I

1.2K 118 9
                                    



¿Por qué hacía lo que hacía?... No lo sé. Simplemente, encontraba placer en hacerlo. El poder me intoxicaba. Yo era Dios y ellos me pertenecían. Yo era su creador y su destructor.

—Kim MinSeok

Las manos de MinSeok se deslizaban despacio sobre sus muslos, deshaciendo minuciosamente las pequeñas arrugas que se habían formado en su pantalón de lino. Levantó los platos de la mesa de cedro y los llevó a la cocina. Fregó incesantemente los utensilios que había ocupado para preparar el desayuno, durante diez minutos. El agua fría de la llave arrasó con los restos de comida. El hombre se secó las manos con el trapo de cocina blanco, después de acomodar cada plato en su lugar. Echó un último vistazo a su alrededor, para asegurarse de que todo estuviera en orden. Se puso el saco gris, tomó el llavero con la forma de un pequeño barco plateado, y salió de la impecable casa marcada con el número cuarenta, en uno de los barrios suburbanos de Seúl.

MinSeok era un hombre de estatura baja, pero estaba bien formado. Gracias al ejercicio que hacía tres veces por semana, había conseguido marcar los músculos de todo su cuerpo. Siempre llevaba el cabello castaño como el ébano, perfectamente corto y peinado. Olía a Ferrari Light Essence y, aunque su ropa no era cara, siempre estaba planchada y limpia. Así se veía Kim MinSeok, gerente general del LOTTE Mart.

—Buenos días —saludó al guardia que custodiaba la entrada del establecimiento. Éste lo saludó con una respetuosa reverencia, igual que el resto de sus empleados.

MinSeok era el hombre de estatura baja y rasgos delicados, que todos respetaban. Su sonrisa, honesta y hermosa, era un manjar que compartía con todos sus empleados. No era un hombre expresivo, siempre se mostraba ecuánime y diplomático. Solucionaba problemas y ejercía presión con delicadeza y respeto. Todo lo ejecutaba con pulcritud y decencia. Era un ejemplo a seguir, era el jefe admirado por todos.

Aquel lunes por la mañana, se sentó en la cómoda silla de cuero de su ordenada oficina, y se dispuso a trabajar frente a la computadora. Mientras llenaba los reportes con las ventas de la semana pasada, su mente le regalaba flashbacks de los acontecimientos ocurridos durante el fin de semana. Media sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro, mientras se lamía los labios, anhelando aquello que ya no existía.

Alguien tocó a la puerta con suavidad.

—Señor, hay un joven que viene a una entrevista con usted... —su secretaria asomó la cabeza por la puerta. Era una chica bajita y regordeta que intentaba copiar las maneras de su jefe, pensando que eso la haría más eficiente.

MinSeok revisó los papeles contenidos en una canastita metálica junto a la computadora. En efecto, encontró una solicitud de empleo con una nota amarilla adherida a ella. Se leía: "Kim JongDae, cita el lunes a las nueve." El gerente miró su reloj de pulsera. El potencial nuevo empleado, había ganado puntos gracias a su puntualidad.

—Hágalo pasar, por favor —pidió con cortesía.

La secretaria cerró la puerta despacio. Unos segundos después, alguien volvió a tocar. Esta vez, el sonido fue más firme. MinSeok se puso de pie.

—Adelante.

Kim JongDae entró por la puerta. Vestía una camisa blanca debajo de un saco azul marino desgastado, un pantalón de mezclilla viejo, pero bien planchado, y una preciosa sonrisa que iluminó la impoluta oficina. Saludó a MinSeok con una reverencia, después extendió la mano.

El jardín de almas  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora