Radiografiar un libro

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Todo libro tiene un esqueleto oculto entre las tapas, y la tarea de quien realiza una lectura analítica consiste en descubrirlo.
Un libro es como una casa aislada, una vivienda con muchas habitaciones, en diferentes niveles, de tamaños y formas distintos y con usos igualmente distintos. Las habitaciones son independientes, en parte, porque cada cual tiene su propia estructura y su decoración interior; pero no son absolutamente independientes y no están absolutamente separadas, sino que están conectadas por puertas y arcos, pasillos y escaleras, por lo que los arquitectos denominan «pauta de tráfico». Y precisamente por tal conexión, la función parcial que desempeña cada una de ellas contribuye a la utilidad de la casa en su conjunto. En otro caso, no se podría vivir en ella.

La analogía es casi perfecta. Un buen libro, al igual que una buena casa, constituye una ordenación de diversas partes. Cada una de las partes principales disfruta de un cierto grado de independencia, y, como veremos más adelante, puede poseer una estructura interna propia y estar decorada de forma distinta al resto de las partes; pero también debe estar conectada con las demás, es decir, relacionada con ellas para que el conjunto funcione, pues en otro caso no aportaría su contribución a la inteligibilidad del mismo.

El libro más legible constituye un logro arquitectónico por parte de su autor, y los mejores libros son los que poseen la estructura más inteligible.
Si bien suelen resultar más complejos, precisamente su mayor complejidad supone una mayor simplicidad, porque las partes de que se compone están mejor organizadas, más unificadas.

Acerca del argumento y el plan de los libros: descubrir la unidad de un libro
El Argumento de Tom jones, por ejemplo: puede reducirse a una fórmula muy conocida: el chico que encuentra a una chica, la pierde y vuelve a encontrarla. En esto consiste el argumento de toda novela sentimental, y reconocerlo equivale a saber que sólo existe un número reducido de argumentos. La diferencia entre las buenas y las malas narraciones con el mismo argumento esencial radica en lo que el autor hace con él, en cómo reviste los huesos desnudos. El lector no siempre tiene que descubrir la unidad de un libro por sí mismo, porque a veces colabora el autor. En ocasiones, basta con leer el título.

El lector no debe sentir demasiado orgullo y rechazar la ayuda del autor si éste la ofrece, pero tampoco confiar por completo en lo que se dice en el prólogo. Conviene guiarse por el programa informativo que propone el autor, pero sin olvidar jamás que la obligación de descubrir la unidad corresponde en última instancia al lector, en igual medida que el escritor tiene la obligación de presentar tal unidad y que aquél sólo podrá cumplir honradamente la suya leyendo el libro entero.

Con qué frecuencia puede esperar el lector que el autor, sobre todo si se trata de un buen autor, le ayude a comprender el plan de la obra. A pesar de este hecho, la mayoría de los lectores no saben qué responder si se les pide una descripción sucinta de la obra, en parte debido a la imposibilidad, tan generalizada, de expresarse adecuadamente en frases concisas en su propio idioma, y, en parte, al olvido de esta regla en la lectura. Pero esto también demuestra que muchos lectores prestan tan poca atención a las palabras preliminares del autor como al título de la obra.

El dominio de la multiplicidad: el arte de perfilar un libro
Una unidad bien expuesta señala las partes más importantes que componen el conjunto: no se puede comprender la totalidad sin entender las partes que la integran. Pero también es cierto que, a menos que se aprehenda la organización de las partes, no se podrá conocer el conjunto en su totalidad.

Una vez hecho esto, cumpliremos la tercera norma según el siguiente procedimiento:
1) El autor ha llevado a cabo su plan en cinco partes fundamentales, la primera de las cuales trata sobre tal y cual cosa, la segunda sobre tal y tal tema, la tercera sobre este otro, la cuarta sobre tal y cual y la quinta sobre este otro tema.
2) La primera de estas partes principales está dividida en tres secciones, la primera de las cuales se ocupa de X, la segunda de Y y la tercera de Z.
3) En la primera sección de la primera parte el autor establece cuatro puntos, el primero A, el segundo B, el tercero E y el cuarto D, y así sucesivamente.
Quizá el lector no esté de acuerdo con un perfilado tan prolijo, porque se tardaría toda una vida en leer un libro de esta manera pero, naturalmente, se trata tan sólo de una fórmula.
Parece como si la fórmula requiriese una cantidad de trabajo imposible, más el buen lector realiza esta tarea de forma habitual y, por consiguiente, con facilidad y naturalidad. Tal vez no anote todos los detalles y ni siquiera los concrete verbalmente mientras está leyendo, pero si se le pidiera que explicara la estructura del libro, se aproximaría a la fórmula que acabamos de ofrecer. Lo que se trata es de organizar un perfil por uno mismo con el fin de leer la obra bien. Si el autor fuese un escritor perfecto, e igualmente perfecto el lector, resultaría que ambos son el mismo.

En la proporción en que uno de los dos se aleje de la perfección, inevitablemente surgirán discrepancias de toda clase, lo que no significa que haya que hacer caso omiso de los encabezamientos de los capítulos y de las divisiones por secciones trazados por el autor, están destinados a ayudar al lector, al igual que los títulos y prólogos, pero hay que utilizarlos como guía, no depender de ellos de forma totalmente pasiva. Aunque algunos autores ejecutan el plan de la obra a la perfección, un buen libro suele presentar un plan más claro de lo que parece a primera vista.
La superficie puede resultar engañosa y hay que mirar debajo para descubrir la verdadera estructura.

Relación recíproca entre las artes de la lectura y la escritura
Escribir y leer son actividades recíprocas, al igual que enseñar y ser enseñado.
Si escritores y profesores no organizasen lo que desean comunicar, si no lograsen unificarlo y ordenar las diversas partes, no tendría sentido recomendar a quienes leen o escuchan que buscaran la unidad y develaran la estructura del conjunto.

El lector trata de descubrir el esqueleto que oculta el libro, mientras que el escritor empieza por el esqueleto e intenta cubrirlo. El objetivo que persigue este último consiste en ocultar el esqueleto de forma artística, o, en otras palabras, poner carne sobre los huesos desnudos. Si es un buen escritor, no entierra un esqueleto débil bajo una montaña de grasa; por otra parte, la carne no debería formar una capa demasiado delgada a través de la cual puedan verse los huesos. Si esta capa es suficientemente gruesa y se evita la flaccidez, se percibirán las articulaciones y el movimiento de las diversas partes.
La carne -el perfil develado- añade una dimensión esencial; añade vida, en el caso de un animal. De igual modo, escribir un libro a partir del perfil, independientemente de lo detallado que sea, otorga a la obra una especie de vida de la que en otro caso carecería.

Si, una vez adquirida suficiente destreza, el lector no consigue aprehender la unidad de una obra por muchos esfuerzos que realice ni puede descubrir sus partes y la relación existente entre ellas, seguramente se trata de un mal libro, por mucha fama que tenga. Pero no debemos apresurarnos a emitir tal juicio; posiblemente la culpa es del lector, no del autor.

Descubrir las intenciones del autor
Si el lector conoce el tipo de preguntas que cualquiera puede plantear acerca de cualquier cosa, se convertirá en un experto a la hora de detectar los problemas del autor, que pueden formularse sucintamente, de la siguiente manera:
¿Existe algo?
¿Qué clase de problema es?
¿Qué lo ha producido, o bajo qué circunstancias puede existir, o por qué existe?
¿Qué objetivo persigue?
¿Cuáles son las consecuencias de su existencia?
¿En qué consisten sus características, sus rasgos?
¿Cuáles son sus relaciones con otros puntos similares o diferentes?
¿Cómo se comporta?
Todas estas preguntas tienen carácter teórico.

¿Qué fines deben perseguirse?
¿Qué medios habría que elegir para alcanzar un fin concreto?
¿Qué hay que hacer para obtener un objetivo dado, y qué orden hay que seguir? Bajo unas circunstancias determinadas,
¿Qué se debe hacer?
¿Bajo qué condiciones resultaría mejor hacer esto o lo otro?
Todas estas preguntas tienen carácter práctico.
La anterior lista de preguntas no pretende ser exhaustiva, pero representa las clases de preguntas que se formulan con mayor frecuencia cuando deseamos obtener un conocimiento teórico o práctico, y puede ayudar al lector a descubrir los problemas que ha intentado resolver en un libro, si bien hay que adaptarla cuando se aplica a obras literarias, en las que también resultarán útiles.

Primera etapa de la lectura analítica
No hace falta leer un libro hasta el final para aplicar las cuatro primeras reglas y después volver a leerlo una y otra vez con el fin de aplicar las demás. El lector experto alcanza las cuatro etapas al mismo tiempo. La aplicación de las cuatro primeras reglas de la lectura nos proporcionará la mayor parte de los datos necesarios para responder a esta pregunta, si bien hemos de añadir que lo haremos con mayor exactitud a medida que apliquemos las demás reglas y respondamos a las demás preguntas.

Cómo Leer Un Libro  (Mortimer J. Adler Y Charles Van Doren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora