CAPÍTULO 18.

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YOUNG GOD | DIECIOCHO.

Maratón 1/3

Maratón 1/3

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Abigail se había convertido en una persona solitaria en un espacio muy corto de tiempo. No se había dado cuenta que como había pasado tanto de su tiempo con Justin, no había hecho un grupo sólido de amigos. Quería hablarles a Courtney y a Sirius y resolver cualquier problema que tuvieran, pero nunca sería capaz de reunir el coraje suficiente al pasar por su lado o al estar cerca de ellos.

Su rutina se había convertido en un círculo aburrido: despertarse, ir a clases y dormir. Ya no le ocurría nada interesante y comenzaba a extrañar su casa ahora más que nunca. Había contemplado escaparse algunas veces, pero las cámaras la verían y acabaría en problemas. A veces también se convencía de que todo era un sueño horrible y que se despertaría en cualquier momento a partir de ese momento en su cama, pero, oh, todo era real, cada segundo lo era.

Hoy iba a pasar algo diferente. Iba a haber un partido de fútbol y era obligatorio que todo el mundo atendiera. A Abigail no le interesaba el partido en absoluto, y definitivamente, no tenía ganas de estar rodeada de sus compañeros, a los cuales no apreciaba mucho.

Los estudiantes se dirigían a las gradas para ver la primera parte del partido de fútbol. Abigail se puso detrás de un grupo grande, no entusiasmada con la idea de salir. Suspiró con pesadez y cuando empezó a pasar por la despensa de limpieza, alguien la agarró con firmeza por el antebrazo y la metió dentro del cuarto.

Ella gimió cuando vio la puerta cerrarse y la empotraron contra la pared a la vez que le tapaban la boca.

—Sh, sh, soy yo —susurró Justin, tranquilizándola.

Ella tenía los ojos bien abiertos cuando observó a Justin: no llevaba pantalones de vestir ni maletín, sino unos tejanos y una camiseta gris pegada a su cuerpo. Apartó su mano de su boca y, aunque deseaba maldecirle por asustarla tanto, sus labios formaron una sonrisa alegre ya que no podía contener su felicidad al ver a la única persona que la hacía sentir cuerda.

—Oye —habló, apartando mechones de pelo de su cara—, ¿qué estás... qué estás haciendo aquí? ¿No deberías estar... No sé, ¿de luto?

—Dios, no, me he cansado de hacer eso. Se vuelve depresivo —dijo—. Mi intención es sacarte de aquí hoy.

—¿Qué? —exclamó ella, entonces bajó su tono—. Eso... ¿Eso está tan siquiera permitido?

—Probablemente no. —Él se encogió de hombros, sin importarle.

Abigail no pudo evitar darse cuenta lo cerca que estaban sus cuerpos, cómo podía sentir su aliento cálido en sus labios. No pudo evitar darse cuenta lo desesperado que estaba él de que ella aceptara su invitación y romper las reglas, tal y como había hecho durante gran parte de su adolescencia. Esto era exactamente lo que había estado intentando evitar: romper las reglas, ir en contra de su moral, pero no podía evitarlo.

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