Lo más importante que hay que recordar acerca de cualquier libro práctico es que no puede resolver los problemas, también de carácter práctico, que trata. Un libro teórico sí puede resolver sus propios problemas, pero un problema práctico sólo se soluciona mediante la acción misma. Cuando el problema práctico consiste en cómo ganarse la vida, no lo solucionará un libro que explique cómo hacer amigos e influir sobre las personas, si bien puede sugerir unos pocos elementos al respecto. Sólo la acción misma resolverá cómo ganarse la vida.A eso nos referimos al decir que únicamente la acción resuelve los problemas prácticos, y la acción se desarrolla en el mundo, no en los libros.
Los libros prácticos se dividen en dos grupos principales. Algunos, como el presente, o un recetario de cocina, o un código de circulación, consisten fundamentalmente en una formulación de reglas, y cualquier otro elemento de exposición que contengan está destinado a aclararlas. No existen muchos grandes libros de este tipo. El otro grupo se ocupa sobre todo de los principios que generan las reglas, y a él pertenece la mayoría de las grandes obras de economía, política y ética.Pero existe una importante diferencia entre leer un libro de tales características y otro puramente teórico. Dado que, en última instancia, los problemas a resolver son prácticos -problemas de acción, en terrenos en los que las personas pueden desenvolverse mejor o peor-, el lector inteligente de obras sobre «principios prácticos» siempre lee entre líneas o en los márgenes, tratando de ver unas normas que quizá no estén explícitas pero que de todos modos pueden derivar de los principios, y avanza un poco más para intentar averiguar cómo habría que aplicar las reglas en la práctica.
A menos que se lo lea así, no se considerará práctico un libro de este tipo, lo que equivale a decir que se lo lee mal, que no se lo entiende y que no se lo puede criticar debidamente. Si la inteligibilidad de las normas reside en los principios, no es menos cierto que lo significativo de los principios prácticos reside en las normas a las que conducen, a las acciones que recomiendan realizar.
Esto indica qué hay que hacer para comprender ambas clases de libros, prácticos, y también los criterios a seguir para emitir un juicio crítico. En el caso de las obras puramente teóricas, los criterios para la avenencia o la desavenencia guardan relación con la verdad de lo que se dice, pero la verdad práctica difiere de la teórica.
Al juzgar un libro teórico, el lector debe apreciar la coincidencia o discrepancia entre sus propios principios básicos y los del autor. Al juzgar un libro práctico, todo se dirige hacia los objetivos o fines.El papel de la persuasión
Esta breve exposición dará al lector una pista para descubrir las dos preguntas principales que debe plantear cuando lee cualquier libro práctico. La primera es como sigue: ¿cuáles son los objetivos del autor?, y la segunda: ¿qué medios propone para conseguirlos?
Puede resultar más difícil responder en el caso de un libro sobre principios que en el de otro sobre reglas, porque probablemente fines y medios parecerán menos evidentes. Sin embargo, hay que contestar en ambos casos para comprender y criticar un libro práctico.
En todo libro práctico existe un elemento de oratoria o, incluso, demagogia. No hemos leído ningún libro de filosofía política -por teórico que pudiera parecer, por «abstractos» que fueran los principios que presentaba- que no intentase persuadir al lector de «la mejor forma de gobierno». De igual modo, los tratados morales intentan persuadir al lector sobre «la buena vida» y le dan consejos para vivirla, y los autores del libro que tiene ahora en las manos hemos intentado persuadirle de que lea de cierta forma, con el fin de que llegue a una mejor comprensión.
No costará ningún trabajo ver por qué el escritor de libros prácticos debe tener algo de orador o propagandista. Como el juicio que emitirá el lector sobre su obra se dirigirá a su aceptación del fin para el que el autor propone unos medios, depende de éste convencerle.Para ello, el autor tendrá que presentar sus argumentos de tal forma que se gane los sentimientos y la mente del lector, con cuyas emociones quizá tenga que jugar para hacerse con el control de su voluntad.
