Abigail Chamberlain.
Diecisiete años.
Maestra en el arte del sexo.
Abigail siempre ignora el toque de queda y lleva a su padre al límite, hasta que él la envía derecha a un reformatorio llamado Foxcroft Cove. Allí, es registrada para sesiones tera...
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JUSTIN BIEBER
Vi como su madre sollozaba. Vi a su padre maldecir al Cielo por llevarse a su pequeña tan pronto. Oí a su abuela -quien supuestamente era malditamente católica- cuestionar a su Dios.
Muchas palabras que quería decir, disculpas que dar a su familia cuando se acercasen. No había nada que pudiese decir.
Ella estaba muerta y ningún montón de condolencias iba a devolverla nunca.
Los padres de Ramona quisieron un funeral con el ataúd abierto, aunque yo me opuse. No podía mirar a mi mujer a la cara. Estaba sin vida. Se había ido y no había nada que pudiese hacer.
Sentía como si ella fuese parte de mi imaginación, quizás una prueba de quién fuese que existiese para poner a prueba mi constante estado de sin emoción. Bueno, no funcionó una mierda. No derramé ni una sola lágrima. Mis manos seguían hechas un puño, un bulto residía en mi garganta y mi mandíbula se apretaba de vez en cuando. Esa era toda la emoción que podía expresar.
Conociéndola, ella no querría eso. Ramona era una vibrante y feliz persona que tenía sus momentos eventuales pero, como todos, era humana. Ella no hubiese querido que todos estuviésemos vestidos de negro y tener la expresión de la cara destrozada. No. Ella hubiese querido que celebrásemos su vida pero, por supuesto, sus padres estaban a cargo de todo esto.
Mi mano descansaba en mis bolsillos y dentro de mi mano estaba el anillo de bodas de Ramona. En mi otra mano había una rosa que traje de una floristería local. La mujer de la tienda dijo que las rosas rojas simbolizaban balance y sacrificio. Por supuesto, pensaba que todo eso eran gilipolleces, pero, aún así, una parte de mí la creyó. Mantuve conmigo su anillo porque era lo único que tenía de ella, a parte de nuestras fotos, vídeos y memorias que próximamente se desvanecerían y que harían que la tristeza me atacase, sumiéndome en una profunda depresión.
Sé cómo va todo esto, lo he visto en mucha gente antes. Por una vez, me parecía bien el permitirme caer en la tristeza y el no molestarme en recuperarme. —Descanse en Paz. —Permití que las palabras en español resbalasen de mi boca, débilmente.
Recuerdo cómo Ramona trató de enseñarme español y bromeó sobre que iba a matarme si no aprendía antes de conocer a sus padres y río de forma tan bonita y feliz; como ella era.
Sentí un toque en mi hombro y me giré, encontrándome a un hombre joven que tendría dieciocho o diecinueve años. Sus brazos estaban cruzados en su pecho y me miraba delicadamente. —¿Crees que... Crees que ella está en el Cielo? —Preguntó. Para su sorpresa, negué con la cabeza. —Ell no irá al cielo; ellaera el cielo. Ella era mi cielo en la tierra y me di cuenta demasiado tarde. La tenía tan asegurada que no lo pensé nunca. —Mi voz se rompió mientras hablaba. Ella era mi ángel, equilibraba mis demonios y me mantenía seguro de cualquier cosa y de volver a mi antigua persona. Se había ido, ¿quién iba a mantenerme lejos de ellos? Sé que yo mismo no puedo, soy muy débil.
La mano del chico descansó en mi hombro con simpatía. —Lo siento mucho, chico. Ella realmente te amaba. —¿Y quién eres tú? —Miré a otro lado sin interés en sus condolencias. —Soy su hermanastro, Manuel, de parte de madre —replicó duramente—. Ramona y yo... no éramos muy cercanos. Asentí comprendiendo. —Sin ofender, Manuel, pero a menos que sepas cómo devolverla a la vida, no tengo ganas de hablar ahora mismo. —Me lo quité de enmedio, cerrando levemente los ojos por el sol.
Manuel suspiró pesadamente antes de marcharse. Apreciaba lo que había hecho pero no había nada que pudiese hacerme sentir mejor.
Levanté la rosa en mi mano, pestañeando despacio mientras sorbía por la nariz, inhalando el dulce olor de la rosa. Me recordaba a ella.
Anduve lentamente hacia su ataúd, colocando la rosa encima de la tapa antes de decirle adiós. —Siempre te amaré. —Murmuré antes de meter las manos en mi chaqueta y dirigirme a la multitud.
Voy a encontrar a quien mató a mi esposa y acabar con su vida.
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Mientras llegaba a mi apartamento, las luces de la policía brillaron, dejando evidencia de que buscaban pistas. Habían estado buscando pistas y, por supuesto, cogieron el cuchillo. Desde hace unos días, he pasado tanto tiempo en la estación de policías que se sentía como algo sin fin y agotador. Había estado tantas veces que me había hasta aprendido el lema de la estación.
Treinta y nueve pasos para entrar y salir de la habitación para los interrogatorios. Dos tramos de escaleras, dos torniquetes de seguridad y unos veintiséis pasos más para ir a las celdas que tenían a aquellos sospechosos.
De hecho, estuve sorprendido de que la policía no me hubiese interrogado ya pero, claro, de todos los pecados cometidos, nunca he tenido problemas con la ley. He sido muy bueno.
Aclaré mi garganta acercándome al oficial con pelo rubio. —Oficial. —Dije y me miró. —Señor Bieber. Siento su pérdida, señor. Estamos haciendo todo lo posible para resolver esto. —Descansó la mano en mi hombro y mi cuerpo se tensó. —Gracias. —Asentí la cabeza con gratitud, incluso si no lo decía sinceramente— ¿Hay alguna noticia? El oficial se acercó al oído de Justin. —No debo de decirte esto hasta estar confirmado en la estación, pero los chicos reconocieron que pillaron a alguien forzando la entrada a tu apartamento. No hemos reconocido la cara. Lo siento, no puedo decirte más. —Me dijiste lo suficiente, amigo mío. —Sonreí abiertamente—. ¿Habría alguna oportunidad de que pudiese ver esa grabación? —Arqueé la ceja con curiosidad—. Solo un momento. Esto era muy familiar. Un asesino enmascarado y entrada forzada. Dirigí mi mirada a la puerta.
Estudié las bisagras con detalle, dándome cuenta de que un tornillo faltaba en una. Saqué el teléfono y tomé una foto. —¿Señor Bieber? —Oficial, ven un segundo. —Le llamé y vino hacia a mí— Siempre hay pistas que llevan a un forzamiento, ya lo sabes, eres oficial. Hay un tornillo que faltaría en esta bisagra. No ha sido forzado. —Pero el vídeo... —El vídeo es una mierda. Lo que sea que han visto tus chicos, no era perteneciente a esto. No hay nada que sugiera que han forzado la puerta. —Levanté la barbilla con mil ideas rondándome en la mente. Alguien había permitido que entrasen y, posteriormente, mataron a mi mujer.