45.Soledad.

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—¿Por qué lo haces?—preguntó desconsolado. Fabiana sin tardar volvió a sonreír con creciente dulzura y decretó:

—¿Porque no lo haría? Ese día que viniste con Francisca me hiciste caso...—Volteó a verle abriendo también sus ojos, y respondió—: Eres mi amigo—Le picó un ojo con ternura.

Heber quedaba sin aliento al presenciar aquello y recordó el día en que Fabiana le dejó afuera de la casa como un pobre perro regañado, sin embargo, ella misma le auguró que le cedería el paso si esperaba, y así sucedió. Heber no hallaba respuesta, pues fluctuaba por dentro, su sistema nervioso colapsaba por tanta información de golpe, pero solo pensó en Fabiana y su vida. Ella no merecía morir, no lo merecía ni porque así lo quisiera.

Heber batió la cabeza desaprobando absolutamente todo. No quería más de esto.

—¡Maldita sea! ¡Fabiana no mueras!—gritó impotente.

Fabiana lo escuchó y murmuró lentamente sus últimas palabras.

—Vete. Buena suerte.

Heber sintió escalofríos al verla en aquel preciso instante. Las puertas del templo ensordecían una a una cerrándose con precipitado vértigo. Heber no entraba en la dinámica del momento, estaba perdido mentalmente en la atrocidad de sus culpas. Tampoco quería regresar mirada en Fabiana y terminar sucumbiendo en los inestables lamentos de su destartalada vida.

Rebatió su cabeza embrollado, y por fin la conciencia le golpeó en la razón. Todas las ventanas y casi la mayoría de las puertas cerraban. Solo tres estaban abiertas. Heber tomó fuerza de donde no quedaba e ideó un plan muy sencillo: correr con todo a la que estuviera abierta.

Heber alzó sus alargadas patas y se echó a correr apresurado, ejecutando una atropellada carrera desde el centro para ir en ruta hacia el otro lado inexplorado. El templo—que de por sí ya era bastante ancho—, también tenía el suelo de mármol muy liso, cualquier paso en falso y perdería su oportunidad de salir con vida.

La primera puerta cerraba con furia y la segunda estaba cercana a hacerlo. Heber todavía se encontraba lejano y estimó que no llegaría a tiempo, así que decidió subirse en las sillas madereras que ofrecía el templo, y para su inesperada suerte eran muy ásperas, perfectas para sus botas campanas.

Saltó con facilidad en los troncos angostos y siguió en buen ritmo en el resto del trayecto. La segunda puerta había cerrado en ese momento y la última disponible se resistía ante los espíritus.

—Rayos, no llegaré a tiempo. Debo evitar que cierre.

Heber aumentó el ritmo de la zancada y la puerta iniciaba a cerrar el paso. Tocó ambos bolsillos de su pantalón y presenció que retenía el relevo que le había entregado Fabiana, ni cuenta se había dado que lo conservaba gracias a los extensos bolsillos del pantalón nuevo.

Heber apoyó el relevo e hizo un trípode en su mano derecha emulando a una bola de tin tin colorado.

—Vamos, aquí no puedes fallar. Por algo eres el campeón de esta Villa—dijo lanzando el relevo que giraba con brusquedad, y la inclinación y gravedad del mismo, le hicieron dar las vueltas justas para su rotación.

El tiro fue acertado. El relevo acababa evitando el cierre de la puerta, con ambos extremos sosteniendo los dos lados de la madera, aunque poco a poco se rompía por el arcilloso material que contenía.

Heber llegaba velozmente a la puerta, que se cerraba casi por completo. Se deslizó intrépido por el piso como un patín y volvió a retomar el relevo que andaba quebrado desde los costados, Heber salió ileso con la cabeza agachada. La puerta ya había sellado sus relieves para siempre retumbando con gran severidad hacia el interior.

Enfrente de él, yacía una cueva muy larga y estrecha de carácter rocoso, y con un visible minúsculo punto en blanco.

—¡La salida!—gritó triunfante. No procesó todo lo ocurrido sino hasta tiempo después.

Heber trotaba con rapidez, porque ansiaba salir de aquel sitio tan espantoso que cerraba sus entradas con fantasmales espíritus que no podían ser vistos a través de sus ojos.

Desde niño, siempre le había tenido pavor a los hechos fantasmagóricos, aunque al parecer aún no superaba el trauma ya siendo un chico que bordeaba en la adultez, su temor era grande pero no solo eso, sino el miedo a salir de la cueva y toparse de frente con su desgarradora verdad: Quedaba solo él.

Cada nuevo paso concebido, era ejecutado con creciente calma y nostalgia. La melancolía lo tocaba en su punto más crítico, Heber sabía que apenas saliera de la oscura cueva su vida iba a traslucir un color jamás visto, cercano a la de una irremediable soledad.

Su mirada baja y el dolor lo invitaron a pasear del bien ineludible de estar vivo, y el nunca estar con vida fue tan doloroso para un alma. La respiración le entrecortaba y su vacío crecía en importante ascenso, la montaña y el alud en su cabeza juntaron una mezcla de sentimientos encontrados, Heber sentía que su espíritu se deshacía.

Tragó saliva pero no la suficiente, su vida no era un sorbo a la ligera. El desastre estaba hecho, su alargado y cadavérico cuerpo no soportaba tanto peso en sus desgarbados hombros.

Heber salió de la cueva y ubicó fácilmente a la Villa, estaba en el bosque a escasos kilómetros del pueblo. Su vista empeoró de manera apocalíptica, sus ojos presentaban ante él un azul intenso, similar en menor medida a la noche de brillo azul todavía siendo a plena luz del día. Poco interés añadió a su desmejorada visión, pues la locura formaba parte de sus pensamientos, los mismos cuales no veía con claridad. El iris de sus ojos manifestaba oscuridad perpetua, y la conciencia le abandonaba casi por decreto.

Sus notorios y ágiles pasos... pasaron a ser lentos e infecundos.

Pronto detuvo su vaga caminata.

—¿Qué estoy haciendo?—susurró débil al aire con la mirada perdida, todavía tenía pies en el bosque y la Villa yacía enfrente de sus ojos.

—Todos murieron... ¿Verdad?—dijo lento sin mayor fuerza pero aún perdido en las desgracias del destino.

—Sí, todos murieron...—Su cara empezó a estremecerse mientras empequeñecía sus ojos y mejillas—. Todos...—Remojó sus labios, se agitó su respiración y los ojos le aguaron al segundo.

—Murieron—Llevó su palma a cubrir medio rostro... y comenzó a llorar a gritos.

Heber estallaba en un reprimido y desgarrador llanto, los sollozos se le extendieron sin parar, sus ojos eran tapados aquella vez con puños y lágrimas, y el alma le rompía junto con el corazón. Batió la cabeza de un lado hacia el otro, negando con dolorosa terquedad. Se lo había contenido hasta el final, sin embargo, no consiguió resistir mucho más.

Lo había perdido todo y... a todos. La vida lo había dejado finalmente sólo. 

Noche de brillo azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora