12.Familia.

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Después de una memorable noche.

Heber recostado en su cama no conciliaba el sueño y seguía todavía con la tonta sonrisa.

Era infinita, nunca acababa, y la misma era solo por una persona: francisca.

...

Al próximo día, Heber no halló descanso en ningún momento. En la noche se había pensado con calma que lo mejor era verla a las ocho de la mañana. No quería que se molestara por llegar tan temprano.

Su sonrisa tenía vida propia y venía de a ratos, sus músculos faciales se encontraban ya fatigados por tanto sonreírse, sin embargo, aún sonreía.

—¡Heb! ¡Ven aquí que acaba de venir alguien muy especial!

—Francisca—dijo animado.

Salió de la cama en un rápido trote mientras se peinaba el pelo con ambas manos.

Bajó las escaleras con agilidad y ya se encontraba en la cocina. Su corazón se estallaba en emoción.

Y se topó con una desagradable sorpresa, disminuyó el paso de inmediato.

Era su tía, o mejor dicho como él mismo le apodaba.

La tía cansona de la familia: Doña Josefina alias la «cachetes locos». Le decía así porque apenas al venir siempre le estrujaba los cachetes como si no hubiera un fin. Y así mismo lo hacía.

—¡Hebin! ¡Cómo estás de grande! ¡Ven aquí sobrinito!—Fue caminando directo a Heber tomando sus cachetes y abrazándolo con ganas.

Prácticamente lo dejaba sin aire.

Era joven, gorda de caderas anchas y piernas voluminosas, tenía solo 25 años, pero le doblaba la edad al estar con su pequeño sobrino. Parecía una abuela y era la hermana menor de su madre.

—¡Tía!—exclamó con fuerza.

—Pero, ¿Qué pasa «sobri», no te contenta verme?

—Sí... Pero me quitas el aire—dijo sin fuerzas.

—Ah—Lo soltó. Heber fue a parar al suelo apoyando los brazos al piso y respirando con desesperación.

—¿Cómo vas Cecilia?—replicó Josefina.

—Bien—contestó mirando al suelo.

—Qué lindo—Cerró sus dos palmas e inclinó la cabeza.

—Sí, ¿y a ti cómo te fue en las Malvinas?

—Sí, muy bien. Aquí traje varias cosas—Se agachó a tomar una bolsa que estaba en el suelo al lado de su pierna, la agarró y se elevó de nuevo—Mira para ti, te traje esto.

Relució un precioso vestido largo blanquecino. Cecilia lo recibió.

—¡Ay! Muchas gracias, lo usaré cuando sea de edad.

—Cuando seas abuela querrás decir—Miró a Heber con picardía.

—Puede ser muy pronto. Mi bebé ya tiene novia.

—¿Qué?—Su rostro se encontró en sobresalto—. ¿Y quién? Esa chica que siempre lo rechazaba y botaba no sería...

—Sí, ella es—aseguró, orgullosa.

Heber se tapó la cara al escucharla. Sabía que su tía era muy celosa y escandalosa.

—Ah, con que así es... Ven aquí...—Se acercó a Heber.

—¡Madre! Para qué le dices eso...—exclamó reprochando, pero no podía contener la sonrisa al recordar por milésima vez que Francisca era por fin su novia.

Josefina lo abrazó muy fuerte y le dijo:

—Te felicito Heber, como estás de grande... Y yo que quería ser tu primera novia cuando tuvieras dieciocho...—dijo desilusionada—. Pero me alegro mucho por ti. Por fin es tu chica. Ahora debes cuidarla mucho y quererla por siempre.

Sorprendido por las hermosas palabras, nunca se imaginó esa respuesta de su parte, se esperaba una rabieta como acostumbraba, aunque no fue así. Él solo respondió tímido:

—Sí...

Dejó de abrazarle y luego sacó algo de su bolsa.

—Aquí está para ti, hermoso sobrino. Ten.

Heber la sostuvo con mala cara al abrirlo. Era una espantosa camisa rosa, con un corazón en medio, que poseía escrito en mayúsculas: «YO AMO A MI TÍA».

—¡Póntela, póntela!—Sugirió su madre con gracia.

—¡No ma...—Vio a su tía con el mejor chantaje de todos; abrir sus ojos grandes como un encantador gato y él no resistió a su mirada... y replicó—: Bueno, bueno... Ya me la pongo.

—¡Sí!—exclamó Josefina, emocionada.

Al rato, Heber apareció bajando de las escaleras y se presentó ante ellas.

Su madre no contuvo las risas, Josefina gritó:

—¡Pero qué hermoso te ves! ¡Muy lindo!—Finalizó entre carcajadas.

—¿De verdad?—Heber maldecía entre murmullos, disgustado.

—¡Sí! Te ves lindo para salir con tu novia, guapetón.

—No te ves tan mal hijito, te ves simpático y eso agrada a las chicas—dijo su madre picándole el ojo.

Cada nuevo segundo incrementaba su autoestima de forma considerable hasta que frenó los halagos.

—Listo, hoy veré a Francisca con esta camisa. Ya me decidí—contestó miedoso pero confiado.

—¡Sí! Le encantará verte, ella pensara que eres un chico amoroso y de familia. Eso les gusta a las niñas, ¿verdad Cecilia?

—Sí—replicó con risas.

—Bueno madre, iré a ver a Francisca. Chao—Heber se marchaba pero una voz le detuvo el paso.

—¡No tan rápido muchacho!—contestó su madre—. Tienes que jugar con tu tía...—Interrumpió Heber—No lo digas...—refunfuñó con desagrado.

—Sí, debes tomar el té con tu tía.

—¡Sí!—Josefina izó las manos con diversión, como una niña de seis de años.

Entretanto Heber soltaba una insolencia mirando hacia arriba sin vociferar una sola melodía.

Noche de brillo azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora