30.Destino.

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Heber bajó la cabeza derrotado y con la respiración agitada, pronto el Garrafa hizo gala de sus años de experiencia.

—Esa maldita noche aparece cuando quiere y para rabiar solamente dura diez o veinte minutos, es imposible estar mirando todas las noches por cincuenta años esperando a que regrese...—Hizo un gesto de impotencia con su cara y culminó—: Te digo porque así lo hice... Y mírame ahora, soy un viejo decrépito que no le queda nada en la vida chico.

Heber no expresó ni un solo vocablo. Sus ilusiones estaban rotas pues no guardaba más anhelos para volver a intentarlo, sin embargo, el Garrafa sonrió con optimismo y dijo:

—Pero... tú tienes solución.

—¿Cómo?—alzó la mirada abrumado mientras veía al Garrafa.

—No lo sé, pero mis años viviendo en la montaña me han dado la sabiduría para comprender muchas cosas—se encaminó hacia su escritorio de piedra y sacó de un viejo estante unos arrugados y malolientes pergaminos de papel corrugado—. Aquí está— se acercó a Heber con decisión y se los entregó.

—¿Qué es esto?

—Son todas mis noches experimentando y escribiendo cada una de mis teorías para salvarme de la noche, a pesar de ser erróneas sin solución, sé que hay una que no pude intentar y esperé a la noche de brillo azul para hacerlo.

—¿Por qué hace esto señor Garrafa?—El Garrafa se aisló caminando muy pacíficamente en dirección a sentarse de nuevo en su silla.

—Cuando llegué aquí... hubiera deseado que alguien me tendiera la mano y me dijera que todo era un mal sueño—Se sentó—. Así que te digo eso a ti, despertarás de esta pesadilla y te salvarás. De mi parte... no hice caso a las palabras del Chamán por mi tonta arrogancia... y veo que me equivoqué después de tanto tiempo...—expresó resignado y concluyó—: Entrégale esos pergaminos y él sabrá qué hacer.

La cueva de piedra se empezaba a desmoronar, un imprevisto temblor acechaba en el cuarto del Garrafa y en toda la cueva.

—Apúrate, vete ya.

—¿Y usted señor Garrafa? ¿Se va a quedar aquí sentado?

—Sí me salvo... morirás. Esa es la diferencia cuando estás en esta línea. Ya te tengo aprecio chico y la noche de brillo intenta borrarte de mi vida.

Una lágrima del ojo izquierdo de Heber salía sin ser llamada.

—Garrafa sabia...

—Maté a tantas personas... Pero creo que esta vez seré capaz de salvar a una... —Elevó la mano en forma de cruz—. Dios te bendiga con todos sus santos, buena suerte... Heber— Sonrió de medio lado cerrando los ojos.

De inmediato, Heber conmocionado, galopó hacia el otro lado y una inmensa piedra caía con vehemencia tapando la entrada, el paso de la luz era mitigado por multitud de rocas deslizantes. Heber se salvaba por los pelos y al poco tiempo salía de la cueva completamente ileso, que se derrumbaba por completo después de haber pisado tierra firme.

Estando fuera, maldijo con frustración.

—¡Demonios! ¡Odio esta maldición!—Lanzó bruscamente los pergaminos al suelo y se sentó a llorar en una roca con malcriadez.

—Me cansé...—Sus dos manos en el rostro ocultaron la visión de sus ojos— Ya no quiero vivir esto... ¡No quiero ver a más gente morir! ¡No más!

La razón y la culpa le atormentaban el alma, sus ganas de seguir intentando eran escasas—casi nulas—. Tenía tantas vidas cargadas en sus hombros que hasta se sacrificaban por él, sentía que no merecía nada, que su vida no valía tanto para soportar las esperanzas y sueños de tantas personas... Podía estar inclusive rozando la locura, pues no conseguía la ocasión acertada de evitar todo el mal que originaba la maldita noche de brillo azul.

Al siguiente minuto calmó su histeria y relajó su entrecortada respiración suscitada por los inevitables lamentos. Respiró y botó el aire con la mirada vacía, volvió a levantarse.

—Vamos..., solo queda seguir...—Observó los pergaminos y los agarró del suelo. Luego partió trotando por el sendero abierto de la montaña, la bajada era mucho más sencilla que la subida.

El sol ilustraba la ruta y los árboles brillaban con la luz reflejada del mismo, las fieras salvajes no andaban por tener sus horas de cazas en la aurora nocturna y los mosquitos resguardaban sus alas en aquellos árboles de frutos húmedos y pegajosos.

Pasó cercano al lugar donde despidió a Camacho y ni un rastro de su cuerpo permaneció en el acto mientras que las huellas del feroz oso blanco indicaban el camino hacia el norte, Heber solo se limitó a ver derecho sin prestar más atención al lugar, y entrecerró sus ojos con gran remordimiento.

Noche de brillo azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora