5.Apertura.

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Comenzaba el día más esperado. El octavo torneo de «TIN TIN COLORADO», como poseían escritas cada una de las pancartas hechas por el grupo organizador. Algunas adornadas con muchos colores y figuras abstractas pero separadas con simpleza por hilo y tinta negra.

Todos los partidos y fase eliminatoria se realizaban en la única pista de barro y bahareque con forma de cancha que atesoraba el pueblo, la vista al lago y los asientos aterciopelados para cada uno de los espectadores era la atracción momentánea antes de empezar con las justas.

La hora estipulada para el arranque del torneo era a las diez de la mañana y ya Heber se había inscrito tres días antes. Nada podía salir mal.

Eran las 9:52. Con tiempo incluido de sobra, arribaron Heber y Ciro y más lejos les acompañaba Jaider.

En la entrada principal se hallaba el grupo organizador con la lista de los participantes.

—Nombre y apellido, por favor—indicó el portero que tenía la lista en la mano.

—Claro, ellos son Ciro Tommer y Jaider...—Heber no se sabía el apellido. Jaider intervino—: Santarino.

«¿Qué?—razonó, asombrado—. Tiene el nombre del fundador de la Villa...». Luego reanudó:

—Y yo participo en el torneo, mi nombre es Heber España.

El portero empezó a buscar, tardando varios minutos. Los chicos se miraban entre sí.

Después miró que uno de ellos no aparecía.

—Lo siento, aquí no está ningún Heber España. Los otros dos pueden pasar.

—¿Qué? ¡Es imposible!—Renegó enérgico—. Revise de nuevo por favor, ahí tengo que estar. Yo me inscribí el jueves—Bajó su tono de voz.

—Ya lo revisé y no sale. ¿Quiere que vuelva a buscar algo que no voy a encontrar? No me haga perder el tiempo, hay gente esperando.

Heber se dio media vuelta y vio que había una espantosa fila detrás de ellos. Ciro avanzó por la presión de la gente y Jaider se quedó esperando a Heber.

—¡Por favor! Se lo suplico, he estado esperando un año para este momento. No me puede dejar así.

—Chico por favor, retírese.

A sus espaldas la aglomeración de personas se establecía rápidamente. Varios permanecían intranquilos y otros molestos por la espera.

—¡Por favor! ¡No me haga esto!—imploró con renacida tristeza.

El portero no respondió y Heber recordó que ese día Joseph se había inscrito antes que él.

—Camacho—dijo despectivo mirando al suelo—. Él fue...—Se sumergió en desolación, devolviéndose de su camino.

«¡Muévete niño!—gritaban los últimos de la fila—. ¡Apúrate mocoso! »

Jaider, sin decir nada, sostuvo el hombro de Heber e hizo una seña con la cabeza desaprobando su miserable abandono.

Avanzó al frente y se postró delante del portero.

—Disculpe señor—le dijo—, este chico es amigo mío.

—¿Y?—respondió cortante.

—Si no lo deja pasar, va a sufrir...

—¿Por qué?

—Porque los malos porteros pierden su puesto y más cuando no le hacen caso a un Santarino...—contestó con clase y sonrisa.

El portero abrió sus ojos con sorpresa y revisó apresurado de nuevo en la lista.

Miedoso, sin pasar tres segundos, volvió a decir:

—Lo siento, aquí estaba, es que no había revisado bien. Heber España, sí, sí... Puede pasar—Miró hacia un lado.

—Gracias... Tonto—culminó Jaider mientras sacaba la lengua y entraba. Heber lo siguió sin dar creencia a lo que sus ojos vieron.

Ya dentro le dio las gracias a Jaider todavía en irreprochable shock.

—¡No lo puedo creer!, como dicen en el norte los americanos... ¡Thanks my friend! ¡Te debo miles!—Tocó con palmas el hombro de Jaider.

Él rio y antes de irse a sentar, le aseguró:

—No me debes nada. Buena suerte, te apoyaremos desde aquí.

Heber sonrió seguro de sí mismo y sacó el pulgar a lo lejos. Estaba confiado en que esa era su gran oportunidad.

Al ver a Ciro por última ocasión antes de empezar, él le señaló con la cabeza la ubicación de Francisca y Heber volteó.

La vio. Justo en el momento de hacerlo, ella columpiaba su pelo con soltura y sencillez, Heber dejó de respirar al tiempo y la contempló con su precioso vestido, sentada de forma delicada en el bahareque acolchado, inmaculada e intocable por seres mortales según lo que pensaba.

Francisca miró enfrente y cruzó su mirada con Heber... que como un ingenuo, subió la mano hacia adelante para saludar, pero ella se mató de la risa por algo que observó desde atrás. Heber giró a ver qué ocurría y era un chico que se había tragado una pelota y vomitado la misma en un único movimiento.

Noche de brillo azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora