Parte 39

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Regina esperaba a Henry delante de la escuela. Cuando lo diviso, salió del coche y se dirigió al patio. El muchacho caminó hacia ella y la abrazó.

«Ve a esperarme al coche» dijo la morena al ver a Snow a lo lejos

«De acuerdo»

La reina fue al encuentro de la princesa. Cuando esta la vio, la sonrisa que enarbolaba, desapareció y frunció el ceño

«¿Qué quieres?»

«Tengo que hablar contigo»

«No tengo ganas»

Mary Margaret empujó a la ex alcaldesa para dirigirse a su coche, pero Regina la retuvo

«Snow, por favor»

La maestra puso los ojos en blanco y suspiró

«Te escucho, pero habla rápido»

«Tengo una decisión importante que tomar con respecto a Emma y me gustaría comentárosla, a ti y a David»

«¿Qué tipo de decisión?» preguntó la princesa, intrigada

«He encontrado un modo de curarla»

Mary Margaret abrió los ojos desorbitadamente, tenía ganas de saltar de alegría

«¿Hablas en serio? ¿De qué se trata?»

«¿Cuándo podemos hablar con tu marido?» preguntó Regina

Snow pensó durante algunos segundos

«Mañana, durante la pausa del mediodía, le diré a David que se nos una aquí»

«Muy bien, entonces hasta mañana»

Regina se alejó sin decir una palabra más, dejando a su antigua hijastra pensativa.

Una vez en el coche, Regina condujo en silencio. Henry miraba por la ventaba pensando en su día. Grace le había dicho que le gustaba. Estaba muy feliz ante esa declaración, pero no podía disfrutar plenamente porque no dejaba de pensar en su mamá enferma. Giró la cabeza hacia su madre adoptiva cuando se dio cuenta de que no estaban tomando el camino para ir a la casa.

«¿A dónde vamos?»

«Vamos al puerto, necesito caminar un poco y tengo que comentarte una cosa»

«¿Es grave?»

La reina no respondió y miró la carretera para no hundirse en lágrimas. Tenía que pensar en otra cosa, aunque fuera unos segundos, si no, iba a desmoronarse. Finalmente, Regina paró el coche y bajó, seguida por su hijo. Caminaron en dirección a la playa y la morena no pudo evitar recordar el día que había pasado allí con Emma. Las lágrimas amenazaban con caer y cerró los ojos para retenerlas. Como si hubiera sentido su pena, Henry le tomó la mano. Ella inspiró para darse valor y miró a su hijo.

«Esta mañana fui a ver a Gold para pedirle ayuda para curar a Emma...»

«¿Y? ¿Has encontrado un modo?» preguntó él conteniendo su respiración

«Sí...»

El muchacho comenzó a saltar por todos lados gritando su alegría a la tierra entera. Regina también tenía ganas de gritar, pero no de alegría. Quería gritar todo su odio al mundo y todo su dolor porque sabía muy bien que, fuera cual fuera la decisión que tomara, perdería a la mujer que amaba.

«Henry, para, por favor, cálmate»

Al ver la expresión desconcertada de su madre, se detuvo

«¿Cuál es el precio?» preguntó preocupado

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