Esta actitud no es incorrecta ni cruel. Forma parte del carácter mismo de los asuntos prácticos persuadir a las personas de que piensen y actúen de una forma determinada. Ni el pensamiento ni la acción práctica son asuntos puramente mentales, porque no se pueden dejar a un lado las emociones. Nadie emite juicios prácticos serios ni realiza acciones sin ciertos sentimientos. Quizá el mundo sería mejor si ocurriese de otra manera, pero también diferente. El autor de libros prácticos que no comprenda este hecho resultará ineficaz, y al lector de estas obras que tampoco lo comprenda probablemente le tomarán el pelo.
La persona que lee un libro práctico inteligentemente, que conoce sus términos, proposiciones y argumentos básicos, siempre podrá detectar su oratoria. Descubrirá sin esfuerzo los lugares en los que se hace un «uso emotivo de las palabras» y, consciente de que tiene que estar dispuesto a ser persuadido, hará algo para sopesar los argumentos. Se resistirá al atractivo de comprar en las rebajas, pero no necesariamente por completo. Resistirse al atractivo de las rebajas es bueno cuando nos impide comprar precipitada e inconscientemente, pero el lector que piensa que debe prestar oídos sordos a todos los atractivos de un texto, en realidad no debería leer libros prácticos.
Qué conlleva la avenencia con el autor en el caso de los libros prácticos
La primera pregunta, a saber, ¿sobre qué trata el libro?, no cambia mucho. Como una obra práctica tiene carácter de ensayo, sigue siendo necesario, en el transcurso de la respuesta, perfilar la estructura.
Supongamos, por ejemplo, que una persona lee un artículo que explica cómo hacer mousse de chocolate. A esa persona le gusta tal postre y está de acuerdo con el autor del artículo en que el fin que se persigue es bueno. También acepta los medios que se proponen para obtener el fin, es decir, la receta, pero se trata de un lector, no de una lectora, que nunca se mete en la cocina y no llega a hacer el dulce. ¿Invalida esta circunstancia lo que acabamos de decir?
Claro que no, pero sí señala una importante diferencia entre los tipos de libros prácticos. Respecto a los fines propuestos por los autores de dichos libros, en ocasiones éstos son generales, aplicables a todos los seres humanos, y en otras sólo a cierto número de ellos.Si el fin es general -como en el caso del presente libro, que sostiene que todas las personas deberían leer mejor, no sólo unas cuantas-, las derivaciones de este capítulo se aplican a todos los lectores.
Si el fin es selectivo y se aplica sólo a ciertos seres humanos, el lector debe decidir si pertenece o no a esa categoría. Si es así, las derivaciones también se le aplican a él, y está más o menos obligado a actuar según lo que especifique el autor. En el caso contrario, quizá no esté tan obligado.
Hemos dicho «quizá no esté tan obligado» porque existe una posibilidad de que el lector se esté engañando a sí mismo o de que no comprenda sus propias motivaciones al decidir que no pertenece a la categoría humana para la que el fin tiene relevancia.
En el caso del lector del artículo sobre la mousse de chocolate, probablemente exprese, mediante su inactividad, la opinión de que, aunque todo el mundo sabe que ese dulce es delicioso, otra persona -quizá su mujer- debería hacerlo. Y en muchas ocasiones admitimos lo deseable de un fin y la viabilidad de los medios, pero de una u otra forma expresamos renuencia a llevar a cabo la acción. Que lo haga otro, decimos, más o menos explícitamente.
Desde luego, esto no constituye un problema fundamental de la lectura, sino de la psicología. Sin embargo, el factor psicológico influye en la eficacia a la hora de leer un libro práctico, razón por la cual lo hemos expuesto en estas páginas.
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Cómo Leer Un Libro (Mortimer J. Adler Y Charles Van Doren)
DiversosCómo leer un libro? (Adler Mortimer y Charles Van Doren) UNA GUÍA CLÁSICA PARA MEJORAR LA LECTURA Niveles de lectura: La lectura primaria, La lectura de inspección, La lectura analítica, y La lectura paralela.