LIII

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Narra Stephan:

— Felicidades Stephan ¿y la pequeña? —  la mujer de cabellos castaños me sonrió mientras buscaba con la mirada a Khloe.

— Con su madre— ella asiente y da un beso a su marido para luego perderse entre la multitud.

— Salvatore— estrecho la mano que el pelirrojo de ojos grises me tiende.

— Lombrad— una sonrisa ladina surco sus labios a la par que metía su mano izquierda en su bolsillo delantero.

— Otro año de vida, felicidades— tarareo un 'hm' desinteresado y miro la multitud. Otro año donde soporto a todos estos hipócritas. Desdicha era la palabra perfecta. —¿Eh? No pareces muy feliz. ¿Mal de amores otra vez?

— Hoy estas muy hablador ¿no? — lo fulmino y él ríe.

— Siempre lo estoy amigo mío, siempre — palmea mi hombro y pasa a mi lado.— hablamos luego.

Bufo por lo bajo y desaparezco de la sala. Necesitaba espacio, soledad y sobre todo; silencio.

Una vez sentado en mi despacho me permito suspirar con cansancio. Vaya mierda de día.

Tomo la botella de Vodka a mi lado y tomo directamente de ella. Frunzo un poco el ceño cuando el líquido baja como fuego por mi garganta. Se sentía bien, aunque el sabor nunca me ha gustado del todo. Doy otro tres largos y fuertes tragos más antes de dejar la botella ya vacía de lado.

— La vida es una hija de puta— murmuro mirando el techo. — una verdadera hija de puta.

— Stephan, las visitas preguntan por ti— Edward me mira indiferente desde la puerta. — eres el anfitrión, actua como tal.

— Por mí que se jodan, yo no los invite de todas formas.

— Esto no es sólo por ti idiota, Khloe también cumple hoy. Deja de ser tan egoísta por un puto día de tu asquerosa vida.

— Lárgate — siseo, pero el sólo me mira— ¡Que te largues he dicho! —  la botella de cristal explota cuando choca contra la pared a su lado. Me reprime con la mirada antes de salir por la puerta y perderse entre los pasillos.

Egoísta.

Lo soy. Soy un monstruo egoísta. Pero odiaba admitirlo. Me odiaba a mi mismo como nunca lo he echo antes.

Un odio mortal que ha seguido creciendo en mi interior desde aquel día.

Desde que Lucia me dejó para siempre.

Veinte años atrás: Mansión Salvatore

— No —  Joel empujó al doctor y entró a la habitación. Yo en cambio me quede allí.

Estático. Sin moverme un centímetro. Esto no está pasando. Esto no es real.

Tal vez lo entendí mal. Tal vez el no se refiere a ella, quizás...

— ¡NO! — el grito desgarrador y lleno de dolor de mi hermano menor taladra mi pecho como una bala envuelta en llamas.

Miro al doctor sin expresión, aún así, rogándole con la mirada que desmintiera las conclusiones que mi cabeza había formado.

Ella no podía...

— Lo lamento mucho Señor— niega con tristeza, sin mirarme. Es tan cobarde que ni siquiera me mira.

Esclava de su palabra Donde viven las historias. Descúbrelo ahora