40.Amargura.

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Paso a paso, Ciro asentaba la razón y caminaba en mejor forma. Heber se dirigió hacia las playas del lago. Y la cabeza y el cuerpo de Ciro le pedían descanso, porque lamentablemente no lograba seguir con el mismo ritmo de él.

—Tengo mucho sueño amigo...

—Lo sé.

—Paremos aquí.

—No, debemos seguir...

Heber reprodujo en cámara lenta sus movimientos más necesitados y le quemaba por dentro la decisión de mantenerse en camino, porque no se imaginaba a su amigo como otra víctima de la noche, sin embargo, Ciro estaba convencido de que su sueño ya le había tomado ventaja, y era tanta que simplemente no podía evitarla si así lo quisiera.

—Paramos aquí o...—dijo Ciro—, me duermo en tus hombros... tú decides amigo—lo lamentó con tristeza.

Heber frunció sus dientes con la impotencia del mundo mientras ralentizaba sus pasos... y asintió rindiéndose en un mismo movimiento. Era humano y no podía contener su desmedido descanso.

—Está bien...—Fijó sus ojos en la arena en todo el rato. Ciro solo sonrió de medio lado.

—Lo hiciste todo. Eres un gran chico, amigo—Heber seguía con la mirada postrada abajo. Su inutilidad lo dejaba con la alma abierta etre llagas. No podía hacer nada.

—¿También voy a morir? ¿Verdad?—Heber no respondió.

—Ven, déjame dormir aquí al menos y suéltame un momento—Heber le hizo caso y se recostó en la arena con la cabeza apoyada en una piedra lisa que rayaba diagonal hacia la arena, parecía una silla muy cómodo estar ahí, y Ciro de todos modos se quedó ahí.

—Muy bien...—Abrió sus ojos quitando el adormecimiento en su cerebro por unos segundos—. Creo que esta es la despedida—Heber batió la cabeza con frustración y resignación, era imposible poder hacer algo al respecto.

—Siempre me pregunté cómo iba a morir. Pero creo que así está excelente... me gusta mucho. Por cierto, no sabes las increíbles ganas que tengo de dormir amigo, es como si no hubiera dormido en semanas—Ciro dio una efímera risa y Heber sonreía con dificultad.

—Todavía recuerdo cuando jugábamos aquí de niños a tin tin colorado y tú decías que ibas a vencer a Camacho algún día... y así lo hiciste. Siempre todo lo que deseabas, lo conseguiste, eres un ganador nato. Nunca he dudado de eso—Los ojos de Heber se aguaron al escucharle. Ciro continuó

—Mientras veníamos aquí, pensé en ti y en una posible solución.

—¿Sí? —le preguntó destrozado—. ¿Cuál...?

—Odiarla—sentenció crudo, después siguió—. Esa es la solución... Lograrás resolver esto amigo, eres un campeón. Lo harás y todo volverá a la normalidad con una partida de tin tin colorado...—Ciro soltaba una lágrima y Heber se hallaba conmovido sin encajar cabeza.

—Despiértame cuando eso pase. Ya sabes—Apenas acabó con lo dicho, Ciro cerró sus ojos y durmió con una fina sonrisa. La paz emitida en su rostro era de pura alegría.

Al ver aquello, Heber fraccionó su alma y corazón una y mil veces más que en ocasiones anteriores. Nadie en aquel mundo merecía morir, pero sin duda su mejor amigo era la mejor persona que conocía. Ciro siempre lo acompañaba a todas partes y nunca le renegaba en nada, ni siquiera al estar ocupado se rehusaba a estar disponible.

Heber, desahuciado hasta la médula, nauseabundo y con cara de incurable desastre. Paseaba por el pueblo sin detentar ganas de dar respiro, pues contenía el mismo a veces y en otras oportunidades olvidaba aspirar con honestidad, pensaba que morir de forma dolorosa y martirizadora era lo justo para él, pues había hecho desfallecer a tantos y tan buenas personas que no había razones, ni motivos y menos circunstancias que lo empecinaran a seguir. La muerte de Ciro lo ahogó en lo más profundo del vaso y su fallecimiento fue la gota que derramó un océano completo de desilusiones y anhelos perdidos.

Tomar de la mano el continuar de su vida, era caer y dejarse vencer por la parca, una disfrazada de noche brillosa y azulada que también disponía a quitarle cada mínimo rastro de luz esperanza.

El día presentaba un asoleo precioso casi magnífico, de buenas brisas del lago junto con grandes y peculiares nubes desparramadas pero, que, para tortura de Heber, esta vez eran sus ojos que enfocaban un azul postrero, más elevado al anterior. Su mirada gangrenaba y la tonalidad era expresada con mayor potencia. Heber hacía el intento de sacudirse la cabeza para mejorar la visión, sin embargo, su éxito fue nulo y las malas noticias no dejaban de venir hacia él.

—Noche de mierda—declaró al aire, y vacío por completo. La noche de brillo azul lo tenía colgando de un hilo y también al filo del más miserable abismo. Sus ojos reposaban en los desterrados suelos y los ánimos no tenían juicio por tanto caminar derecho, erguido y de frente, porque tampoco había sentido alguno para él.

La espera de un milagro era menos imaginado que pensado, y de último ilusorio pensamiento, recordó que dejó plantada a Francisca en aquel día. Heber anhelaba en el fondo darle un abrazo y sonreír en familia, gritar a los cielos el clásico triunfo del amor a los suyos. Pero entendía en zozobra que aquello era imposible a su vista, Francisca era el producto final del infortunio, del deseo de una noche azul que atesoraba entre sus brillos, una gran desgracia e infinita soledad.

Una voz, gritó en las lejanías. Heber se hizo de oídos sordos.

—¡Heber!—Se escuchaban pasos uno tras de otro con bastante rapidez, cada vez eran más cercanos y sonoros. Heber tropezó con una roca del suelo que había visto previamente. Y cayó al pavimento de forma escandalosa, en consecuencia a ello manchó sus viejos pantalones y se raspó ambos codos y palmas. Dio un torpe giro sobre sí mismo y quedó con perspectiva al cielo. La sombra de una chica le tendió la mano, que de extraña manera sabía no era Francisca, su timbre de voz no era tan rasposo y chillón.

—Dame la mano, tonto... ¿Qué haces ahí tirado como un perro?

Heber estaba distraído en la intemperie y solo mandó su brazo de modo involuntario. Apenas lo envió, la fuerza de aquella chica le hizo levantar de inmediato. Heber mantuvo sus ojos cerrados, y al instante los abrió.

—¡Erestú!—declaró de enloquecimiento y en un muy derrumbado estado de soledad.    

Noche de brillo azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora