Dos: Diana

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Cuando aquella chica, Piper, ésa que tenía los ojos que no paraban de cambiar de color y una sonrisa amable, calló por fin, Diana empezó a preguntar:

—Entonces, ¿no sabéis quién puede ser mi madre...quiero decir, mi progenitor divino?

La otra le dirigió una media sonrisa que pretendía ser de consuelo.

—Es difícil. Personalmente, apostaría por Ares u Apolo, pero no es muy fácil que digamos saberlo antes de tiempo—dijo. Después le dio un amistoso golpe a Diana en el hombro.—No te preocupes; seguro que en la hoguera de esta noche te reconocen. Siempre lo hacen.

Aquello pareció animarla un poco. Después de todo, su madre estaba viva.

Y, aunque la perspectiva de darle una patada en las espinillas como venganza por haberla abandonado ya no parecía tan atrayente, teniendo su progenitora poder para fulminarla, al menos ahora sabría a quien pedirle explicaciones...alguien que no fuera su padre desaparecido y alcohólico.

—¿Tienes alguna otra pregunta?—Piper la distrajo de sus pensamientos.

Diana buscó en su cerebro.

La verdad es que todo se lo había explicado muy bien, y aquello parecía más fácil de entender de lo que podría haber llegado a pensar. Pero una duda le asaltó, y sin darse cuenta se encontró queriendo saber:

—¿Quién es Calypso?

El rostro de Piper se ensombreció. Su sonrisa desapareció y el semblante se le tornó serio.

—¿Dónde has escuchado hablar de ella?

Diana, por primera vez, se quedó sin palabras.

—Yo...Leo la mencionó antes y...me preguntaba quién podría ser. Nada más—se encogió de hombros ligeramente.

Piper miró a derecha y a izquierda para asegurarse que la gente que pasaba por delante de los escalones de la Casa Grande, donde estaban sentadas, no las oían. Después se volvió hacia Diana:

—Era la hija de un titán, Atlas. Y...—titubeó antes de decir—...la novia de Leo. Desgraciadamente, las cosas no acabaron muy bien.

—¿Qué pasó?—preguntó Diana, rápida.

Piper la volvió a mirar, como si hubiera salido de un trance. Sonrió y dijo:

—Venga, vamos al comedor. Pronto será la hora de cenar.

Diana no volvió a preguntar, y siguió a su nueva amiga hasta el comedor, que estaba lleno de distintos adolescentes. Cada uno hacía ruido y comía una cosa diferente, pero todos y cada uno de ellos reía, y a Diana le empezó a gustar aún más aquel sitio.

Comió con Piper y una chica muy maja llamada Annabeth. Habían hecho una excepción y se habían sentado con ella y no en la mesa de cada casa que les correspondía, porque era su primera cena, y la verdad es que Diana lo agradeció. Nunca lo hubiera admitido, pero se sentía un poco perdida.

A la hora de las ofrendas, cuando todos echaban un trozo de su comida al fuego en honor a su padre divino, Diana lanzó un pedazo de pastel de frutas y pensó para sí: "Quien quiera que seas, haz alguna señal". Recordó que se la estaba jugando con unos dioses y añadió un: "Por favor" rápido a la ofrenda, antes de seguir a los demás afuera.

Hacía una noche bonita. Se respiraba aire fresco, igual que en su bosque, y Diana echó de menos a Bambie. Ojalá hubiera podido traerlo. Aquel cervatillo era sin duda más familia para ella que nadie.

Notó un golpecito en la pierna, y levantó la vista a tiempo de ver a Leo sentarse al lado de ellas.

—¿Qué pasa, chicas?—llevaba la misma sonrisa de siempre.—Hola, bombón.

—No me digas eso—reclamó Diana, mientras Piper y Annabeth reían. Diana notó calor, y tuvo la impresión de que se había puesto colorada.

Al parecer, el latino también se había dado cuenta, porque su sonrisa se hizo más grande. Mientras se rodeaba las piernas con los brazos y el brillo del fuego brillaba en sus ojos oscuro, dijo:

—No finjas, bombón, te encanta que te hable así. Te has puesto colorada.

"Maldito Leo", pensó Diana.

Ese muchacho moreno, con rizos y mirada oscura y chispeante le ponía nerviosa. También el hecho de que siempre tuviera algo en las manos; normalmente tuercas o algo semejante. Y si no, tranquilidad, que no tardaría en sacarlo de ese cinturón tan extraño.

—Bah, paso de ti—dijo Diana, y fingió prestar atención a la conversación de las chicas, pero contenía tantos nombres desconocidos y datos extraños que no tardó en perder el hilo.

Se quedó pensando en sus cosas. Notaba, incómoda, la presencia de Leo a su lado, pero éste no la molestó más, así que comenzó a reflexionar sobre toda la información que había recibido aquel día. Dioses y semidioses, campamentos, monstruos, profecías, misiones...Aquella parte le emocionaba mucho. Quiero decir, ¿entrenarse y después salir ahí y patearles el culo a un montón de bichos repugnantes? ¡Alucinante!

Además, estaba el hecho de que el campamento era realmente genial. A pesar de las chicas pijas y tíos cachas, todos parecían muy amables. En cierta manera, encajaban, aunque fueran muy diferentes entre sí. También había sátiros, que a Diana le habían caído muy bien. Vegetarianos; uno llamado Hedge se había ofrecido a darle clases con la porra, pero Diana había preferido declinar de momento.

Podría acostumbrarse a esto.

Entonces notó como alguien le tocaba el hombro.

Diana salió de sus ensoñaciones, y pudo ver cómo Annabeth señalaba encima de su cabeza. Había reflejado en su mirada confusión, y eso era algo raro en sus inteligentes ojos grises.

Diana miró hacia arriba, pero no pudo ver nada. Sólo percibía aquel brillo verde.

Entonces miró a su alrededor. Y se dio cuenta, incómoda, que todos la miraban con la boca abierta, como si fuera un extraño experimento de ciencias.

Diana se mordió el labio. ¿Qué era tan malo? Si era la diosa de los cuartos de baño o algo, estaba bien, podría soportarlo.

Entonces Quirón, el hombre mitad dios, mitad caballo, que la había acogido tan bien, dándole explicaciones, indicaciones y palabras reconfortantes de lo más amables, se levantó y se inclinó ante ella, recitando unas palabras que a Diana le sonaron como una sentencia de muerte:

—Salve, Diana Hateway, hija de Artemisa, diosa de la caza.

[Capítulo editado el 18/10/2019 por la bella autora]

No soy tu novia (Leo Valdez #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora