CAPÍTULO 2.

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YOUNG GOD | DOS.

YOUNG GOD | DOS

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Por primera vez en tres horas, sus pies tocaron el cemento. Abigail caminó por el campus en busca de una alma viva pero no parecía haber nadie. El sol brillaba tanto como lo había hecho el día anterior y le hizo desear no haberse puesto tantas capas gruesas. Por la escuela en sí, el lugar parecía desierto.

Decidió andar hasta la puerta que tenía la palabra ENTRADA grabada en el ladrillo erosionado encima de ella. Entró a un iluminado vestíbulo que pertenecía al reformatorio de Foxcroft Cove y encontró a una asistenta de hombros anchos con un portapapeles debajo de su bíceps anormalmente largo conjunto a un grupo pequeño de delincuentes que tenían los ojos clavados en ella, queriendo decir que iba extremadamente tarde o que nunca antes habían visto a una chica con pelo castaño. De todas formas, a ella no le podía importar menos.

—Cualquier objeto prohibido se ha de poner en esta caja y si veo que alguno de vosotros ha conseguido quedarse algo, habrá problemas —habló la asistenta. Su acento era fuerte, seguro que era sureña. Ella siguió ignorando la presencia de Abigail hasta que tosió en un intento de llamar la atención. La asistenta se apartó las gafas y le miró a los ojos a Abigail—. Eres nueva. Un momento —dijo, elevando su mano.

Abigail asintió despacio a la vez que miraba a los delincuentes dejar sus objetos como navajas, mecheros, cigarros y cosas de ese calibre. Ella se sintió avergonzada y casi obligada a sacar algo similar pero no llevaba nada más que esenciales como su cepillo de dientes, sus productos para el pelo, etcétera. Se deslizó detrás de unos internados que parecían menos locos, mirando hacia abajo a su folleto pero ahora se sentía tonta por traerlo. Seguía furiosa con su padre por mandarla aquí en primer lugar pero más por el hecho de que él mismo la tuviera que haber traído aquí. Esperaba que su tía, la de parte de madre, hiciera ese trabajo.

La asistenta finalmente le prestó atención a Abigail.

—Vale, novata. Dime tu nombre entero, edad y tu escuela de transferencia.

—Abigail Cerise Chamberlain, diecisiete años de edad y transferida desde el instituto católico de Sta. Theresa —contestó con brusquedad. Algunos de los delincuentes se rieron de su respuesta, algunos se susurraron entre ellos. Ella escuchó a uno murmurar:

Apuesto a que es una de esas frikis por Jesús. —Pero de nuevo, a ella no le importaba. Rodó los ojos.

Además, era su madrastra quien era friki por Jesús, no ella. Ella misma había crecido como agnóstica pero lentamente iba perdiendo su fe.

—¡Bien, ya es suficiente! —gritó la asistenta, golpeando su puño contra el escritorio de recepción, silenciando a los que se burlaban de Abigail. El rostro de la asistenta se suavizó cuando se giró hacia Abigail de nuevo, enunciando con lentitud—. Gracias. Como les decía a tus compañeros de estudio, ¿posees algo ilegal? —preguntó en un tono condescendiente que Abigail no apreciaba, aunque no fuera mal intencionado.

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