Diana

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Uno de los exploradores de Will les transmitió que estarían en el Campamento en un par de horas. ¿Quiénes?, un ejército formado por gigantes hiperbóreos, monstruos de la nieve y un enorme autómata de hielo, el cual era el medio de transporte de la peligrosa hechicera de nieve. Diana, al igual que todos, veía como mayor posibilidad que fuera Quíone, aunque había algo que no concordaba. Diana no sabía el qué, pero tenía esa irritante sensación, como un picor que no se podía rascar, de que se estaban olvidando de alguien.

Will insistió en que se duchara y comiera algo a toda prisa. Diana no hizo amago de quejarse mucho y, tras zamparse un par de barritas energéticas de miel y frutos secos, se dirigió a la cabaña ocho para asearse.

Tras hacerse una trenza con el pelo mojado y ponerse la armadura por encima de unos vaqueros cortos y una camiseta naranja, se quedó contemplando la estatua de Artemisa. Ante su sorpresa, sonrió. La escultura cada vez se le parecía más a ella misma, sobre todo con el arco mágico, la armadura y la diadema de las cazadoras, que había decidido colocarse como emblema. Recordó la primera vez que se había encontrado con la estatua, sólo para salir rabiosa segundos después de la cabaña con la intención de no volver. Intención que se había borrado de su mente tras descubrir el búnker 9.

Aunque había sido hacía un par de semanas, a Diana le parecían años. Se sentía diferente, una persona totalmente distinta a la chica peleona y llena de rabia que había llegado al Campamento Mestizo.

Diana salió de la cabaña 8. Ahora, días después, el campamento también era distinto. No sólo por la falta de campistas, o porque todas las armas habían sido sacadas de sus fundas y arrastradas hasta el lugar de la batalla. Diana comprendió con sorpresa que el sitio era igual. Era su percepción la que se había modificado. Sólo había pasado una semana allí, pero ya miraba con cariño el mar, el comedor, la Casa Grande...Todo por lo que merecía la pena luchar estaba allí. Un hogar...y una nueva familia, una entre la que Diana pudiera encajar y encontrar su sitio. Esas eran las cosas por las que Diana arriesgaría la vida.

Y el bosque. Diana contempló con cariño cada rama, cada arbusto, cada árbol, a medida que se internaba en él. Había pasado poco tiempo allí, cosa de la que se entristecía. Quizá había malgastado una oportunidad que no volvería a tener.

Apretó los puños. No. Conseguiría salvarlos a todos y volver sana y salva a la maleza. Aquél era su mundo. ¿Cómo podría permitir a alguien arrebatárselo?

Escuchó golpes de metal y sonrió. Leo se había lanzado al búnker 9 en cuanto habían llegado y, aunque seguía flipado por el Lamborghini volador, le había prometido a Diana unas flechas incendiarias como las que habían diseñado juntos.

Diana no pudo reprimir un escalofrío al pensar en esas palabras.

Juntos.

El bosque estaba lleno de animales que corrían de un lado a otro, que trepan, se camuflaban, se reunían, chillaban, bullían...Diana estuvo a punto de pisar a unas ardillas un par de veces, pero consiguió llegar al búnker sin matar a ningún animalito.

La puerta se hallaba entreabierta, y dejaba escapar mucho humo y sonidos del golpeteo de metal contra metal. Al asomarse, Diana vio a Leo trabajar muy concentrado en unos moldes de flecha. La forja estaba encendida y emitía fuertes llamas rojas que lamían el metal como si fuera un Súper Polo.

Leo estaba tan metido a lo suyo que ni se dio cuenta de la presencia de Diana. Se hallaba muy concentrado, lo que sorprendió a Diana, porque nunca había visto al chico tan centrado. Manejaba un martillo, pero iba cambiando de herramientas de vez en cuando a la velocidad de la luz gracias a su cinturón porta-herramientas mágico.

No soy tu novia (Leo Valdez #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora