XVII

63.2K 4.3K 803
                                    

Narra Lucia:

No sabía cuanto había pasado desde que estabamos abrazados. Tal vez minuto o horas, no lo sabía, tampoco me importaba. Estaba feliz. Los brazos de Seung eran mi lugar favorito. Sentía el pálpito de su corazón y podía disfrutar de su colonia. No quería separarme de él. Nunca.

Estaba más allá del cielo. Pero, una pregunta me rodeaba la cabeza sin dejarme en paz. ¿Podría ésto funcionar? ¿Lo estaría poniendo en riesgo?

Seung pareció notar mi estado y no dudo en acariciar mi rostro. Pareciera que supiera lo que pensaba y como actuar al respecto.

—Todo estará bien—besa mi frente y acarcia mi cabello.

— Pero Seung, él no permitirá esto, yo no quiero que te haga nada.— murmuro entristecida.

—Él no importa. Ya no más. Yo te sacare de aquí Lucia. Te llevare lejos, a un lugar donde podamos vivir tranquilos. Empezar una nueva vida juntos. — el toque dulce en su voz junto a su mirada brillosa y llena de seguridad no hizo más que hacerme sentir totalmente segura de sus palabras.

—¿Cómo? — acaricio sus manos.

— Lo planeare todo perfectamente y cuando este todo listo, te diré. Las paredes oyen, princesa. Ten cuidado—asentí y luego me sonroje. Princesa. — eres hermosa— acarició mis mejillas encendidas y besó con delicadeza una de ellas.

— Basta— susurre con dificultad y oculte mi rostro entre mis manos. Mi corazón golpeaba con fuerza y rapidez contra mi pecho y el calor en mi rostro aumentaba por momentos. El efecto que causaba él en mí, era totalmente increíble. Escuche su suave risa y luego sentí su tacto, quitando mis manos de mi rostro.

— Me encanta tu rubor— toma mi mentón y alza mi rostro. — no lo ocultes. —lo siguiente me toma por completa sorpresa. Sus labios chocan de manera fugaz contra los míos. Un beso, de al menos un segundo. Pero había sido el primer beso que había dado en toda mi vida. Ya para ese momento mi rostro estaba totalmente rojo. Lo miré sorprendida. Un leve rubor cubría sus pómulos. Mordí mis labios y miré el suelo, para luego reír. Él me miró y rió conmigo.

— A mi tambien me gusta tu rubor—digo con algo más de seguridad. Él me sonríe y besa mi mejilla.

— Me alegra oírlo— se acuesta en la cama y me hace una seña. Me acerco y me acuesto a su lado, algo alejada, pues no me atrevo acercarme más de la cuenta. Me mira con seriedad y me toma de la cintura, con cuidado, me acerca hacia él; de manera que quedo con la cabeza sobre su pecho y me pecho pegado a su costado. Suspiro por lo bajo y lo abrazo con confianza. —aún no puedo creer que hayas aceptado— murmura. Lo miro y le sonrío.

— Aceptaría una y mil veces si fuera necesario—hago círculos sobre su pecho y sonrío cual tonta.— Te quiero. —escucho el rápido palpiteo de su corazon y cierro mis ojos.

— Yo también te quiero, Lucia- empieza a acariciar mi cabello. Dando gratos y relajantes masajes. —saldremos de aquí, lo más pronto posible. Te lo prometo.— asiento con lentitud. Estaba algo cansada y sus caricias me estaban llevando poco a poco a los brazos de morfeo.

♠♣♠♣♠♣♠

Lo que los dos enamorados no sabían era que tras aquella puerta de madera, alguién había escuchado todo. Alguién que no debió hacerlo. La envidia, el odio y el mal en sí, corría libre por su venas. Su vida había sido miserable y cuando creyó, tener una oportunidad, todo se fue a la basura. Con eso, llego a la conclusión; Si la felicidad no le pertenecía, entonces, no le pertenecería a nadie. Pudriendo aún más con ello su alma. Aquella mujer, estaba dispuesta a todo con tal de ver caer a la niñata.

Sin embargo, justo en la esquina de aquel pasillo. Un hombre, sabio cuanto menos, observaba a aquella persona con tranquilidad. Le conocía, y sabía que no era más que una víbora venenosa. Y estaba dispuesto a detener cualquier mal acto de su parte. Pues la chica que estaba en aquella habitación había tocado su corazón y estaba decidido a protegerla, de cualquier manera. No importaba la forma, el la protegería de todo.

♠♣♠♣♠♣♠

Narra Stephan:

Estaba totalmente irritado. No dejaba de dar vueltas en el despacho. Mis hermanos, ¡Esos imbeciles! Me habían declarado la guerra y todo por ella. Por esa maldita esclava. ¿Acaso había perdido el respeto en esta casa? Yo era el amo y señor de todo lo que había en el lugar. Podía hacer lo que quisiera y cuando quisiera, no necesitaba pedir alguna aprobación. Si quisiera podría matar a la esclava con tan sólo un golpe. No necesitaba más.

No sabía que aquella chiquilla me iba a dar tantos problemas. Aparte de ser insolente y patética, ha puesto a mis hermanos en mi contra. ¡Era el colmo! Y para empeorarlo todo. Varios pensamientos sobre mis actos empezaban a hostigarme y sentía una leve opresión en mi pecho. ¿Estaba sitiendo culpa? ¿Remordimiento? No podía sentir aquello por la esclava, me negaba, era algo estúpido, ilógico. Ella existía para complacerme, para ser mi comida.

No entendía a mi hermanos.

¿Que ven en ella para que todos esten de ese modo? Yo solo veía una saco de sangre caliente. Una esclava. Eso solo empeoraba mi ánimo. El no entender, que no me salieran bien las cosas y que empezara a sentir aquellas mierdas me molestaba de sobremanera. No lo resistía.

No podía sentir remordimiento. Sólo era la presión que mis hermanos estaban ejerciendo sobre mí, solo eso.

Con eso en mente salí del lugar rumbo a la cochera, saldría por un buen rato. Tenía que ver alguien. Tenía que desahogarme y lo más rápido posible.

^Editado^

Esclava de su palabra Donde viven las historias. Descúbrelo ahora