21.Locura.

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Varios minutos sentados fueron necesarios para apaciguar los constantes lloriqueos de Francisca, Heber no sabía qué decir. No hallaba explicación para tanta muerte y miseria.

—¿Cómo pasó?—preguntó dubitativo.

—Ella durmió... y no despertó más—Su cara contaba con lágrimas. Las manos taparon sus labios y su cabello desordenaba los moños.

Heber la enganchó con el brazo alrededor de su cuello.

—Todo estará bien—dijo sereno.

—No—contestó con rabia—, estoy cansada de esto. No puedo más. No entiendo nada.

Él la soltó y miró hacia el otro lado.

—¿Por qué...?—preguntó sin comprender.

—¡No entiendo porque me sucede esto! ¡Perdí a Kendry!

—¿Qué rayos vas a entender?—Se paró y vio a Francisca a los ojos, llevándose la yema de los dedos al pecho—. Perdí a mi tía y a uno de mis mejores amigos...—Su expresión negó lo dicho—. Y la culpa... ¿Quién la tiene? No lo sé...

Francisca lloró con más fuerza.

—¡Corazón! ¡Lo siento! Soy una estúpida.

—No digas eso...—contestó lentamente.

—Vete.

—¿Qué?

—Lárgate... quiero estar sola, ¡por favor!—insistió resignada.

—Está bien—Remojó los labios con impotencia y depositó un beso en la frente de su amada—. Descansa.

Heber se alejó caminando cabizbajo y con ambas manos dentro de los bolsillos. No sabía que ocurrió y porque todo había sido tan rápido

—¿Por qué?—Miró al cielo—. ¿Qué está pasando?

No tenía respuesta... Todos y cada uno de ellos habían muerto dormidos, envueltos y adormilados en un sueño eterno. Sin enfermedad ni plaga alguna, solo cerraron sus ojos para siempre.

Heber vagó para el hogar con la mirada mísera y abandonada, pues la razón se escapó de la verdad, las almas partían sin cesar. Enfrente tenía la puerta para entrar.

—Vaya... llegué rápido—dijo con una escasa sonrisa inexplicable. No había motivo para reír.

Abrió firmemente la puerta y ubicó a su madre sentada con ambos codos soportados en la mesa, un pañuelo le sostenía de la mano y su semblante era de haberse destruido hace un rato.

Porque lloraba desconsolada sin lograr evitar el paso de las lágrimas.

—Mi niño...—gimoteaba tragando sus lamentos.

—¿Madre?—dijo sin expresión alguna.

Su madre llevó el paño a cubrir su rostro por completo, gritó en desespero:

—¡Ay! ¡Mi niño...!

—No lo digas mamá...

—¡No! ¡No!—Lloraba en la locura—. Mi niño...

Heber, estático, no ejecutó movimiento alguno. Su reacción se tradujo a una imagen seca y desabrida.

—Hijo... tu padre...—Dio un entrecortado respiro.

—¡No lo digas!—gritó.

—Tu padre...

—¡NO LO DIGAS! ¡NO! ¡NO!—Gritó con más fuerza tapando también sus oídos. Abrió los ojos y leyó los labios de su madre. Inmediatamente salió disparado hacia fuera, corriendo enloquecido como tigre de caza hacia cualquier parte.

Corrió y corrió sin detenerse hasta donde le resistieron las piernas y pulmones.

Pronto frenó su galopada por el cansancio y se inclinó un poco apoyando las dos manos en las rodillas. Hizo rápidos y largos respiros hasta conseguir entrar en calma.

Elevó la cabeza y notó que fue a parar cercano al lago. A simple vista estaba la atrayente choza de palafito del Chamán, que vislumbraba en los alrededores con el agradable brillo de la laguna reflejada por la cálida luz de luna.

Heber se dirigió a la costa, y comenzó a lanzar piedras al agua.

Tomó una de apariencia áspera y abstracta, sin embargo, poseía el tamaño de una pelota de tin tin colorado.

—Maldita sea—La arrojó con ira y rebotó tres veces en el agua. Finalmente se hundió.

—Padre... ¿Por qué?—Su triste cara cambió a la de un niño intentando llorar por la pérdida de un ser querido.

Al segundo, agarró otra. Una enorme, la retuvo entre sus brazos.

—¡Argh!—Volvió a lanzar. Aquella piedra descendió sin rebote.

—Todo pasa por algo..., ¿No?—le dijo al lago—. Tal vez si hubiera lanzado con más fuerza... No te hubieras hundido.

Posó su mirada al brillo del lago.

—Es que... Todo esto empezó desde que estoy con Francisca...—dedujo perdidamente y luego crecieron sus ojos hacia la vertiente de la verdad nocturna— ¡Sí! Dios... ¡Todo esto comenzó desde que estoy con ella...! ¡La noche!—Elevó la vista al cielo.

—Maldita sea... Fue la noche. Fue aquella jodida noche de brillo azul, ¡diablos!—Llevó el puño a tapar su frente—. ¿Cómo no me di cuenta?—Negó con la cabeza—, ¿A quién engaño? Francisca nunca me aceptaría...

Se le vino una persona a la mente... Y le volvió el anhelo de vivir otra vez.

—¡Abuelo!

Noche de brillo azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora