Leo

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Más tarde le dijeron a Leo que había gritado.

Él no se escuchó. Sus sentidos estaban obsoletos, carentes de significado alguno. Lo único que importaba en aquel momento era la imagen de aquellos enormes pedazos de hielo sobre Diana. La perdió de vista mientras él estaba allí tirado, impotente, incapaz de reaccionar.

Se levantó a trompicones, andando como una marioneta a la que le hubieran cortado los hilos. Se acercó al montón de hielo y, con una nueva sobrecarga de energía, comenzó a quitar cascote tras cascote, lo más rápido que podía. Podría haber derretido el hielo, pero temía quemar a Diana, entonces no se arriesgó. Los pedazos congelados le cortaban las manos, y pronto notó la sangre seca y pegajosa. No le prestó ni la más mínima atención. Sólo importaba Diana.

Lo primero que vio fue un resplandor blanco. Quitó más y más pedruscos helados a la velocidad de la luz, y comprobó que era el arco de Artemisa. Una mano pequeñita y delgada se aferraba a él como si le fuera la vida en ello.

Leo cogió la mano de Diana. Se le heló la sangre al ver que no le encontraba el pulso en la muñeca blanca.

No recordó quitarle los trozos de hielo. Probablemente lo hubiera hecho aturdido, incapaz de pensar. No estaba seguro.

Despertó de aquella especie de trance cuando vio a Diana. La chica estaba tumbada en el suelo helado, con los ojos cerrados. Su pecho no subía y bajaba. Leo nunca la había visto tan hermosa, con su pelo marrón contrastando con la nieve. Una leve capa de agua congelada la cubría y le daba un aspecto de diosa.

No se movía. Su cuerpo, normalmente tan lleno de energía, dispuesto a patear el culo de quien fuera y a querer matar a Leo, se hallaba inmóvil.

Leo sollozó.

-Diana...-la llamó con un hilo de voz.

Ella no reaccionó. Leo le apartó suavemente el pelo de la frente y, desconsolado, cargó con ella en brazos. No pesaba nada, y trató de hacerlo con la mayor delicadeza del mundo.

-Por favor, quédate conmigo...Quédate conmigo, quédate conmigo, quédate conmigo, quédate conmigo, quédate conmigo-repetía la misma cantinela una y otra vez, creyendo, estúpido, que conseguiría que lo oyera.-Por favor. No te vayas.

Leo no se dio cuenta de que estaba llorando hasta que una mano se le posó en el hombro y trató de mirar a Will a través del cúmulo de lágrimas.

-Will...-suplicó Leo.

El chico rubio posó la mano en la frente de Diana y agachó la cabeza, impotente.

-Quizá habría podido sobrevivir al peso con un poco de suerte-dijo el campista de Apolo, el que había sido como un hermano para ella-pero el frío...Lo siento.

Leo negó con la cabeza varias veces y se puso en pie. Buscó con la mirada, desesperado, a cualquier campista de Apolo que pudieran ayudarlo, pero todos agacharon la cabeza. Nadie dijo nada y aquello rompió el corazón de Leo en mil pedazos.

Entonces di Angelo se aproximó.

-¡Nico! Nico-se acercó a él Leo.-Tú puedes hacerlo. Puedes salvarla, ¿verdad? Puedes traerla de vuelta y...

Nico se mordió el labio y miró a Diana, como si no quisiera observar la reacción de Leo tras sus palabras.

-Lo lamento, pero yo...yo no puedo...Todavía no ha cruzado la laguna, pero su alma ya no está en su cuerpo.

La rabia y la impotencia brotaron de Leo como un volcán e hicieron que el chico gritara de impotencia. Gritó, se desgañitó, y nadie hizo nada para pararlo. Eso fue lo peor. Quería pegar a alguien, darle la paliza de su vida, matarlo...todo con tal de que Diana despertara.

No soy tu novia (Leo Valdez #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora