50.Epílogo.

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El corazón le comenzó a palpitar con fuerza inusitada y la piel se le erizó por el efecto de su mirada. Francisca se hallaba en mitad de la calle en el mismo lugar dónde Heber le dijo que lo esperara. Él se levantó del suelo de inmediato.

—Francisca... —le dijo conmocionado.

—No me hables—exclamó apática a más no poder—. Quítate de mi camino—le advirtió.

—Está bien... Puedes pasar—Se hizo a un costado. Ella comenzó a caminar.

Francisca prosiguió su ruta pasándole por el lado, el ambiente estaba tenso, porque luego de avanzar en línea recta, Heber no resistió ver tanto odio de ella, así qué le gritó desde lejos.

—¡Francisca!—Ella se detuvo.

—¿Qué?—respondió cortante, sin voltear en lo más mínimo. A Heber le dolió en el corazón ver tanto resentimiento y crueldad. Si Francisca se marchaba, él sabía que no la volvería a encontrar.

—¿Por qué?—preguntó muy triste.

—¿Porque qué? Sí eres bien tonto, me haces perder el tiempo. Adiós—Francisca retomó su camino, Heber le gritó nuevamente.

—¡Lo intenté todo!—expresó rasposo y afligido hasta el alma. Francisca frenó en seco.

—¿Todo...?—Se dio un tiempo para asimilar lo dicho y giró a verle—. De que hab...—Heber interrumpió con decisión.

—Lo hice todo... ¡TODO!—Tragó saliva mientras cerró sus ojos para volver a abrirlos—. No me puedo quejar, ya no me puedo arrepentir... Lo hice todo, cada cosa que imaginé y pensé para traerte a mi lado, la intenté, y no funcionó hasta ahora... —Dio una corta y escasa sonrisa.

»Tal vez debería resignarme ya... Dejar de intentar. Lo he hecho tantas veces que una más no hará la diferencia. Me duele tanto... y no te imaginas cuánto—Heber posó su vista al suelo y Francisca escuchaba con detenimiento cada pequeña palabra en ingratitud. A veces, mi mirada te pierde... porque siente que no te merece—Miró a Francisca—. Me tienes estúpido desde el día que te conocí...

Francisca no emitía palabras, solo se limitaba a escuchar. Después de una corta pausa, Heber siguió:

—Sé muchas cosas de ti... por ejemplo, sé que te gusta el color turquesa, sé que antes usabas manillas en los tobillos pero no lo haces desde los trece, sé que tu tono de café en el pelo es natural y que amas ver al lago mientras te acuestas en la arena y piensas en todo y en nada...—Francisca veía con atención. Heber continuaba con la mirada intermitente—. Pero no, eres... tan imposible Francisca. Más para un ser tan normal y corriente como yo—Heber se acercaba lentamente hacia Francisca que miraba impávida.

—Si supieras cada cosa que he hecho y abandonado para tenerte conmigo. Pero... Ya me cansé, ¿Sí?—reprochó Heber, sin desear hacerlo. Francisca lo miró con desprecio—. Me cansé de dar todo por nada... Yo también merezco a una chica que me quiera, y lo demuestre—Francisca expresó ganas de querer reírse pero a pesar de aquello, Heber reanudó:

»Y si quieres puedes reír... Vamos, hazlo. Ríe y reiré contigo—Francisca quedaba perpleja, Heber decía su verdad más íntima con una sonrisa. Después, remojó sus labios con impotencia mirando hacia abajo y avanzó con lo dictado por su corazón.

»Te amo—Elevó vista a Francisca—, realmente eres la única chica que amo... y nunca te das cuenta de eso. Te quiero tanto... Pero no soy capaz de dejarlo todo por ti. Así que me toca verte desde lejos. Mis días se verían tan bien si me tomaras de la mano. Al parecer la vida me tiene otros planes, pero al menos podré vivir tranquilo... sabiendo que lo intenté todo.

Noche de brillo azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora