Capítulo #4

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Cuando encendías la televisión, y buscabas algún drama adolescente de amor, siempre te conseguías con un montón de historias estereotipadas, que mostraban a una nerd cliché. Cada vez que veía a alguna de esas nerd que la televisión se empeñaba en vender, simplemente apagaba el televisor y abría un libro. Inteligencia no era sinónimo de descuido o fealdad. Y con riesgo de sonar arrogante, yo era una muestra de ello.

Tenía una rutina muy estricta, eso sí. Todos los días, incluyendo fines de semana, me levantaba a las cinco de la mañana —bueno, quizás uno que otro domingo dormía una hora más—, me arrojaba agua fría a la cara para espabilarme y me tomaba media taza de café. Luego me colocaba ropa deportiva, iba al sótano y hacía una serie de estiramientos. Luego me subía a la caminadora de mi madre y empezaba a un ritmo corto que poco a poco aumentaba.

Lo hacía por treinta minutos, luego subía, me duchaba, me aplicaba exfoliante y crema hidratante. Luego me colocaba una vestimenta que fuera de acuerdo a lo que haría en el día. Mi cabello era lacio y cobrizo, por ello, tomaba las tenazas y rizaba algunos mechones para darme volumen. Usualmente los días de clase, tomaría mi mochila en ese punto y bajaría a esperar a mi madre, luego ella me llevaría el instituto.

Los fines de semana en cambio bajaba a desayunar, veía algo de tele y luego me ponía a estudiar. Antes de la llegada de Ethan Lodge, solía tomarme los domingos para descansar. Un buen cerebro necesitaba descanso de vez en cuando. Pero este año las cosas cambiarían.

Encendí el ordenador, y descargué un gracioso monologo sobre la mujer actual. Luego lo imprimí y comencé a estudiar. Necesitaba estar preparada para el día siguiente, pues se llevarían a cabo las audiciones para entrar al club de arte.

Cuando leía el monologo por tercera vez, mi madre me llamó con un grito desde las escaleras. Enrollé el impreso y bajé. En la sala Zoe me esperaba, con un balón rosa chicle bajo el brazo derecho y una cinta del mismo tono en la mano izquierda. Suspiré mientras me acercaba y me sentaba a su lado en el sofá.

—Sé que hoy es el día que tu cerebro descansa, pero realmente necesito ayuda —fue su saludo a la par que colocaba la pelota entre sus pies. Me golpeé el muslo con el manuscrito de forma inconsciente, a Zoe eso no le pasó desapercibido—. ¿Qué eso? ¿Estás estudiando? —Apreté mi monologo.

—Algo así.

—Pero si nunca estudias los domi... Oh. —Se interrumpió y luego esbozó una amplia sonrisa que por algún motivo me exasperó.

—¿Qué?

—¿Acaso Madame Promedio Perfecto se siente amenazada por cierto galán de cabellos ne...?

—¡Por supuesto que no! Esto, no son deberes... o bueno...

—Déjame ver. —Me disponía a decirle que no en el momento en que me arrebató el manuscrito. Su sonrisa fue ampliándose a medida que lo leía—. ¿Vas a audicionar para artes dramáticas? —preguntó devolviéndome el monologo, asentí, lo que provocó que un mechón de mi cabello se saliera del moño—. Pero si hace una semana estabas negada a inscribirte a algún club. ¿Qué cambió? —Apoyé la cabeza en el respaldar del sofá y cerré los ojos, Zoe respondió por mí—. Ethan, ¿cierto? —No contesté, lo cual era suficiente respuesta para Zoe. Ella agregó—. ¿No te parece deshonesto? —Me enderecé y la vi con los ojos bien abiertos, ella expuso su idea—. Quiero decir, esto te va a dar créditos extras...

—Él se inscribió para los mateatletas —la interrumpí y al escuchar mi respuesta abrió ligeramente los labios.

—Hagamos esto: ayúdame con un rutina para las animadoras y yo te ayudo con tu monologo.

La guerra nerdDonde viven las historias. Descúbrelo ahora