3.Juego.

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—Hola Jaider, un gusto. Soy Heber—Se mostró agradable, y le izó el brazo. Ambos se estrecharon de manos. Jaider se advertía timorato, ya que no logró responderle por pena y solo afirmó con la cabeza. Al rato, Heber le explicó.

—Te diré primero las reglas, son sencillas de entender.

...

En los próximos treinta minutos, Heber como si fuera un experto, estaba interpretando a sus propias palabras en qué consistía el juego.

Para jugar tin tin colorado, el famoso juego de la Villa Santarino, había que formar un trípode entre los tres primeros dedos de la mano—sin contar el pulgar— y lanzar la pelota de una mano hacia la otra balanceando el esférico hacia el aire.

La pelota era del tamaño de un limón y debía de ser enviada unos centímetros más arriba de la cintura y al subir sobrepasar por arriba de dos cabezas de la persona que lo lanzara. Si no superaba la altura no se contaba el punto.

Al descender la bola tenía que terminar dentro del trípode de la mano. Si la pelota terminaba en el suelo, se perdía automáticamente, y si caía en alguno de los demás dedos se descontaban dos puntos.

Cada lanzamiento era un punto y había dos modalidades de juego: Libre y contrarreloj.

Cuando finalizó la descripción jugaron hasta muy tarde y prontamente el sol empezó a descender con su luz.

—Mañana es el torneo—dijo Ciro.

—Sí, lo sé—replicó confiado. Jaider practicaba en una esquina y cada tres intentos concluía él y la pelota a parar en la calle.

—Has estado todo este año preparándote para mañana, ¿no?

—Sí.

Ciro dio una corta risa y le comentó:

—Mañana va tu amor a la pista.

—También lo sé—declaró concentrado, mientras balanceaba la pelota de goma entre ambas manos.

—Otra vez lo vas a intentar... ¿verdad?—Cerró suavemente sus ojos, muy próximo a decepcionarse con la futura respuesta de su amigo.

—Sí—respondió por instinto al mismo tiempo que miraba imperturbable hacia el cielo.

Ciro colocó la palma de su mano izquierda en la cara y batió su cabeza desaprobando la respuesta.

—¿Es en serio? —dijo abrumado—. Dios, Heber, ¿ya cuantas veces te ha rechazado?

—Veinticuatro.

—Eres tan enfermo que hasta las cuentas.

—Sí—Dio una risa masoquista atrapado en desilusión.

Ciro volvió a reírse por lástima y quitó la palma de su rostro. Pronto sostuvo el hombro de su amigo.

—Heb, ya déjalo.

Heber negó rotundamente con su rostro.

—Ella no te quiere—reiteró nuevamente Ciro. Heber repitió la negación con mayor insistencia—. Es verdad, en todo este tiempo te ha dejado a un lado. Mereces a alguien mejor.

—Hay que esperarla—repuso Heber con esperanza.

—Mientras sigas esperando ya ella se habrá casado dos veces y tendrá mínimo diez hijos, morirás esperando—objetó con bases y sarcasmo. Era verdad lo que decía.

—¿Y ningún hijo mío?—contestó, siguiéndole el juego.

—Ninguno.

Jaider se cayó al suelo de forma cómica, ambos lo vieron y no hicieron nada para ayudarle.

Heber no respondió a lo dicho. Después, Ciro sintió culpa y enmendó su discurso.

—Lo siento amigo, pero es que estoy cansado de verte así. No te mereces esto.

—Es que... A ella la he querido siempre. No sabes cuánto daría por estar con ella—replicó frustrado cerrando puños mientras detenía el balanceo de la pelota—. Sólo la quiero a ella, ¿Sí?

—Bueno...— añadió Ciro, sonriente y mirando hacia los lados—. Haz lo que quieras igual te apoyo...

—Gracias.

—Además, mañana si quedas campeón tal vez ella te acepte, ¿no crees?—contestó cambiando su tono de voz serio a uno más animado.

—Puede que tengas razón.

—Sí. El año pasado perdiste con Camacho en semis, este año seguro que llegarás a la final.

—¿Será? —susurró inseguro.

—Claro, hoy este año veo a Dylan y Arsenio muy flojos. Tú estás en buena condición, te lo aseguro. Llegarás a la final.

—Lo dejaré todo mañana entonces—aseveró, cuando ya otra vez balanceaba la pelota al aire.

—Así va a ser, ganarás mañana.

—Y, ¿No vas a participar?—preguntó curioso.

—No, tengo el dedo índice dolorido por la caída de la semana pasada, no creo que pueda hacerlo así que iré a apoyarte.

—Gracias amigo, si gano te dedico la victoria.

Ciro abrió los ojos, grandes y perplejos, riéndose al instante.

—Tonterías—le dijo—. Sé que correrás a dedicárselo a Francisca.

Heber al escucharlo, afirmó con pena. Ciro nunca se equivocaba en lo que decía.

Al minuto, su mejor amigo se encaminó de regreso a casa acompañando a Jaider. Y Heber se quedaba solitario en la carretera, ya estaba tarde y las horas en la Villa apremiaban.

Heber sonrió y miró al cielo de la noche, con creciente optimismo.

«Ganaré mañana, y te llevaré de mi mano en la noche, Francisca—pensó, muy decidido—. ¡Lo juro!»

Finalizó con una grata sonrisa... Y al segundo volvió a decir dentro de él, pero aquella vez muy preocupado:

«Rayos, mi mamá dijo que cerraba la puerta a las ocho... tengo que volar.»

Y corrió con el rabo entre las patas, sabía que si llegaba tarde... Era palazo seguro.

Noche de brillo azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora