Capítulo #1

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Me bajé del auto de mi madre con una sonrisa que tiraba de mis mejillas. Apreté los libros contra mi pecho y sentí el viento darme en la cara como si me estuviera besando. Sonreí aún más, irguiéndome y encaminándome hacia el instituto. Escuché a mi madre pronunciar palabras de buena suerte, la miré por encima del hombro y le sonreí. Luego encendió el coche y se marchó.

Me giré, los estudiantes se agrupaban en la entrada, esperando el sonar de la campana, compartiendo chistes y anécdotas de las vacaciones. Tomé aire, me aparté un mechón de la cara y entré.

Lo primero que hice mi primer día de clases del último año, curioso ¿eh? Fue ir por mi horario y la ubicación de mi casillero. La secretaria de la sub-directora se encargaba de ello. Una mujer de lentes de pasta negros, cabello encrespado y sonrisa fácil.

Le eché una mirada a la hoja. «No está mal» me dije con una mueca. Le agradecí a la señorita secretaria cuyo nombre llevaba cuatro años intentando retener sin éxito y me fui. Mi casillero quedaba cerca de los lavados y lejos del aula donde veía mi primera clase. No importaba. Fui, ingresé la clave y para mi disgusto un chirrido salió de la puertecilla cuando lo abrí. El interior no era la gran cosa. Hice una mueca, estaba algo oxidado y olía a humedad, daba la impresión de que la última persona en usarlo había sido Luis XVI.

Lo cerré pensando en apartar un tiempo en la semana para acomodar el casillero y hacer de él algo aceptable, o por lo menos lo suficiente para que pudiera guardar mis libros sin temor a que se enmohecieran. Apreté de nuevo los libros contra mi pecho, enderecé la espalda y me dije.

«Actitud positiva Heather, no importa el casillero, actitud positiva.»

Lo cierto era que apartando el estado de mi casillero, los primeros quince minutos del día habían salido bastante bien. Caminé por el pasillo, las gomas de los zapatos sonaban por el lugar, el cuchicheo juvenil, las risas y los reencuentros. Cuando me acercaba al salón de mi primera clase, escuché la voz de Zoe llamándome.

—Heather. —Giré el rostro, lo que provocó que mi cabello suelto se moviera con gracia. Por una milésima de segundo me imaginé como la protagonista de algún film adolescente. Zoe venía corriendo por el pasillo, con la sudadera abierta, la mochila balanceándose tras ella y el cabello pegado al sudor de su cara.

—Ey, ¿estás bien? Parece que acabas de salir de un huracán —le dije cuando se detuvo frente a mí. Ella me hizo un ademan con la mano para que la dejara tomar algo de aire. Se dobló, apoyando las manos en sus rodillas, lo que provocó que su mochila se deslizara hasta el suelo. Luego se enderezó, se ajustó la correa de la mochila y me sonrió.

—Acabo de salir de un huracán llamado padre. Me quede dormida —comenzó a explicarme mientras entrabamos al aula—. Y Señor Perfecto se molestó. Me sermoneó alrededor de media hora y eso fue lo que terminó atrasándome. Casi no alcanzo el bus.

Asentí, me burlé un poco de ella y luego nos separamos. Yo ocupé el primer asiento de la fila central, ella el último de la misma fila. La campana sonó, el resto de alumnos comenzaron a entrar, poco después lo hizo la profesora. Una mujer de rostro severo y arrugado, que parecía llevar sobre su espalda todo el peso de la historia. Y cuando digo todo el peso de la historia no miento. Su materia era esa precisamente esa y no era por sonar pretenciosa, pero siempre había sido su mejor alumna y por ende una de sus favoritas.

—Buenos días, clase —saludó con una voz ronca cuando el sonido de pies y pupitres se acabó.

—Buenos días, señorita Rumsfeld —fui la única en contestar, escuché un murmullo de burla atrás que ignoré. La señorita Rumsfeld no lo escuchó.

La guerra nerdDonde viven las historias. Descúbrelo ahora