Leo

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Leo no se había reído así en mucho tiempo. Diana estaba roja como un metal recién soldado, y Leo no podía evitar recordar una y otra vez la cara que había puesto al gritar que él, Leo Valdez, era el terror de las nenas.

Si, se había reído mucho, pero cuando Jason llegó para informarles que estaban en la isla de Cerdeña y los vio tan alegres, se inventó una excusa. Diana se lo agradeció con una mirada, y Leo le guiñó el ojo mientras movía los labios para decir: "Soy el terror de las nenas". La mirada de Diana se volvió asesina en unos milisegundos, pero la cara de la chica seguía roja.

Jason, alegando que estaba muy cansado, se libró de la primera guardia, y enseguida estuvo roncando. Diana y Leo comenzaron a trabajar en el proyecto. Ella le describía las piezas con mucho detalle, hasta que Leo averiguaba que era y las apuntaba, con la esperanza de reconocer el mecanismo una vez estuvieran todas.

Diana trataba de hacerse la fuerte, pero al quinto bostezo, Leo le sugirió que se fuera a dormir.

-Échate un rato si quieres. Yo hago la primera guardia.

-¿Y arriesgarme a que tú termines sin mí? No, gracias-le dijo Diana socarrona.

-No creo que pudiera, a menos que me metiera en tu mente, bombón-le dijo Leo.-Cosa que me agradaría, desde luego. Seguro que está toda llena de mensajes de amor hacia mí y...

-Sigue soñando, Valdez-dijo Diana.

Leo guardó la hoja de papel y sacó un dispositivo en el que estaba trabajando. Sería la bomba, y podría venderlo a los de la cabaña de Hipnos por una buena cantidad de dracmas, pero todavía no estaba listo. El plegado se atascaba.

Leo se puso a trabajar, armando y desarmando. Mientras, Diana no paraba de dar vueltas en el suelo, tratando de encontrar una postura cómoda. Mantenía la mochila como almohada, pero parecía no poder estar cómoda, y comenzaba a parecerse a una croqueta rebozada.

-Oye, croqueta rebozada, ¿por qué no te apoyas en mí?-preguntó Leo.

Diana le lanzó una mirada suspicaz.

-¿Yo, apoyarme en ti? Sí, claro. Seguro que cuando me despierte tendré la cara llena de pintadas-dijo, y se dio la vuelta.

-Lo digo en serio. Tendré las manos quietas-dijo Leo.

-No hace falta, pero gracias-lo cortó Diana.-Créeme, cuando llevas toda tu vida por ahí sola, y duermes en el bosque, aprendes a dormir de cualquier manera. Así que...

-Así que tienes que tener el cuello hecho un cuatro-terminó la frase Leo.

Diana volvió a mirarlo. Clavó sus ojos verdes en él, y Leo comenzó a sentirse nervioso, aunque no supo por qué. Sin darse cuenta, sus manos comenzaban a ir más y más rápido, y el dispositivo empezó a echar humo.

Diana suspiró.

-¿Prometes que estarás quieto?

-Por supuesto que sí. No soy sólo guapo, si no también fiable-dijo Leo, poniendo una sonrisa pícara.

Se hizo el silencio, y sólo el crepitar de las llamas en la hoguera y las olas del mar más allá lo interrumpía. Finalmente, Diana se incorporó y se volvió a sentar junto a él. Se desenredó el pelo, que en la oscuridad el castaño oscuro casi se confundía con negro y, tras lanzar una nueva mirada desconfiada a Leo, apoyó su cabeza en el hombro del muchacho y cerró los ojos.

Leo sintió cómo su estómago empezaba a dar vueltas, y las manos le temblaban tanto que se le cayeron unos cuantos tornillos. Maldiciendo entre dientes, se agachó para recogerlos con toda la suavidad que pudo, aunque Diana se revolvió en su hombro.

No soy tu novia (Leo Valdez #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora