Diana

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Tres kilómetros hasta Éfeso.

A Diana, que se iba comiendo las uñas, se le hicieron eternos.

Sus amigos no tenían aspecto de estar en plena forma, sobretodo Jason. Habían dormido un par de horas, lo justo para no caer redondos, pero su piel todavía tenía un tono enfermizo, y su manera de arrastrar los pies demostraba lo cansado que se sentía.

Aún así, había insistido en seguir adelante, ya que estaban en la mañana del solsticio, y había apoyado la idea de que los pegasos no les acompañaran. Diana se figuró que también se sentía culpable por lo sucedido con Destiny, ya que el caballo alado se había interpuesto entre el veneno de Eróstrato y él. A Diana le hubiera gustado hablar con él, decirle que no había más culpables que ella, por haber llamado a los pegasos, pero sencillamente no habían tenido tiempo.

El único que parecía contento era Leo. Se había despertado con los brazos todavía alrededor de Diana, y una sonrisa boba se le había formado en la cara, lo cual había alegrado a la chica.

Diana seguía confusa sobre sus sentimientos hacia Leo. Finalmente, había decidido no darle más vueltas. Si sobrevivían a aquello, pensaría en el asunto más tarde.

Habían dejado la comida, las mantas y demás en las alforjas de los pegasos. No llevaban encima nada más que armas y cosas que podrían resultarles útiles, como néctar y ambrosía suficientes para curar a un ejército entero o unos caramelos de menta de Leo de emergencia.

Finalmente, las ruinas del templo se vislumbraron en el horizonte. Algo tiraba de Diana hacia ellas, como si la red de un pescador la hubiera enganchado y tratara de arrastrarla hacia la superficie.

Soltó un suspiro más largo de lo que pensaba.

-Es allí-anunció, como si no fuera.

-Diana-la llamó Jason.

El rubio trataba desesperado de abrir el papel de Eróstrato que tan caro había resultado, pero no lo conseguía.

-También lo he intentado esta mañana y nada-exclamó Jason con desesperación.-No se abre y punto.

Todos lo intentaron, hasta Leo hizo palanca con una barra de hierro que su cinturón portaherramientas sacó de donde fuera, pero el papel se negó a abrirse. Finalmente, temieron romperlo, así que se resignaron a seguir sin saber qué era. Diana lo guardó en un bolsillo, al lado del papel con los datos de su padre.

Notaba el corazón latir como un loco. No era sólo miedo, era emoción, intriga, impaciencia...Y el miedo no era únicamente por ella.

-Oye...-carraspeó, llamando a Leo y Jason.-Yo...no tengo claro si...si podremos llevar a cabo la misión y...

Las palabras no querían salir de su garganta. Se negó a mirar a ninguno de los chicos y fijó su mirada en el camino de tierra mientras trataba de formar frases coherentes.

-Lo que quiero decir es...

-Lo sabemos-dijo Jason.-Pero, para ser sinceros, estamos tan acostumbrados a jugarnos el cuello que no importa-y tras decir esto sin la menor emoción, sonrió.

-Así es-asintió Leo.-Una vez Jason le dio por comer grapadoras...

-¡Tenía dos años!

-Y otra vez se enamoró de un ladrillo...O, bueno, el ladrillo se enamoró de él...

-¡Juraste no contarlo a nadie!

-El asunto es-Leo le lanzó una mirada inocente a su amigo antes de continuar-que nos gusta jugar con la muerte.

No soy tu novia (Leo Valdez #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora