XXIII

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Narra Lucia:

Miraba por la ventana y admiraba el cielo lleno de nubes violáceas. Era lo único que podía ver, literalmente, además del camino iluminado por los focos del auto. Algo que no variaba entre tierra seca y rocas.

Llevábamos media hora de recorrido y en ese tiempo, ninguno había dicho palabra alguna. Seung estaba concentrado en el camino y yo no dejaba de mirar fuera del coche. Sin embargo, no era molesto ni penoso. Era totalmente comodo, tranquilo. Ambos sabíamos que estabamos ahí, y que estabamos felices de estarlo.

Dejé de observar el triste cielo y miré mi mano unida a la de mi novio. Él se habia encargado de tomarla desde que había arracado y desde entonces no la ha soltado. Estaba comoda y feliz con ello, me transmitía seguridad y calor, algo que solo él lograba hacer. Sonreí al sentir la caricia de su pulgar en mi piel. Se la devolví y observe su reacción. Una linda sonrisa de esas que trata de esconder porque traen un tenue sonrojo con ellas.

Enfoque mi vista en la carretera que empezaba a verse. Ya estábamos saliendo del espeso bosque. Eso solo me dejaba saber que estabamos un poco más lejos de la oscura mansión mansión y un poco más cerca de nuestra deseada libertad.

Al fin.

♠♣♠♣♠♣♠

Despierto a causa de los movimientos que siento a mi alrededor. Con algo de esfuerzo abro mis ojos dejando que la luz del sol recién salido impacte contra mi rostro. Giro mi cara y la oculto contra el pecho suave y cálido de la persona que me carga. Miro hacía arriba y me encuentro con la piel pálida de Seung y sobre nosotros un cielo despejado con un azul claro mezclado con algo de naranja, normal en un amanecer. Giro un poco mi cabeza solo para encontrarme con arboles altos y frondosos.

Entonces, me despierto completamente. Lo último que recuerdo fue ver algunas montañas mientras ibamos por una carretera ligeramente transitada. El pelinaranja nota mi aturdimiento y me sonríe con ternura.

— Ya está, ya somos libres— me susurra con voz melodiosa. Quedo paralizada mirándolo. Eramos...libres.

¡Eramos libres!

Sin pensarlo me abrazo a su cuello y empiezo a reír. Una risa alegre junto a lágrimas de felicidad. Seung acaricia mi espalda y da besos en mi coronilla.

— Aqui viviremos, ¿Te gusta? — me separo un poco y miro hacia el frente. Quedo impresionada y maravillada. Era una pequeña casa de madera oscura, algo moderna y bien cuidada.

— Es hermosa— comento. Seung asiente satisfecho y me lleva adentro aún entre sus brazos. Me sonrojo un poco al notar mis ropas y la posicion en la que Seung me mantiene.

Es la misma ropa con la que salí aquel día de mi casa a comprar comida. Consistía en un pequeño traje azúl pálido que me llegaba escasamente a la mitad del muslo junto a una bufanda roja y mis botas desgastadas. No me gustaba estar tan expuesta pero no tenía más. Sin embargo, ese no era exactamente el problema. Sino el contacto de la piel de mi novio contra la mía.

Con su brazo derecho sostenía mi espalda y con su izquierdo mis muslos, de paso apretaba la corta falda contra mi piel evitando que mi ropa interior quedara expuesta. Me pareció un acto tierno de su parte, y lo agradecía, pero no estaba acostrumbrada a ese tipo de contacto. Me ponía nerviosa.

Me deja en el suelo con mucho cuidado para luego cerrar la puerta. Hago una mueca cuanto mis piernas se estiran, el estar tanto tiempo sentada tuvo consecuencias. Me estiro un poco y miro curiosa mi alrededor. Si por fuera la casa era hermosa, por dentro no dejaba nada que desear. Era acogedora y totalmente cálida.

Esclava de su palabra Donde viven las historias. Descúbrelo ahora