Leo

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"Definitivamente, Leo Valdez es el terror de todas las nenas", se dijo a sí mismo Leo cuando Diana salió del búnker. "Pero no en el sentido en el que me gustaría".

Leo todavía veía el hilo de sangre que le había caído de la cara a Diana. Lo había mirado como si Leo se hubiera convertido en su tía Rosa y le hubiera ofrecido ir con él a cocinar asquerosas magdalenas.

Suspirando, Leo volvió hacia su trabajo. Una vez más, se preguntó por qué nada le salía bien. Era una pregunta muy frecuente que rondaba por su cabeza desde la ruptura con Calypso. ¿Es que Leo estaba destinado a estar solo siempre? Él, la séptima rueda, el último de los semidioses de la antigua profecía. El que siempre sobraba. Cuando encontró a Calypso, sintió que por fin alguien lo necesitaba...aunque, por lo visto, no durante mucho tiempo.

Diana le había llamado la atención desde esta mañana, cuando se la había encontrado apuntándolo con un cuchillo. Estaba buena, y tenía unos ojos verdes que invitaban a acercarse a su cara para verlos bien de lo bonitos que eran, pero que advertían a la vez que si osabas acercarte tanto, te daría un golpe en la entrepierna. Era un reto, y a Leo le gustaban los retos.

Pero la había vuelto a fastidiar. Otra vez.

Leo suspiró.

Durante los siguientes días, estuvo mirando a Diana más de lo que debería. Bueno, no era el único. El campamento entero tenía los ojos puestos en ella. Había unos pocos, como Piper y Annabeth, que le hablaban de igual a igual, pero el resto parecía que no habían visto una chica en su vida. Sí, Diana era diferente, pero era el Campamento Mestizo, ¿qué carajo importaba que fuera diferente?

Leo ardía en llamas al ver esto. Bueno, no en sentido literal. Ya me entiendes.

Diana parecía haber hecho buenas migas con Will Solace y los demás de la cabaña de Apolo, ya que prácticamente eran familiares. Le prestaron un arco y le enseñaron a usarlo. También, por lo que había averiguado consultando a fuentes fiables (o puede que espiando tras un arbusto, antes de ser descubierto por una ninfa y haberse visto obligado a huir con ramas volando sobre su cabeza) Quirón le daba clases sobre mitología y todas esas cosas.

Diana no había vuelto a cruzar palabra con Leo, pero él no podía culparla. Tenía más cosas de las que preocuparse, y más importantes que un "enano carbonizado". Aunque ella no es que fuera muy alta que digamos. Leo se apuntó no decírselo a la cara tras ver lo buena que era disparando flechas mortales.

Una semana después, aquello seguía igual. Leo cenaba con desgana en la mesa nueve, deseoso de poder volver al búnker. Al levantar la vista, vio que Diana comía espaguetis con gran apetito. Parecía que era su comida favorita, porque siempre se los pedía.

Antes de que Leo pudiera disimular, Diana miró en su dirección. No había mucha distancia, ya que estaba en la mesa de delante. Alzó una ceja al verlo, que hubiera quedado muy bien si no fuera por toda la salsa de tomate que tenía alrededor de la boca.

Leo se empezó a partir de risa. Tuvo que taparse la boca para que los demás hijos de Hefesto no se dieran cuenta, pero si se dieron cuenta, no lo expresaron. Ya habían asimilado que Leo era un poco rarito.

Diana enrojeció, y se limpió con la servilleta mientras sacaba el dedo corazón a Leo. Éste, burlón, le lanzó un beso antes de levantarse y seguir a los demás para hacer las ofrendas a su divino padre ( aunque, en opinión de Leo, éste no era el adjetivo que mejor calificaba a Hefesto. Grasoso, rarito y poco agraciado sí que iban más acorde a él ).

Diana se colocó por delante de ellos, y le lanzó una mirada superior. Leo hizo el gesto de limpiarse la boca con la manga, y Diana le lanzó una mirada enfurruñada, que al parecer eran su especialidad.

No soy tu novia (Leo Valdez #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora