CAPÍTULO 16.

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YOUNG GOD | DIECISÉIS.

YOUNG GOD | DIECISÉIS

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ABIGAIL CHAMBERLAIN

No sabía absolutamente nada de él. Primero fue un día, después el día se convirtió en tres y estos se convirtieron en una semana. Decir que estaba desesperada por desahogarme era el eufemismo del año. Necesitaba hablar con él, necesitaba liberar todo el estrés y las emociones. Cuando se trataba de él, yo era increíblemente egoísta. Necesitaba sus palabras reconfortantes, necesitaba su abrazo cálido, necesitaba que él me asegurara que todo iba a estar bien a pesar de que yo supiese que no iba a ser así.

Ni siquiera Courtney y Sirius me hablaban. Pasaban de largo cuando nos cruzábamos, como si yo fuera un fantasma en el pasillo. No tengo a nadie más que a mí misma y hasta yo estoy hartándome de mi propia compañía.

Me senté en el suelo duro, apoyé la espalda contra la cama y doblé las piernas contra mi cuerpo. Estaba inquieta. Las clases se estaban volviendo agotadoras, la gente hostil y yo estaba aquí derivando entre la cordura y la locura. Una parte de mí quería volver a casa y estar con mi padre, pero otra parte quería quedarse aquí y mejorar.

De cualquier manera, seguía aburrida.

Subí hasta mi cama cuando en el suelo me empezó a doler el trasero. Descansando en mis rodillas, miré fuera de la ventana, viendo algunos chicos y una o dos chicas jugando con un frisbee. Me sorprendió que esos no estuvieran prohibidos, ¿a los profesores no les preocupaba que se los lanzaran en la cabeza? A pesar de lo mucho que quería salir y ponerme a jugar con ellos, mis extremidades no me lo hubieran permitido, tenía demasiada pereza para eso.

Sonó un fuerte golpe en mi puerta que me hizo saltar y chillar en silencio. Me levanté de la cama, fui hasta la puerta y la abrí. Una vez que abrí la puerta, hice lo que pude para retener mi urgencia de soltar un gemido desagradable.

—¿Anderson? —Ladeé la cabeza con confusión.

—Necesito que vengas conmigo. Te espera una llamada en mi oficina, Chamberlain —dijo con un tono más suave a lo que estaba acostumbrada. Elevé las cejas un poco ante su falta de actitud, aunque igualmente no me agradaba la mujer.

Dejé escapar una fuerte exhalación, la seguí hasta su oficina y mientras no miraba me burlé de ella siguiéndola como un soldado. No fue hasta que mis pies descalzos empezaron a pisar el suelo frío y duro de su oficina que me di cuenta que de verdad tendría que haberme puesto calcetines.

—¿Quién está al teléfono? —pregunté, moviéndome de lado a lado.

—Descúbrelo tú misma. —Anderson se encogió de hombros y salió de la oficina, cerrando la puerta detrás de sí. Rodé los ojos instintivamente ante su vaga respuesta, pero me aguanté el impulso de tirarle un taburete y en vez de eso me senté en su lujosa silla de cuero. Dejé el brazo encima de mi estómago y me puse el teléfono en la oreja.

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