Capítulo 11 La huida

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Vamos por un pasillo más alejado y sólo, cuando estábamos cruzando el pasillo dos infectados que aparecen de la nada nos ven, parecían querer atacar a Mónica y corren hacia ella, yo alejo a uno de una patada en el estómago y al segundo le doy un codazo que le parte varios dientes y la boca y cae al suelo, el primero atacó de nuevo y cuando yo le iba a golpear Mónica le disparó dos veces en el cráneo y este cayó fulminado al suelo luego baja el arma y me mira con una  sonrisa cómplice y dice: Tú mismo lo dijiste es matar o morir. Yo un poco confundido le respondo: Sí pero no pensé que lo entendieras tan rápido digo eres una niña de ocho años... me interrumpe y me dice duramente: Soy una niña de ocho años que tiene un arma y que aprende rápido ahora vámonos Nathan no es momento para perder el tiempo.

Yo iba a decir algo pero de pronto veo más zombis que se acercan por el frente, miro a ambos lados buscando una salida y veo una ventanas a la derecha y digo a Mónica: Tendremos que saltar Mónica y sin esperar respuestas la agarro y nos tiramos por la ventana rompiendo los cristales, yo envolví a Mónica para que no se lastimara y caemos de pié en el suelo, yo bajo a Mónica que quedó un poco aturdida por el salto a pesar de que sólo caímos desde el segundo piso. Aterrizamos en el patio vacío y de inmediato se me ocurre en buscar un medio de transporte, no recordaba donde había dejado la moto y tampoco pensaba ir a buscarla así que dirigí a Mónica a una camioneta negra de doble cabina que era el auto más cercano, la abro a la fuerza teniendo cuidado de no romper las puertas y la alarma empieza sonar ruidosamente y yo grito: Maldición. Me apresuro a juntar los cables para encender la camioneta, esta se enciende y yo piso en acelerador, cuando ya nos alejábamos de la escuela vi a dos hombres corriendo despavoridos y unos metros más atrás de ellos una estampida de zombis.

Yo a pesar de todo lo que había vivido en esos últimos días sentí una repentina compasión de esos hombres y no los quería ver morir, viré hacia donde estaban y les grité: Corran, móntense atrás. Ellos corrieron más allá de sus límites, hasta que al fin saltan y aterrizan con un golpe sordo en la cabina trasera de la camioneta y gritan acelera. Yo hundo el pie en el acelerador y el auto arranca a toda velocidad y dejo atrás a esa bola de infectados; doy un suspiro y más relajado.

__ No sabía que sabías conducir.__ comento Mònica.

__ Es una larga historia pero bien que nos salvó la vida__ hago una pausa y añado__ Ya puedes relajarte, ya estamos a salvo, necesitas descansar duerme un poco, no pasa nada. Y ella me contesta que no tiene sueño y que no la tratara como una niña yo le digo: esta bien has lo que quieras. Y como a los veinte minutos se quedó dormida, yo la miré con cierta ternura como nunca lo hacía, me sentía más tranquilo teniéndola a salvo y a mi lado pues no sabía si mis padres seguían vivos y posiblemente Mónica fuera la única familia que me quedaba. Seguí conduciendo sin saber a dónde ir exactamente, quería disfrutar del viento en el rosto pero no podía gastar el combustible así no más, y cuando decido buscar un lugar seguro donde descansar noto que ya estaba oscureciendo, para mi suerte veo un hotel a un lado de la calle y antes de estacionarme, miro alrededor y aparentemente estaba desierto me preocupé cuando recordé que cuando oscurecía los infectados salían por montones de sus escondrijos. Me detengo, despierto a Mónica que despertó con un bufido y con el ceño fruncido, los dos bajamos y nos acercamos a los dos hombres que ayudamos a escapar para presentarnos, eran altos y negros debían tener de veinticinco a treinta años, tenían el cabello corto, rizado y negro, el de la derecha tenía un uniforme policía sucio y polvoriento con manchas de sangre seca, y el de la izquierda tenía una camisa con cuadritos de colores, un chaleco antibalas, unos jeans negros y unas botas. Lucían cansados como cualquiera en esa situación, no me parecían particularmente extraños aunque debía tener cuidado porque después de todo eran desconocidos. 

__ Hola. Mi nombre es Nathan Bates y ella es mí hermana menor Mónica ¿cuáles son sus nombres? El chico de la derecha respondió primero: 

__Yo soy Christopher Gomez

__Y yo soy James Suarez mucho gusto.__ se presento el segundo

__Igualmente __les respondo__ Bueno ya habrá tiempo de presentarnos mejor. Hay que escondernos rápido porque los zombis salen de sus escondrijos cuando anochece. Bueno todos detrás de mí. Los dos hombres me miran con una mezcla de desdén y burla como preguntándose qué me creía yo para darles órdenes a ellos que eran más grandes y uno de ellos debía ser policía y tendría cierta habilidad para defenderse, pero ninguno de ellos sabía de lo que yo era capaz, sin embargo no protestaron y me siguieron. Yo saco mi arma, mi fiel escopeta, luego ellos también sacan sus armas, el que tenía uniforme de policía tenía una pistola y el otro una escopeta como la mía. Bueno al menos están armados__ pensé aliviado. Vamos caminando cautelosos, con las armas en alto listos para disparar ante cualquier señal de amenaza y vamos al interior del hotel, yo miré a ambos lados en busca de cualquier amenaza ya fuera zombi o lo que sea, comenzaba a oscurecer pero no se veían zombis en la costa y seguimos caminando con cautela, abro la puerta y entramos en el lobby del hotel, subimos las escaleras sigilosos sin hacer mucho ruido, vuelvo a mirar a mi alrededor alerta, pero seguía sin percibir nada potencialmente peligroso, todo se veía tranquilo, demasiado tranquilo, veo un botella rota en el suelo, yo la lanzo lejos a ver si el sonido atraía a algún zombi, pasan unos segundos y no pasa nada, seguimos caminando y entramos en la primera habitación que vemos, abro la puerta apuntando con mi escopeta, al entrar la habitación estaba vacía, oprimo el interruptor y las luces se encienden, todavía había electricidad, miro al techo por si no había alguno de esos putos trepadores, revisamos en el baño, debajo de la camas, en el closet y gracias a Dios no había ni rastro de los zombis. No hay ningún peligro__ digo a los chicos, antes de descansar cerramos bien la puerta y las ventanas, no había que confiarse, luego de asegurarnos de que estábamos seguros anuncio: Ya podemos relajamos, estamos seguros. Aflojamos nuestros músculos tensos y extenuados y nos recostamos en las camas. La habitación tenía dos camas matrimoniales, Mónica y yo nos recostamos en una y James y Christopher en la otra. De inmediato cerramos los ojos y caímos en un profundo sueño, había sido un día muy agotador y pesado, ya habría tiempo de platicar con más calma luego, antes de quedarme completamente dormido Mónica me susurra: 

__Dulces sueños pendejo. 

Y yo pienso: No ha cambiado en nada.

Erase una vez un apocalipsisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora