Diana

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Diana sentía que los nervios le mordían el estómago. No era miedo por ella, porque con el grupo de zoquetes que habían amenazado a Leo y Jason no tenía ni para empezar, pero el tal Eróstrato le daba mala espina. Recordaba ese nombre vagamente de las notas de Annabeth, y no le gustaban mucho las posibilidades que se les ofrecían. Además, alguien que necesita que un enorme atajo de matones lo vigilen de tal modo, es alguien que tiene razones para que lo ataquen.

Diana prefirió callarse sus miedos de momento, pero lanzó una mirada de advertencia a Jason mientras seguían al tal Chuck al ascensor, una mirada del tipo: "En cuanto la cosa pinte chunga, nos largamos". Jason asintió. Parecía haber escarmentado lo suficiente.

Leo estaba lo suficiente ocupado examinando con el ceño fruncido a toda aquella cuadrilla de enormes armarios andantes, pero tuvo el suficiente buen juicio de mantenerse cerca de Jason y de ella en el ascensor, todo lo lejos que pudieron de los tiparracos, lo cual no era mucho, ya que eran tan robustos que sólo entrando Fred y Chuck estaban tan apretados como en una lata de sardinas.

Fred sacó una llave del bolsillo y la incrustó en una ranura por encima de los botones. El ascensor salió de nuevo disparado, cada vez más arriba, y el estómago de Diana se revolvió aún más de lo que estaba. Por si fuera poco, tenía el hombro de Leo rozándole la coronilla, y aquello le mandaba cincuenta mil descargas a su espalda.

-¿Hacia dónde va esta planta?-preguntó a los gigantones para tener otra cosa en la que pensar.

-A la planta 305, señorita-contestó Fred, muy contento, como si Diana no hubiera amenazado a su hermano hace unos minutos.-¡Las oficinas del jefe, nada menos! Un gran honor.

Diana tragó saliva. Si fuera por ella, no habría tenido ese honor nunca.

Deseó que nunca llegaran a su destino, pero en ese mismo momento las puertas se detuvieron con un ding y se abrieron. Durante una fracción de segundo, nadie en el ascensor dijo nada, hasta que Leo rompió el silencio:

-Bueeeeeno, habrá que ir entrando, ¿no?

Fred hizo una reverencia.

-Las señoritas primero.

Diana echó a andar con paso resuelto hacia afuera, aparentando una seguridad que en realidad no sentía. Le temblaban las piernas, pero no podía demostrar debilidad. Ella era probablemente la única que sabía lo peligrosa que podría ser aquella visita. Tenía que sacar a sus amigos de aquella.

El ascensor desembocaba en un enorme despacho, con un montón de estanterías y etiquetas. Sin embargo, todo tenía un toque muy fiestero. La lámpara del techo era una bola de discoteca, y los enormes ventanales estaban decorados con unas cortinas rosas muy hippies. El hombre que estaba sentado en la mesa principal del despacho tenía unas gafas enormes con forma de palmera en su cabeza.

Diana lo observó con cautela. Al principio, la imagen podía parecer casi cómica; un hombre vestido con un traje de negocios, pero con corbata de piñas, las gafas y los pies encima del escritorio en actitud despreocupada. Pero, al fijarse, Diana comprobó que no estaba viendo las cámaras de seguridad como había pensado en un principio, sino el programa "1.000 maneras de morir" como si fuera un niño que contempla una piñata. Jugueteaba con un enorme colgante que tenía un misterioso líquido verde y espumoso en su interior. Cuando el hombre fijó la vista en ellos, los examinó con una sonrisa en la boca, como si fueran una valiosa mercancía.

-Fred, Chuck, ¿con quién tengo el placer?-preguntó con voz aflautada.

Los dos enormes hombres se colocaron detrás de él, como si los tres chicos fueran peligrosos para su jefe.

No soy tu novia (Leo Valdez #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora