Diana

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Llevaban horas y horas volando. Jason controlaba las corrientes de aire, por lo que avanzaban el doble de rápido. Diana observaba el mar con la mente perdida en un torbellino de pensamientos. Notaba la calidez de la piel de Leo a través de su camiseta, y la presencia del chico delante de ella consoló un poco a la chica.

De repente, se topó con tierra en el horizonte. Diana arrugó el ceño, extrañada.

-Aquello no puede ser Turquía, ¿verdad?-preguntó alzando la cabeza. No podían haber avanzado tan rápido.

Jason la miró y esbozó una sonrisa, pero Diana no pudo evitar preocuparse. Jason tenía la cara más delgada y deslucida. Bolsas enormes rodeaban sus ojos, y hasta parecía estar más delgado. ¿Cómo había desmejorado tan rápido?

-Jason, tío, no te ofendas, pero pareces un cojín pedorro desinflado-dijo Leo a su amigo.

Jason negó con la cabeza y trató de hablar, pero su voz sonó seca y apagada.

-Ir tan rápido me cansa un poco-reconoció al final.

-¿Sólo un poco?-comenzó a decir Leo, pero Diana le dio un sutil codazo a tiempo.-Quiero decir, sí, estás genial. A lo mejor si durmieras un poco...

Fue dicho y hecho. En cuanto los pegasos tocaron tierra, Jason se deslizó de Porkpie y cayó al suelo, sin ánimos para moverse. Diana corrió hacia él, pero cuando comprobó que aún respiraba, soltó un suspiro de alivio.

-Tranquila, bombón. Sólo necesita una buena siesta-exclamó Leo a su espalda.

Diana cogió una manta y tapó a Jason como si fuera un niño pequeño. Aquella sensación de culpa no desaparecía, así que trató de mantenerse ocupada. Dio de comer a Backbitter y Porkpie, que parecían tan desanimados como ella, y sacó el mapa y el cuaderno. De acuerdo a aquello, estaban a menos de tres kilómetros de la ciudad de Éfeso. Diana podía notar cómo algo tiraba de ella hacia allí, y comprendió que el arco de su madre la estaba llamando.

Estaba muy confusa respecto a ese tema. Siempre había odiado a su madre, por no cuidarla, por abandonarla, así que no entendía por qué la había defendido de aquella manera frente a Eróstrato. Diana, con sorpresa, se dio cuenta de que sentía ganas de hacer algo, de demostrar que era digna de ser hija de Artemisa. ¿De dónde salía todo aquél orgullo por su familia? ¿Qué había pasado con la Diana que daba tortazos a cualquiera que mencionara la palabra que empezaba por "f"?

"Genial", pensó Diana con tristeza mientras miraba la hoguera que Leo había encendido. "Ahora ni siquiera sé quién soy".

-¡Eh, bombón!-exclamó Leo.-¡Ven! ¡Esto te va a gustar!

Diana sonrió débilmente y se dirigió al otro lado de la hoguera, donde Leo estaba sentado en el césped, con una manta sobre los hombros y una hoja de papel en las manos.

-¡Mira!-exclamó el chico muy contento, enseñándole el papel.

Diana contempló el diseño, asombrada. Era una flecha de aspecto letal, con la punta de metal. Unas líneas  salían de ella y derivaban en la irregular letra de Leo. Al observarlo más de cerca, vio en el interior de la punta de la flecha el mecanismo que había soñado y que, gracia a Leo, ahora tenían sentido

-Lo averigüé-explicó Leo mientras Diana se sentaba a su lado. Él le tapó los hombros con un trozo de manta y prosiguió, muy contento.-¡Es una flecha que, al clavarse en su objetivo, explota y desencadena una enorme llama de fuego! ¡El poder de Hefesto y el de Artemisa unidos! ¡Es un invento Leo-tástico!

No soy tu novia (Leo Valdez #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora