Diana

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Leo encendió un poco de fuego para que no se despeñaran mientras bajaban la escalera.

A la vez que descendían más y más, Diana pudo notar que el chico estaba molesto. Quizá debería estar más alerta al peligro, pero no podía evitarlo.

-Siento haber dejado a Jason-dijo al final.-Entiendo que estés enfadado conmigo, pero debíamos hacerlo. El Campamento...

-No estoy enfadado contigo, bombón-dijo Leo, dándole un golpecito en la nariz. Diana estornudó.-Probablemente fuera la solución más madura, y eso que yo entiendo de decisiones maduras, ¿eh?-dijo, tironeándose de la chaqueta.

-Sí, decisiones maduras para un niño de tres años...-dijo Diana.

-¡Oye!-protestó Leo, pero esbozó una sonrisa, que rápidamente se apagó.-Es sólo que esto de los dioses y los semidioses es una auténtica mierda. Me encantaría darles una patada en todo el podex...

-¿El podex?-preguntó Diana.

-Términos romanos. Ocultan las palabrotas a través de palabras claves. Una auténtica madurez por su parte, si me preguntas-dijo Leo, consiguiendo que Diana se riera débilmente.

-Coincido contigo-dijo la chica.-¿Uno no se acostumbra a las misiones y a estar continuamente salvando el mundo?

-Eso es como preguntar que si Clarisse no se acostumbra a tener un humor de perros...perdón, de toros-dijo Leo.

Diana volvió a sonreír. Había notado antes, mientras se enfrentaban al rey Creso, lo asustado que estaba Leo. Le latía el corazón como un loco. Pero, por mucho miedo que tuviera, intentaba bromear para que Diana estuviera más tranquila. Diana notaba cómo algo en su pecho se le hinchaba cada vez que miraba al muchacho.

-Oye Leo-comenzó a decir, pero un temblor enorme sacudió el interior del túnel. Las paredes crujieron y algunos trozos de la escalera se desprendieron.

Diana se aferró con fuerza al brazo de Leo. Al fondo de la escalera, en la oscuridad, surgió una voz de mujer, un lamento, que aterrorizó a la chica y volvió a provocar un pequeño seísmo.

Diana perdió el equilibrio y cayó hacia delante, botando en la escalera y arrastrando a Leo tras ella. Siguieron rodando y rodando hasta que sus huesos dieron contra el suelo.

Diana trató de incorporarse con un quejido, pero notaba su columna zumbar como un panal de avispas.

-Colega, creo que me he roto el tarro-oyó decir a Leo.

Diana abrió los ojos y, todavía tendida, inspeccionó el lugar con la mirada. Al estar de lado, y por culpa de la caída, la cabeza le daba vueltas, pero distinguió unas cunas a lo lejos, unas cuantas mantas desgarradas esparcidas de cualquier manera por el suelo y muchas manchas de bebida por todas partes.

Diana abrió los ojos al máximo.

No era bebida.

Era sangre.

Se levantó en contra de lo que le pedía el cuerpo y trató de encontrar una salida, pero las escaleras parecían haberse evaporado. La estancia era circular, sin ventanas, ni conductos de ventilación, ni puertas. Nada.

-Bombón, ¿alguna idea de dónde estamos?-preguntó Leo, amodorrado. Después se fijó en la cantidad de charcos de sangre que había y pegó un respingo.-¡Bendito Hefesto!

Diana pensó. Unas cuantas cunas...doce en total, seis rosas y seis azules. Manchas de sangre y el lamento de una mujer.

-Oh, no-balbució.

No soy tu novia (Leo Valdez #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora