Día 10

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Día 10.

El dolor que siento en mi cuerpo no es comparable con cualquier otro sentimiento que he experimentado. Intento aferrarme al presente, tratando de descubrir por qué mi mejilla está tan fría. Y luego me doy cuenta de que no es frío lo que siento, si no mojado; siento una compresa mojada en mi mejilla. Me arde en las heridas, pero al mismo tiempo sientan bien. Tardo varios minutos en darme cuenta de que alguien me está sujetando la mano. Intento abrir los ojos, pero sólo uno de ellos es capaz de hacerlo. La brillante luz me hace parpadear, lo que hace que mi ojo hinchado me duele más todavía, si es eso posible.

El dolor se extiende por mi cuerpo como si estuviera intoxicada por él. A mi ojo sano le cuesta varios segundos para acostumbrarse a la luz. Giro mi cabeza para mirar a un muy preocupado Sebastian sentado a mi lado. Falla una sonrisa y sigue acariciándome la mejilla con la toalla mojada.

Examino la habitación en la que estoy con la mirada. Veo una larga mesa de madera con papeles desperdigados por ella. Un armario ocupa buena parte de la pared, está lleno de libros y, en frente de la cama en la que estoy tumbada, una televisión de plasma. Sigo examinándola para quedarme con cada detalle de la habitación. Los rayos de sol atraviesa la ventana de doble cristal, llenando el espacio de una cálida y brillante luz. Puedo imaginarme lo bonita que sería por la noche.

Cuando mis ojos recorren la habitación, se posan accidentalmente en Sebastian. Mi corazón empieza a latir con más rapidez cuando me lanza una sonrisa matadora.

-Iba a llevarte al hospital, pero como me suplicaste que no, te he llevado a mi apartamento. Espero que no te importe -dice, sonriendome.

-No me acuerdo de eso. En realidad no me acuerdo de nada después de... -dejo la frase en el aire. No quiero darle pistas de que mi padre me haya hecho ésto.

-¿Después de que saliste huyendo de tu padre? -pregunta con las cejas alzadas.

-¿Qué? No, realmente no sé qué ha pasado. Estaba volviendo a casa cuando un tío salió de la nada...

Escucho cómo Sebastian suspira cuando se levanta para entrar en una puerta que antes no vi. Escucho agua correr y pocos minutos después vuelve a entrar con la toalla goteando.

-No hace falta que me mientras, Victoria. Tal vez tu no recuerdes lo que me contaste, pero yo sí -dice mientras se sienta vuelve a ponerme la prenda mojada en la cara.

-Y, ¿qué es lo que te conté?

-La verdad -susurra.

Aparto la mirada y miro por la ventana.

-¿Y eso es?

Su mano roza la mía accidentalmente. Le miro y nuestros ojos se encuentran. Al final, acabo apartando la mirada sintiéndome ridícula por mirarle de esa manera. Continúo acariciándome con la compresa, como si nunca hubiera pasado nada.

-¿Cuántas veces te ha hecho ésto tu padre? -decide romper el silencio entre nosotros.

Deseo que no lo hubiera hecho, ya que la pregunta lucha dentro de mí.

Me quedo en silencio unos segundos, tratando de averiguar si el hecho de contarle la verdad es bueno o malo.

-Nunca me había puesto una mano encima -miento-. Siempre ha sido un padre muy cariñoso.

Puedo ver que no se lo está tragando, pero aún así, continúo hablando.

-Me entró el miedo y salí corriendo. Pero fue un error, él nunca me haría daño.

Frunce el ceño, debatiendo si creerme o no.

-Pues lo hizo. Te hizo daño y eso tiene consecuencias -dice, firme, sin mirarme.

The Letter {Español}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora