34.Agridulce.

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El día bajó el telón y la noche cursó de imprevisto. Las estrellas destellaban la buena noche y la luna era creciente con reflejo de auroras. Pronto los dos fueron al hogar, Heber ya estaba enfrente de la puerta de Francisca.

En todo el día no dejaron la sonrisa a un lado, sus caras eran un cuadro intacto de permanente contento. Francisca no quería apartar vista a los ojos de Heber, pues su amor hacia él era puro e inagotable. Era una niña que amaba a su chico con todo su corazón, se había entregado en cuerpo y alma, solo para él.

—Bueno... Ya llegamos—dijo Heber de forma evidente.

—Sí...—Francisca aún sonreía.

—Gracias por hoy.

—A ti...—Se acercó y lo tomó de los dos cachetes—. Te adoro.

—Yo igual—Sonrió todavía más.

—Qué duermas tranquilo mi Heber—Depositó un corto beso en sus labios.

—Descansa.

Heber partió alejándose sin querer apartar la mano de su chica, cuando lo hizo ya se hallaba bastante lejano, sin embargo, gritó a todo pulmón:

—¡Te amo!

—Yo más—musitó con sus labios Francisca. No quería que su madre le escuchara.

Heber se encaminó a su casa y al instante una nueva y renovada sonrisa hacía secuela en su rostro, se sentía el hombre más afortunado y suertudo del mundo, del universo. No encontraba explicación para otra cosa, la chica que tanto quería, le correspondía en los sentimientos. Era la felicidad hecha persona. No dejaba de batir la cabeza de un lado para otro, preguntándose qué había hecho para ser tan feliz. ¿De verdad lo merecía? Se interrogaba así mismo, todavía atrapado en la llana ilusión del amor verdadero, no tardó mucho de recorrido para que le viniera el peor de los recuerdos.

—Mi madre... ¿Cómo estará? Dios, soy un estúpido. No la he visto en dos días.

Aceleró la zancada y en menos de lo que dormía un bebé en la noche, sus pies ubicaban de frente a la puerta de entrada. El temor resurgió de sus entrañas y la incertidumbre le acallaba en el alma. No dejaba de intuir cosas malas.

«¿En qué rayos pensaba? Mi madre... espero que éste bien», replicaba con duda en la esperanza. Pensaba que era un gran idiota, no había motivo alguno para ser feliz con Francisca, cuando él mismo sabía que la noche era la única culpable de todo aquel conflicto de líneas temporales y el amor de Francisca. Abrió la puerta con el peor de los sentimientos y sin esperar nada más.

Miró hacia delante y situó a su madre dormida y sentada, con la cabeza recostada encima de su mano apoyada en la mesa.

—¡Madre!—Corrió afanado hacia ella y le agitó con su mano desde el hombro varias veces. Ella se levantó al pasar un segundo y posó sus penumbrosos ojos sobre su hijo.

—¡Heber!—Se elevó de inmediato y dio un abrazo revienta costillas, con los ojos rotos y enrojecidos por tantas lágrimas derramadas. «Está viva», dijo Heber, mentalmente, también soltando un calmante respiro de alivio.

—Mi niño... ¿Dónde estabas? Me tenías preocupada.

—Estaba donde Francisca.

—Dios... ¡Te extrañaba tanto!—Más lágrimas bajaron de sus ojos y tardó un rato en seguir—. Pensé que te habías ido para siempre... mi Hebi—Le acarició del pelo con ternura mientras seguían en su enfundado abrazo.

—Madre...

—Mi niño... Vinieron de la casa de cuidados—Empezó a llorar en desconsuelo nuevamente. Heber empequeñeció su cara al punto del colapso.

—Me despedí de él. Me despedí del abuelo mamá...—Pegó el rostro al hombro de su madre, quería llorar pero no poseía fuerzas para hacerlo.

—Ay mi niño... ¿Qué está pasando? Todos están muriendo... Y tú estás aquí conmigo—Su respiración se recortó con fuerza y sollozaba con cortos sonidos. Estaba muerta por dentro.

Heber quería decirle lo de la noche, pero entendía que la cosa empeoraría si su madre lo sabía, así que guardó silencio.

—Todo acabará pronto madre. Te lo prometo—contestó Heber con dolor en su tono.

—Está bien—Su respiración agitaba a cada rato, se tomaba un momento—. Pero—Pausó—, no me dejes—Sollozó—. Hijo.

—No lo haré. Aquí estoy—Apoyó su mano en el pelo de su madre, y respiró con calma. Heber entendía que no podía abandonar a su madre en ninguna circunstancia.

Noche de brillo azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora