Buenos días, amigo-dijo Diana, acariciando el hocico de su compañero.-¿Cómo has dormido?

El ciervo cerró los ojos y frotó su quijada contra la palma de ella, disfrutando del gesto de cariño.

Diana se levantó y fue a bañarse al río. Se puso la ropa y desayunó moras silvestres. A continuación, fue a ver las trampas.

Odiaba cazar. Le producía daño también a ella cada vez que veía cómo otro animalito, normalmente conejos, caían en sus trampas. Pero alguna vez había escuchado que la carne era muy importante para mantenerse fuerte, y ella vivía sola en un bosque en mitad de cualquier lado de Pensilvania, con lo cual, debía comer bien para seguir adelante.

Además de para defenderse de los monstruos.

Cuando Diana tenía cuatro años, un extraño gigante con un ojo la había atrapado mientras rebuscaba algo en un contenedor. Afortunadamente, el chocolate del medio bollicao que había encontrado en la basura cayó en su ojo, proporcionándole la oportunidad de escapar. Otra vez, en séptimo, a una de sus maestras le habían crecido cabezas de serpiente de entre las greñas del pelo. Por suerte, también había conseguido escapar.

Diana no era tonta. Sabía que algo pasaba. Pero no estaba segura de qué y, aparte, ¿quién creería a una niña huérfana que no paraba de escaparse de los orfanatos? Además, desde hacía meses se estaba escondiendo de la policía en el bosque, así que las probabilidades de ir a una comisaría y decir: "Hola, me llamo Diana, no me caen bien pero vengo porque necesito que me protejan de gigantes con un sólo ojo y profesoras algo más que odiosas" eran bastante nulas.

Aún así, aquello le dolía en el alma. Así que, cuando vio al primer conejo del día colgando de una pata a varios centímetros del suelo, luchando por escapar, no pudo contenerse y lo dejó irse.

Notó la mirada de Bambi sobre ella.

-No pasa nada por no comer carne un día, compañero-dijo Diana, guiñándole el ojo al ciervo. Como no entendía por qué el animal la miraba así, le palmeó el lomo mientras añadió.-Oh, vamos, Bambi. Deberías estar contento. Al fin y al cabo, el conejo era colega tuyo.

Bambi negó con la cabeza varias veces, como si diera a Diana por imposible.

Sí. Otro día apacible y monótono en el bosque. Diana estaba acostumbrada. Talar cosas con madera vieja, recoger frutos, salvar conejos de sus propias trampas, hablar con su ciervo personal... Al apoyarse en el tronco de un árbol para observar el río, pensativa, sonrió. "Está bien la monotonía", se dijo a sí misma para tratar de justificar sus normas frente al aburrimiento que sentía. "Te mantiene a salvo".

Otro día apacible en el bosque, lejos del estruendo de la ciudad, y con el mismo silencio y tranquilidad de siempre.

Bueno, al menos hasta que aquel chico cayó del cielo.


Capítulo recién editado para que vuestros bellos ojos no se quemen con mis tremendas faltas de ortografía :). Entended a esta pobre pecadora; era muy amateur cuando empecé la novela.

No soy tu novia (Leo Valdez #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora