13.Reto.

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Sentados como cada año, al ser ley y no excepción aquella vez, en la idéntica mesa de color morado con blanco del abuelo. Se hallaba Josefina de sonriente cara y Heber con lo contrario estampado en su rostro: odio total.

Las sillas eran de unos cuarenta centímetros de altura y la mesa era pequeña. Lo era tanto que Heber no conseguía hacer entrar sus larguiruchas piernas dentro de ella, estaba de medio lado con ambas hacia fuera.

—Sobrino...—dijo Josefina con los ojos cerrados en plena armonía—. Haz entrar ambas piernas a la mesa. Es de mala educación no hacerlo—Advirtió mientras apoyaba su taza de té en la mano derecha y con la otra el plato que lo sostenía.

Él sólo inhalo muy apresurado con una cara al borde del descontento y dijo, muy suavemente:

—Está... bien.

Descendió un poco su figura de la silla e introdujo con dificultad las dos piernas. Se empujó con torpeza hacia dentro e hizo mover la mesa—Con cuidado—añadió su tía en plena bebida.

—Listo—contestó despectivo y con los labios en forma de media luna hacia abajo.

—Ahora toma tu té.

—Será pan comido—replicó dubitativo.

—Shh, silencio que estoy hablando con los dioses del té—susurró.

—Ok.

Muy tembloroso, acercó su brazo a la tacita de té y la empuñó. El líquido permanecía a la raya, un minúsculo movimiento en falso y salpicaría todo en la mesa. Cada año cometía el error de hacerlo.

«Vamos... —meditó, muy concentrado—. Lento».

Ascendió progresivamente y a medio trayecto del camino comenzó con la agitación.

Ralentizó el curso de la taza e incrementaba el temblor en sus manos. Estaba en problemas.

Estando cerca de su boca, empezaba algo parecido a un terremoto en su brazo y paso a paso transpiraba al punto de sudar toda su frente, sin embargo, de milagro no se le había regado ni una gota.

Bebió del té con suma calma y bajó la taza con soltura. Su tía tenía un ojo entreabierto observándole y al final sonreía como si hubiera tenido el hijo que nunca tuvo

—¡Lo lograste!—gritó como una loca. Heber agitó su brazo por el susto ocasionado y derramó todo el té en sus pantalones.

—¡Tía! Me hiciste derramarlo...

Para colmo en el mejor pantalón que tenía.

—Eso no importa. Por fin lo conseguiste.

—Sí... Pero mis pantalones no.

Josefina carcajeó con la pataleta.

—No te preocupes sobrino—admitió serena—, para eso te traje un pantalón.

—No...—negó con la cabeza. Sabía de los horrorosos gustos de su tía—, por favor...

A los minutos entrantes, Heber salió de su cuarto con sus nuevos pantalones.

Blancos como la nieve y con un botón de cierra y cremalleras color de rosa que cerraban desde afuera. Conservaba la misma camisa que le había regalado su tía. Se veía infantil y burlesco a reventar.

—¡Dios!—gritó Josefina—, ¡Qué precioso te ves!, ¿No se ve hermoso?

Su madre, muerta de risa al verlo, contestó de forma adorable.

—Sí. Te ves diferente mijito, y muy «galanesco»—Volvió a reír con ganas.

—Mamá... —masculló.

—No le pares sobrino, de verdad te ves hermoso. Todo un «Elvis Presley».

Heber tenía a la mano un espejo y se veía en él. Aprobaba cada una de las frases dichas aunque llamaba mucho la atención los colores que usaba. Te encantará Francisca—susurró gozoso.

—Me voy madre. Hasta luego Tía.

—Cuídate—replicó su mamá.

—Ven aquí y te doy un abrazo sobrino.

Él se acercó y recibió el abrazo.

—Te quiero mucho—dijo Josefina.

—Igual—contestó seco, Heber en el fondo la adoraba. Ella sonrió firmemente.

Y Heber partió a vivir el mejor de sus días con su único amor.

...

Cuando iba encaminado, tenía mucho miedo. Pensaba que quizás todo sería un sueño e iba a despertar brusco y de golpe. Estaba ansioso y sus piernas temblaban.

Después, llegó donde Francisca y tocó la puerta con incertidumbre almacenada entre sus labios.

Nadie le abrió.

Volvió a tocar pero antes de hacerlo surgió una señora abriendo, la madre de Francisca: Doña Cleotilde.

—Ho—Hola... ¿Está Francisca? —preguntó tímido.

—¿Y tú quién eres?

Heber quedó petrificado sin respuesta al escucharle. Supuso que tal vez Francisca no le había dicho nada a su madre. Quizás no le permitían tener novio.

—Hum... Muy bien joven. Ella no está, salió hace un rato con un amigo.

—¿Con Camacho?

—Creo que esta con uno de esos pelagatos zarrapastrosos que gustan de ella.

Heber sintió una puñalada en el pecho y eliminó los malos pensamientos sobre su novia, así que al final decidió ir por ella.

—Gracias Doña Cleo—Ella no contestó.

Luego de irse, Heber terminó abrumado solitario por la ruta, ya que él era uno de esos pelagatos que estaba detrás de su hija, mencionados por su futura o mejor dicho única posible suegra.

Merodeaba por cada rincón del pueblo y Francisca no aparecía; el reloj marcaba las 12:00 pm.

Su preocupación se acrecentaba y sus planes también. Porque luego de verse con Francisca, quería irse a jugar con Ciro a tin tin colorado pero se cancelaron sus planes por la huida de Francisca.

Decepcionado de sí mismo, se sentó en una de las sillas cercanas a la mini plaza del pueblo, donde se encontraba la fuente de agua octogonal de piedra.

Llevó ambas palmas de la mano a su cara y dijo decepcionado:

—Lo sabía... Aquella noche era una mentira. Francisca no me...—Se escuchó en las lejanías el grito de una chica.

—¡Corazón!

Heberalzó la cabeza en confusión. ¿Corazón?—replicó corto. Precisó su vista y vioque era Francisca.

Noche de brillo azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora