V

103K 6.5K 1.4K
                                    

Narra Lucia:

Camino entre los pasillos buscando mi habitación con mi vista esta levemente nublada por la ira contenida. Llevo mi mano temblorosa a mi rostro y quito cualquier rastro de lágrimas para luego tomar aire. Maldigo el día en el cual mi abuela abandonó la vida. Cuanto deseo estar entre sus brazos, recibiendo su cariño a la vez que escuchaba sus lindas y dulces palabras. Era tan reconfortante, algo que pensaba era seguro para toda la vida ahora se ve tan lejano, completa y tristemente imposible.

Tan absorta en mis pensamientos estaba que no me concentré en lo que debía: mirar el camino.

Caí de bruces al suelo, lastimando mi espalda en el acto. Fue ahí cuando solloce, esto sobrepasaba mis límites. Era débil no podía tratar de cubrirlo con falsa valentía momentánea. Llevé mis manos a mi rostro aún en el suelo con furia y tuve que hacer fuerza para retener el grito de impotencia que quería escaparse.

— Lo siento tanto — escuche una voz dulce pero aún con ese toque varonil. Detuve mis sollozos y me levanté o al menos intenté hacerlo. Un gemido adolorido brotó de mis labios al instante que una punzada recorrió mi columna— hey, no te muevas ¿Dónde te duele? — miré al chico y me detuve en hacerlo. Era un hombre hermoso. Poseía unos oscuros ojos rasgados, una pequeña nariz y unos labios rosados y carnosos. Aun así, con todos esos hermosos y exóticos rasgos lo más que llamo mi atención fue el cabello naranja que poseía. Lo hacía lucir joven y aún más lindo de lo que ya era. — ¿Estás ahí? — parpadeé y volví a enfocarle.

— Sí...yo, sí estoy aquí — hice ademán de levantarme, pero no pude con el dolor que había poseído mi espalda baja.

— ¿Te duele ahí? — señalo el lugar donde mi mano inconscientemente se había posado. Apenada asentí. — tranquila, déjame ayudarte— paso un brazo por debajo de mi hombro y con su otro brazo rodeo mi cintura. Con cuidado me levantó. — ¿Dónde te llevo? — lo miré y no supe que decirle. Las palabras habían escapado de mi mente dejándola desolada.

—Mi habitación, no sé cómo llegar— susurré aún algo desorientada.

— ¿Eres del servicio? — preguntó y asentí luego de unos segundos— yo igual— lo mire extrañada, no había visto ningún chico que perteneciera al servicio— mesero en fiestas, jardinero por lo general— me dio una leve sonrisa, se la devolví como pude— vamos.

Empezó a caminar conmigo reguindada de él. Trate de memorizar los pasillos mientras caminábamos, solo me concentre en ello. Fue tanta la concentración que no note cuando llegamos al pasillo donde se ubicaban las habitaciones. Al instante vi la mía, 47.

— ¿Dónde te dejo? — señalé la puerta y emprendió de nuevo el caminar.

— Gracias y perdona mi torpeza, no miraba por donde iba— me disculpe apenada.

—Yo igual iba distraído, además no fue nada— rasco su nuca— por cierto, soy Seung Cho.

— Lucia McCall— le Sonreí.

— Un placer — se inclinó un poco y luego volvió a su postura anterior— si necesitas ayuda no te contengas y dime lo que necesites, mi habitación es justo esa— señaló la puerta 49 que era justo a mi lado.

— Lo tendré en cuenta, gracias de nuevo— me sonrió mostrando su blanca dentadura.

— No fue nada, nos vemos luego— y se marchó. Una vez no vi rastro de él entre a mi habitación. Caminé adolorida hasta mi cama y me dejé caer sobre ella. Suspiré y miré el tocador con lástima. Un uniforme se encontraba en él, era prácticamente igual a los otros, azul marino y blanco. Solo tenía dos pequeños detalles que lo caracterizaban; era más corto que los demás y tenía una insignia en una de sus mangas con la letra "S" en dorado a comparación de las demás que lo tenían plateado. Por lo demás era exactamente igual.

Me senté en el borde de la cama y miré la prenda.

"Eres un objeto más en esta casa."

Rechiné mis dientes y tomé de mala manera la ropa, arrugándola un poco en el proceso. Me miré por última vez al espejo y luego entre al baño. Me saqué con pesar el hermoso vestido y lo doblé cuidadosamente dejándolo sobre el retrete. Alargue mi brazo hacia el lavabo y tomé esta vez el uniforme para luego ponérmelo. Salí del baño con el vestido en mis manos, decidí guardarlo en la gaveta más cercana a la cama. Por último, me deshice de las zapatillas y las dejé junto al vestido. Para completar mi vestimenta tome los zapatos negros y me los coloque, no eran de mi tamaño, pero no me molestaban del todo. No me quise ver al espejo. ¿Para qué? ¿Para ver como terminé, como una esclava? No deseo hacerlo.

Salgo de la habitación y me quedo parada a medio pasillo. ¿Qué debo hacer? Miro dudosa la puerta de Seung, ¿Estará ahí dentro? Cuando voy dispuesta a tocar aparece Malia de la nada con una sonrisa amable.

— Veo que ya estas listas, ven conmigo— empieza a caminar y la sigo. — me ayudarás en la cocina ¿te parece? — asiento sin ánimos de hablar y ella lo nota— te acostumbrarás— me anima, le doy una leve sonrisa y sigo sus pasos. — te presentaré a todos, Nora es muy maja, es la cocinera. No se si la recuerdas, ¿La mujer que te maquilló y arregló? —asentí— es ella, es como una madre para los más jóvenes, como tú y yo. También está Lisbeth, es una monada. Tiene 6 años y ayuda en lo que puede— frunzo el ceño.

— Es una niña apenas— murmuro. Malia sonríe con tristeza.

— Su madre murió al dar a luz. Según Nora, era una buena mujer, joven. Al parecer, supongo yo, al comprarla no se dieron cuenta que estaba embarazada y nació aquí. Ahora tenemos una pequeña princesa a la cual todos queremos y cuidamos. De seguro tú lo harás igual. — Sonreí un tanto emocionada por verla— de igual forma esta Mildred, la encargada de la limpieza. También la conoces, la señora manda más, ella no es para nada sociable, es una bruja piruja. — hace una mueca de desagrado y rio, no dudo que así sea— y por último, pero no menos importante: Seung, es el jardinero y una delicia de persona. Es muy amable y tierno. Y como dato curioso viene de Corea del Sur.

— Creo que ya lo conocí— digo tímida. Miro el lugar donde nos encontramos. Sin duda es la cocina. Muchas mujeres se mueven de un lado a otro llevando platos y copas.

— Ese chico— niega divertida. — ven, nosotras vamos a lavar platitos— me jala hasta unos enorme fregaderos repletos de platos con rastros de comida. Toma la pluma y la abre, esparce jabón en una esponja y empieza a frotar los platos. La imito y empiezo mi tarea. Mientras charlamos y ella me explica cómo comportarme y que hacer de ahora en adelante:

Siempre tratar con respeto a cualquiera que no sea del servicio.

Agachar la cabeza en todo momento mientras se está con los Señores.

Seguir ordenes al pie de la letra.

Evitar a toda costa encontrarse con los Señores si no es requerido.

Y muchas otras reglas absurdas que estoy obligada a seguir.

Mientras restriego el plato lleno de lo que supongo es queso me decido por dar un vistazo a la cocina. Al final de cuentas es aquí donde pasaré la mayoría del tiempo. Primero observo los grandes hornos y las estufas modernas, luego paso a los refrigeradores para terminar en los gabinetes. Era casi del tamaño de mi casa, o al menos la que solía serlo.

— Este lugar es gigante— exclamo sorprendida. Malia ríe y me mira divertida.

— Esta es la cocina general, la privada esta al otro lado de la sala principal. La general es para eventos, la otra es para diario. — asiento confundida. ¿Por qué tantas salas? Al final es para lo mismo que se utilizan; preparar comida. — es exagerado, pero así son. — se encogió de hombros y siguió su trabajo. Enjuague con agua el plato y lo seque luego con un pañuelo. Tomé otro más y empecé el mismo procedimiento.

Por simple curiosidad miré la entrada de la cocina. Seung entraba por ella con una bandeja vacía en las manos. Su rostro no tenía ninguna expresión, estaba neutro pero parecía decaído. De un momento a otro miro en mi dirección y me dio una hermosa sonrisa, logrando que sus ya rasgados ojos casi desaparecieran en una línea. Sonrojada le devolví una tímida sonrisa, me había descubierto mirándole. Volví a mi trabajo.

— Tomatito— susurro Malia a mi oído. Bufé escuchando su risa.

^Editado^

Esclava de su palabra Donde viven las historias. Descúbrelo ahora