18.Golpe bajo.

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La noche bajaba con su luna complaciente y el atardecer se escapaba de los simples ojos que no lograban ver más allá de la montaña. Heber cronometraba unas seis horas y veinticinco minutos con cuarenta y dos segundos, sentado en el mismo lugar y con su alargado trasero arrimándose desde una esquina para la otra.

Luego de tanta espera, por fin la puerta tronaba con voces... Heber se posicionó en modo de atención extrema con la mano a orejas de la puerta para direccionar el sonido hacia su oído. Consiguió escuchar un poco.

—Dale el beso. ¿Qué esperas? —replicó Kendry.

—No tengas miedo. Se muere por ti, él no te va a voltear la cara—aseguró Fabiana.

—Hasta luego Faby y si eso haré.

Heber rápidamente regresó donde estaba y se formó una estatua con su cuerpo, se reía sin parar.

«Tiene miedo de besarme ¡Ay Dios! ». Se empezó a carcajear con fuerza en la soledad. Pronto abrieron la puerta.

—Aquí sigues corazón—Francisca sonrió impresionada—. Pensé que te cansarías.

—Nunca—Sentenció Heber. Ella volvió a sonreír con más gusto y bajó la cabeza.

Kendry conservaba ambas manos cerradas formando un puño junto a su cachete, los miraba con la cabeza inclinada, abarrotada de irreprochable ternura. Fabiana quería vomitar.

—Hasta luego chicas—Tomó el brazo de Heber y se unió a él—. Mañana nos vemos.

—¡Hasta luego, cuídense mucho!—replicó Kendry sonriente.

—¡Váyanse ya! me enferman todos—contestó Fabiana enojada. Todos rieron, en especial Heber.

...

Durante su caminata a casa, Francisca habló.

—Lo siento. No quería hacerte esperar tanto—dijo con lamento.

—No tienes nada que sentir. Yo espero por ti con gusto—Francisca sonreía sin parar.

—Qué lindo eres—Francisca admiró al cielo y apuntó con su índice arriba—, ¡mira el cielo! ¡Qué hermoso!

La noche, lejana de ser azul como aquella vez, alumbraba con llenura de estrellas y con figura de luna llena. Había varias estrellas fugaces.

—Pide algo—dijo Heber.

Francisca cerró los ojos con una sonrisa de oreja a oreja y pidió lo que deseaba en su corazón.

—¡Listo!, ¿Y tú?

—Ya lo pedí—admitió agradable.

—¿Qué es?

—Es secreto.

—¡Eso no se vale!

—Entonces si no se vale, dime ¿Qué pediste tú?

—La paz mundial.

—¿De verdad pediste eso?—dijo entre risas.

—Sí. ¿Qué? ¿Es un mal deseo?—preguntó a la defensiva.

—Para nada—susurró con amor—. Es hermoso y lleno de bondad y de cosas buenas.

Francisca sonrió con gran agrado y dulzura a la puesta de sus ojos.

—Ahora dime el tuyo.

—No necesito decírtelo.

—¿Por qué?—Colocó mala cara.

—Por qué ya se cumplió. Era estar contigo.

Francisca detuvo el paso y atrajo a Heber lentamente para tenerlo enfrente.

Ella sonrió, mirando directo a sus ojos y Heber también hizo lo mismo.

—Heber... ¿Sabes?—Bajó la mirada al suelo—. Yo soy muy temerosa para el amor...

—Lo sé.

Subió la mirada a verlo nuevamente y respondió:

—¿Sí?

—Sí. Claro...—Sin esperar más se acercó a Francisca velozmente para darle un beso. Ella se volteó de medio lado al instante.

—¿Lo arruiné verdad?—replicó Heber, decepcionado.

—¡No! No digas eso... Es que... quiero que sea perfecto. Eso es todo...—contestó Francisca sin ánimos.

—Algún día lo será—dijo sonriente.

—¡Sí! Así será...—respondió Francisca con tímida risa.

—Vamos, ya está tarde—Sostuvo nuevamente la mano de Francisca.

Ella asintió con la cabeza en estado de dulzura y entrelazó sus manos con él, Heber era tan detallista en cada pequeño tiempo y momento que Francisca vivía feliz por estar con un hombre tan atento y buen chico.

Llegaron a la puerta de casa y Heber la despidió sin querer soltarla.

—Cariño... que descanses.

Francisca le regaló un beso en la mejilla.

—Que descanses linda.

Heber se arrimó un poco más a ella y sostuvo su cara con las dos manos. Depositó un beso en su frente y le dijo—: Será cuando tú quieras... yo solo te espero.

—Gracias por esperarme—contestó atolondrada con el encanto de su mirada.

Heber arrancó caminante y encontrándose lejos dobló a admirarla nuevamente y le gritó:

—¡Bella!—Francisca cerraba los ojos y coqueteaba con su pelo.

—¡Hermosa!—exclamó con sonrisa.

...

Mientras se encontraba en las lejanías del hogar, paseaba con la mejor de sus sonrisas. Su felicidad no la esfumaba nada ni nadie.

Pero prontamente cambió su deslumbrante rostro a uno de rebosante desenfreno.

—¡No!—gritó llevándose las manos a la cabeza—. ¡Tenía que practicar con Ciro y Jaider!

Elevó ambas piernas con rapidez y se fue corriendo como gacela escapando de guepardo.

A pocos minutos del grito, ya estaba postrado enfrente de la casa de Ciro. Golpeó la puerta varias veces con bastante intensidad.

Ciro apareció ante él y mostró la peor cara de su vida, o al menos así lo creía Heber. Nunca lo había visto así.

Sus párpados estaban hinchados y oscuros, era como si hubiera llorado sin vivir un mañana. El resto no tenía explicación en él.

—Amigo...

—Heb...—observó al suelo—, Jaider...

—¿Qué pasó con Jaider?

Ciro comenzó a llorar desconsolado y en un sollozo respondió:

—Murió.

Noche de brillo azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora