Diana

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  Diana debería haber muerto hacía mucho.

  No tenía ni idea de cómo estaba consiguiendo moverse tan rápido. Disparaba lo más veloz que podía, pero la dichosa Calypso no paraba de lanzar proyectiles helados, que llegaban desde enormes y puntiagudos trozos de hielo hasta auténticas avalanchas de nieve. Además, Diana oía cómo el padre de Leo luchaba contra los monstruos de hielo, y tenía que rodar para apartarse de la batalla. Todos los paralizados estaban siendo evacuados por los animales que habían acudido a ayudarla, así que tampoco podría contar con su ayuda.

  Cuando había llamado a Hefesto con el colgante mágico de Afrodita había tenido sus dudas. ¿No habría sido mejor llamar al señor de los cielos, Zeus? ¿A su propia madre? Pero había dejado que su instinto la guiara y había llamado al dios de las forjas, del metal, del fuego.

  Otro carámbano de hielo voló hacia ella a la velocidad de la luz. Diana se tiró a un lado y rodó, y el carámbano impactó en el suelo, a centímetros de donde se había encontrado ella.

  Al alzar la cabeza, Diana pudo ver a Calypso a una docena de pasos. Tenía un aire vengativo, y por la manera de apretar los puños y de toquetearse el pelo con nerviosismo, parecía que hubiera enloquecido completamente. Aún así, Diana no consiguió evitar una punzada de celos. Era bastante guapa, y al imaginarla junto a Leo, se le revolvieron las entrañas.

  Leo.

  Diana se puso de pie y cargó una nueva flecha. Mantuvo alzado el arco, pero no disparó.

  -¡Ríndete, Calypso!-gritó.-¿Qué esperas conseguir? ¡Los dioses te dejaron salir de esa isla! ¡Fueron clementes!

  -¡Los dioses me separaron de Leo!-bramó enloquecida la otra chica.-¡No finjas! ¡He visto dentro de tu corazón, Diana Hateway! Durante la misión, las penurias que has pasado. Yo puedo arreglar eso...-la voz de Calypso se dulcificó, al igual que su mirada, y por un segundo pareció que era Diana la que tenía la sartén por el mango.-No luches, Diana. Únete a mí. Te dejaré salvar a Leo. Podremos salvarlo, juntas. Eres lo bastante poderosa como para compartir mi poder.

  Diana vaciló. La voz de Calypso sonaba confiable. La hija de Atlas parecía creer de verdad lo que decía, y aquello descolocó un poco a Diana.

  No. Todo estaba mal. Calypso era una hechicera y, ahora, una diosa malévola también. No podía confiar en ella.

  -Los dioses no te separaron de él. Tú sola te encargaste de ello-Diana no bajó el arco mientras hablaba. Mantuvo la cuerda tensa y firme, atenta a cada movimiento de Calypso que, con su capa blanca manchada y rota ondeando al gélido viento, parecía escucharla de verdad.-Podrías haber tenido una vida con él aquí, en el Campamento Mestizo. ¿Por qué renunciaste a ello? ¿Por qué renunciaste a Leo?

-¡No renuncié a él! ¡Yo quería viajar, ver mundo, ver todas las cosas que por culpa de esos estúpidos dioses me perdí durante tantísimos milenios! Nadie podría impedirlo...excepto los dioses y los estúpidos monstruos. Por eso me marché. Para buscar una mejor manera-exclamó Calypso.-Ya la he encontrado, y por eso he vuelto. Hago todo esto por Leo.

  Un ardor intenso subió desde el estómago de Diana hasta su garganta, pasando por el esófago, la faringe...y creando un camino caliente a su paso. Apretó los dientes y dejó que la rabia la invadiera y la llenara de fuerza y adrenalina.

  -¡Tu tiempo ha pasado, bruja!-gritó Diana.-¡Tuviste la oportunidad de una vida perfecta aquí y lo arruinaste! ¡Ahora ya es tarde!-no entendía por qué, pero Diana se vio obligada a contener las lágrimas.-Y los dioses no tienen nada que ver con eso.

No soy tu novia (Leo Valdez #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora