36.Definitivo.

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Al día entrante, se levantó muy temprano. El sueño le era prácticamente esquivo casi nulo a comparación del incesante insomnio generado por el mal embrollo de la noche. Su madre finalizaba los últimos retoques del desayuno con cara inexpresiva.

Heber bajaba las escaleras sin dificultad y se presentaba ante su madre.

—Buenos días hijo, ¿cómo amaneces?

Heber no supo cómo responder ante la pregunta. Se limitó a vagar.

—Buenos días madre. Algo mejor... ¿Y tú?

—Bien—contestó cortante—, soñé con tu padre.

—¿Sí? ¿Y qué tal?

—Fue hermoso el sueño... Me dijo que me quería mucho... Y que...—Se detuvo un poco mientras iba cortando la cebolla— Y...—No conseguía responder con coherencia—Pues...

—Madre...

Apenas Heber enunció, ella retomaba el lamento con lloros como el día anterior, y el cuchillo en sus manos caía al suelo. Llevó las manos hacia arriba para ocultar sus ojos. Heber se dispuso en pie enseguida.

—¡Charles!—Gritó de impotencia—¡No! ¡No!—Negó resentida y Heber le abrazó sin dudar.

—Mamá—dijo Heber devastado.

Ella lo tomó de sus manos y lo apretó con fuerza en un rebuscado abrazo.

—Mi niño...—Aspiraba los mocos de su nariz—. ¿Por qué nos pasó esto? ¿Dios nos abandonó?

—No madre. No nos ha abandonado... Ya verás cómo esto se soluciona pronto—replicó Heber intentado calmar las aguas, sus alientos no surtían resultado.

—No hijo...—Cerró sus ojos con gran dolor—. Ya están muertos... De allá no se regresa...

—No lo están.

Ella dejó de abrazarle y lo retuvo de sus dos hombros.

—¿Por qué no?

—Mientras vivan en nuestros corazones, nunca morirán. Su recuerdo nos mantiene vivos, por eso seguimos de pie.

Su madre soltó una pequeña risa de alegría, y pareciendo borracha dijo:

—Hijo, qué lindo eres... Y tienes razón—Lo acarició de la mejilla mientras se sonaba su nariz—. Charles, el abuelo y Josefa viven en nuestros corazones... Y nunca morirán mientras sigan ahí.

—Y te prometo madre que ellos volverán. Te lo aseguro.

—No prometas nada, solo no me dejes tú también ¿Sí?

—¡Sí!—Otra vez abrazaba a su madre con fortaleza.

—Eres un chico adulto hijo, o no, mejor dicho un gran hombre...

—Soy tu niño, siempre lo seré.

—Sí, pero actúas como un grande y con esas palabras lo eres aún más.

Heber sonreía con ojos bajos. El abrazo se diluía y luego su madre le preguntó nuevamente.

—¿Irás dónde Francisca?

—Sí, no tardaré mucho... resolveré un problema.

—Bien, entonces que te vaya genial. Disfruta de tu amor, al menos lo tienes.

—Mamá... Te quiero mucho.

—Yo también.

—Prométeme una cosa.

—Sí—contestó con reservada sonrisa.

—Prométeme que no te irás, y te quedarás aquí conmigo.

—Ay mi niño—Se acercó a darle un fuerte abrazo y acariciando su cabeza le respondió—: Nunca te dejaré hijo, no te abandonaré... aquí mismo estaré con vida y luz—sonrió de medio lado—. Te amo hijo.

—Te amo. Volveré pronto—Despegaron sus brazos y ella le sonrió de dulzura.

Heber salió efusivo y tomó destino a casa de Francisca. Quería terminar de una vez por todas con la farsa del amor, acabar con el cariño de mentiras que ella le tenía, porque todo era una vil ilusión traspuesta a sus desgastados ojos, ya cansados de presenciar la pérdida de vida de sus seres queridos.

En un santiamén sus pies pisaban enfrente de una puerta, que tocó tres veces con cierta intensidad. Llegó muy rápido a su misión y su rostro era la mezcla entre decisión, incertidumbre y tristeza.

Francisca apenas le abrió, él recitó sus palabras sin asentar nada.

—Ya no te amo, Francisca.

La sonriente y melancólica cara de Francisca se trasformó a una afligida. Sus ojos quedaron postrados e incrédulos al escuchar aquello tan absurdo. Un vacío instantáneo le embargó desde el interior.

—Pero... ¿Qué pasó mi corazón?—Su voz era similar al sollozo de una niña hablando después de llorar. Heber quedó sin respiro, decir esa oración le costó el alma, pero no había marcha atrás, tenía que seguir.

—Ya no te quiero, no deseo verte más...—respondió inexpresivo. Cada palabra era más difícil pensarla que decirla.

—Heber... debe haber una solución a esto—Tomó uno de los brazos de Heber y la soltó sin pestañear.

—No la hay Francisca... Ya no quiero ser tu novio.

Francisca bajó su mirada muy dolida pero con el amor latente en su corazón, y le respondió sin lamentarse.

—No importa Heber... yo te amo aun así tú no lo hagas.

—¿Qué?—Mostró asombro. No le entendía.

—¡Qué no me importa...!—Lo sostuvo desde la cadera con sus manos y siguió—. No me interesa nada de esto... porque siempre te amaré aun así no me ames.

Heber reaccionó a su respuesta y pensó en irreprochable shock «¿Qué rayos estoy haciendo? Estoy terminando con el amor de mi vida...». Miró confundido a los bonitos ojos azules de Francisca y terminó enfrascado en sus encantos. Ella lo abrazó con desmedida ternura y desolación.

—No me importa nada...—Arrimó su oreja al pecho de él—, Solo me importas tú.

La respiración de Heber se tornaba alterada y su corazón se descarriló en rapidez, Francisca lo notó y se enterneció.

Heber velozmente volvió a cavilar dentro de él que lo mejor que le había pasado en toda su vida, era ella. «Qué bella... y es mía para siempre» se repitió, condenándose así al brillo azul de los ojos de Francisca.

—Solucionaremos esto...—dijo mirando enfrente y también con las manos rozando suavemente el largo y frondoso pelo de Francisca. Ella asintió con entusiasmo.

Noche de brillo azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora