48.Regreso.

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Resonó una voz del exterior con estruendoso auge. Su conciencia aún dormía.

—¡Heb!

«¿Qué?» divagó, desentendido.

—¡Heb! ¡Heb!—replicaban en voz alta.

«Alguien me llama... ¿Qué sucede...?» pensó tardío, poco a poco acentuaba su razón, y la lucidez le venía de menos a más.

—¡Heb! ¡Heb...!

Todo se volvió blanco y Heber abrió lentamente los ojos. Se veía perdido.

—¡Heb! ¿Estás bien muchacho?—preguntó preocupado. Era el Chamán que estaba postrado de rodillas frente de él. Heber se encontraba extendido en el suelo maderero del entablillado. Se conmovió de inmediato con los ojos abiertos en pleno desconsuelo.

—Volví—dijo corto, una palabra nunca lo había hecho sentir tan bien. Una lágrima descendió por su mejilla y con sonrisa se repitió lo mismo—: Volví.

El Chamán aprobó con carisma y respondió.

—Sí. Volviste chico.

Heber sonrió con más ahínco y se elevó de pie al instante. Era de tarde y el sol seguía en sus andares, el lago relucía el reflejo de la estrella en completa calma y los gansos estaban en su sitio.

No se despidió del Chamán, pues corrió desaforado en incontable alegría para el hogar y con la inquebrantable esperanza de verlos a todos con vida. Entró y vio lo maravilloso e indiscutible.

—Ya llegas...—No le dio el tiempo de responder. Heber ya daba un desmedido abrazo rompe costillas hacia su madre.

—Mi niño...—Lo acarició de la cabeza.

—Madre... Discúlpame por todo, por absolutamente todo...—replicó con lágrimas. Su madre se mostró confusa.

—No tengo nada que disculpar... nada mi Hebi. ¿Por qué lo dices?

—Porque todos murieron.

—¿Murieron? De qué estás hablando hijo...—Heber dejó de abrazarle con prontitud y volteó a ver en la mesa... andaba su tía sentada picándole el ojo y su padre muerto de la risa al ver tanto alboroto.

—¿Ves? Eso tuvo que ser esos huevos revueltos—dijo su padre entre risotadas—. Estaban dañados, te lo dije Cecilia.

—Charles—admitió cortante—. No lo estaban.

—Para mí, sí...—dijo, pronto Josefina interrumpió.

—Cierra el pico cuñado. Mi hermana no es mentirosa, o... ¿es que acaso te quieres quedar sin hacer «eso» por el resto de tu vida?

—Josefa...—replicó todavía más cortante. Heber se había marchado corriendo hace algunos segundos atrás.

—Ya mi sobrino favorito se fue—dijo Josefina—. No sabrá nada de esto—finalizó con risas.

Heber tenía una sonrisa de oreja a oreja, su familia estaba bien. Salió a casa de Ciro y antes de llegar se topó con Jaider.

—¡Amigo!—Le dio un corto abrazo. Jaider lo correspondió.

—¿Cómo estás?—preguntó Jaider, sorprendido. Sabía que Heber no era de dar abrazos espontáneos. Luego, Heber se alejó.

—Me alegra verte bien amigo—dijo con perdurable regocijo.

—Igualmente campeón...—contestó con sonrisa y leve incomodidad. Su mejor amigo llegaba desde atrás.

—¡Ciro!—exclamó alegre. Se acercó a él y se fundió en un fuerte abrazo con su amigo. Ciro no entendió el motivo de su alegría.

Noche de brillo azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora