35.Decisión.

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Unos extensos y tortuosos compases de tiempo fueron fundamentales para suavizar los constantes lloriqueos de su madre, que estaba afligida desde dentro, no había ojos para observarle, pues lo había perdido todo y solo restaba su hijo después de tanta maldad suscitada por el destino de la noche.

—¿Quieres comer?—dijo pausada con mínima sonrisa.

—Sí, madre, tengo hambre. Si quieres te ayudo a hacer la comida.

—No, yo la haré. Quédate ahí sentado—Heber sonrió agridulce, su madre era lo más genial que existía. Su fortaleza le inspiraba a cerrar los ojos y creer que si había salvación.

Media hora después, le colocó en la mesa un delicioso plato de huevos revueltos, carne de lomito y ensalada del jardín con jugo de cerezo. Ella también posicionó su plato en la mesa.

—¡Gracias madre! Se ve delicioso.

—Gracias mi niño, come con gusto que todo es para ti.

Ella marchó para irse a dormir y Heber entendió el segundo plato en un santiamén.

—Madre...—dijo fragmentado, girando a verle.

—Dime...—Frenó el paso y lo observó un escalón antes de subir.

—¿No vas a comer?—replicó confuso. Ella sonrió de medio lado conmovida.

—Siempre comía sola hijo, pero tu padre se levantaba y me acompañaba...—Bajó la mirada al suelo y la volvió a elevar—. Le gustaba verme comer...—Mojó sus labios con la lengua, y su mirada se perdía de a ratos—. Luego, le hacía el desayuno a él y... —Vio a Heber con forzada sonrisa—, a ti... Come, que es para ti...—Sonrió con los ojos sumergidos en tormento y subió.

Heber, anonadado, no mostró efecto a aquellas palabras y esperó a que su madre ascendiera y cerrara la puerta. Lo hizo.

Y Heber cambió la frialdad de su imagen con gran aparición de lágrimas en sus mejillas sin evitar su irremediable paso, apoyó los codos en la mesa y tapó su rostro con ambas manos. Había comenzado a llorar como un niño que se quedaba sin sus juguetes.

Su madre disfrutaba complacida sin parar de servir la comida. Heber abrió los ojos y con su boca abierta queriendo emitir alguna palabra interesante, quedó mudo por completo, pues todos voltearon a mirarlo con una gigante alegría familiar, justo como era en los encuentros de familia.

Las lágrimas no dejaban de recorrer sus mejillas.

—Volverán. Lo sé...—Limpiaba sus mejillas. Cerraba sus ojos y más lágrimas brotaban, luego los volvió a abrir sentenciando—: Lo prometo.

Las imágenes de ellos se esfumaron de su mente y Heber se elevó con sonrisa de triunfo.

—Todavía estás conmigo madre...—Susurró—. Te protegeré hasta el final—Cerró el puño con decisión—. Mañana acabaré con esto de una vez. Prepárate Francisca...

Respiró muy hondo y exhaló despacio. Tragó dura saliva y remató:

—Para rechazarme otra vez.

Noche de brillo azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora