19.Culpa.

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—¿Qué? No...—Volvió a negar—. No Ciro... no digas eso...—Sus ojos empezaron a aguarse. Llevó su mano a los labios y apretó con fuerza.

«¿Otra vez? No comprendo...» razonó Heber, sin cordura.

—Sí... Y él quería jugar contigo—Tapó su rostro con una mano mientras continuaba llorando con inmenso dolor.

Aquellos últimos vocablos lo sumergieron al borde del abismo. Sintió un aguijón atravesar el centro de su pecho y el aire le hacía falta para dar un simple respiro.

La culpa salió a flote.

—No...—Desvió su mirada hacia un lado—No... —repitió boquiabierto.

—Lo siento Heb, mañana en la mañana es la ceremonia...

Heber no contestó y se marchó sin mirar más a Ciro.

Caminando en la incertidumbre, su percepción estaba errática y cada nueva zancada tenía la duración de un lustro. Sus ojos raspaban el suelo por tenerlos tanto tiempo en el mismo sitio.

«Dios... ¿Por qué?», renegó. Luego gritó:

—¡Dios! ya van dos personas... ¡No puedo más!

Galopó hacia su casa sin ver más. Quería morirse de la culpa, no pudo jugar con su buen amigo cuando él mismo lo pidió...

Le era imposible no recordarse el día en que le salvó de tantas cosas. Jaider era un buen chico.

Pronto entró a su casa y fue a dormir, no pronunció una sola palabra en toda la noche.

Se abalanzó a la cama y tapó su triste e indistinguible rostro en la cobija. De igual forma no conseguiría dormir en absoluto, la desgracia le perseguía sin retroceder un mínimo paso.

...

Al día entrante, no quería levantarse. Era muy tarde. No concilió el sueño en toda la noche.

Finalmente decidió no ir al funeral de Jaider, pensaba él que había sido tan mal amigo, que no merecía estar allí a su lado acompañándole. Al medio día bajó para el desayuno y solo se hallaba su madre, que seguía dolida por la inesperada partida de su hermana.

—Hola hijo, ¿Cómo estás?—dijo con la cara trasnochada y los ojos rojizos.

Heber quería decirle a su madre lo de Jaider pero prefirió no hacerlo.

—Bien—Mintió.

—A bueno hijito—Tronó sus narices con un paño—. Tu desayuno está servido en la mesa. Discúlpame si no esta tan bueno como siempre.

—No te preo...—Lo observó y quedó sorprendido. Era arroz a secas.

—Está delicioso mamá, no te preocupes—Volvió a tronar sus narices.

—Bueno hijo.

Heber empezó a desayunar, masticando con reposo. Su madre siguió hablando.

—Hijo... Tu padre fue a pescar al lago con el Sr. Rupert, vuelve en la noche. Me dijo que te quería mucho y que te cuidaras.

—Sí claro mamá. Siempre lo hago, dile que igual.

—Esta...—Se tronó la nariz por ultimada vez con bastante fuerza—, bien...

Heber terminaba de comer y se elevaba de la silla.

—Me voy, iré donde Francisca. Te quiero

—Te quiero mucho hijo. Dios te bendiga.

—Amén.

Antes de salir, su madre lo detuvo y le dio un fuerte abrazo.

—Mamá...

—Cuídate.

Heber sonrió de medio lado y respondió:

—Lo haré.

Noche de brillo azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora