XXV

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El eco ligero de los pasos sincronizados de los guardias, se escuchaba en aquel pasillo frío y solitario. Los pies de JongDae no hacían ruido al caminar, porque lo obligaron a usar unos zapatos blancos de tela, cuya suela era casi tan delgada como una hoja de papel. Eran parte del nuevo uniforme que vestiría en la prisión, quizá por el resto de su vida.

—Mañana a las diez en punto, vendrá su abogado. El juicio se llevará a cabo en una semana. Procure estar preparado.

El guardia ni siquiera lo miró mientras le hablaba. Cuando cerró la pesada reja frente a él, JongDae se preguntó si seguía existiendo. La celda de prevención era pequeña. Había una cama empotrada en la pared, con dos mantas y una almohada sobre ella. Un cubículo con una taza de baño y un diminuto lavabo, sin espejo. Las pareces eran beige, como su uniforme, y al otro lado de la reja, había otro muro del mismo color.

JongDae se sentó sobre el delgado colchón, con la mirada perdida en el piso. Era un hombre sin esperanza, sin sueños, sin vida. ¿Dónde estás?, se preguntaba una y otra vez. ¿Por qué me dejaste? ¡¿Por qué la mataste?!... ¿Por qué lo mataste?

Abrazándose a sí mismo, se dejó caer sobre la cama. Por primera vez, desde aquel día en el que lo perdió todo, JongDae lloró. Sus ojos, que siempre brillaban con la chispa de la alegría, se oscurecieron con un mar de lágrimas que no dejaba de brotar. Lloró por su bebé muerto, y por todo lo que se había llevado con él. Se imaginó a MinSeok con el pequeño de cabellos negros, jugando y riendo. Serían una familia feliz, viviendo cada día con una sonrisa. A pesar de las atrocidades que había hecho, JongDae seguía pensando que MinSeok sería un gran padre. Porque aquel hombre le había mostrado el lado más increíble de la vida. A pesar de que el tiempo que pasaron juntos fue corto, JongDae nunca fue tan feliz.

La imagen de MinSeok descuartizando un cadáver frío, con las mismas manos que habían calentado su cuerpo, casi al borde de la explosión, inundó su mente. JongDae sollozó más fuerte. Pero, no fue por miedo o por repudio, fue porque se encontró a sí mismo extrañando aquellas manos, aquellas caricias. Estaba loco. Había perdido a su hijo y a la cordura que tenía. JongDae se sintió más psicópata que su amante. Sólo un demente podría seguir perdidamente enamorado de un asesino que le quitó todas las razones para seguir viviendo. Solo un desquiciado podría seguir deseando tener a ese hombre desalmado entre sus brazos, y besar, y tocarlo y sentirlo.


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—Si se declara culpable de todos los cargos, evitará la pena de muerte. Es todo lo que la fiscalía nos ofrece. Sin embargo, le darán cadena perpetua. ¿Qué piensa? —el abogado Choi estaba sentado frente a él, revisando varios papeles sobre la mesa metálica del cuarto de interrogatorios.

Había dos guardias en la puerta, dispuestos a entrar en caso de que JongDae usara su instinto asesino para cobrarse otra víctima. Lo cual, parecía imposible, ya que el sospechoso apenas y podía mantener la cabeza erguida. JongDae solo tirarse sobre el suelo y morir.

—Mm... —el abogado Choi se mordisqueó el labio inferior, sin atreverse a mirar a JongDae a los ojos—. No sé si se enteró, pero... Encontraron otra víctima. Quieren agregarla a su lista.

—Me voy a pudrir en la cárcel... ¿qué más da? Por mí, pueden decir que maté a medio Corea —replicó el sospechoso, con los ojos fijos en algún punto del muro detrás del abogado.

El hombre se removió en su asiento. Por primera vez, le dio una mirada rápida y nerviosa a su cliente.

—El cadáver que encontraron en el río Dorimcheon, estaba en estado de descomposición y había sido atacado con ácido. Sólo pudo ser identificado gracias a una credencial del LOTTE Mart que portaba.

—Los ojos de JongDae despertaron de su letargo, y se clavaron en el abogado. Su expresión cambió. El pánico hizo que sus labios se torcieran en una mueca poco natural.

En un tono casual, mientras el abogado Choi seguía revisando los papeles esparcidos frente a él, pronunció el nombre de la credencial.

—Kim MinSeok... se lo achacan a usted, porque trabajó en el mismo lu... ¡agh!

Las manos de JongDae se envolvieron en el cuello del abogado Choi, cortando el suministro vital de oxígeno. Los ojos oscurecidos del asesino, parecían arder en las llamas del mismo infierno. El atisbo de una sonrisa, se dibujó en los labios de JongDae, mientras sentía cómo la vida abandonaba aquel cuerpo. ¿Es esto lo que sentías cada vez que asesinabas a alguien, mi amor? Se preguntó a sí mismo.

El abogado Choi logró patear la mesa de metal, haciendo que sus patas emitieran un chirrido en el piso frío. Los guardias entraron y se abalanzaron sobre JongDae.

Lo último que el sospechoso pudo ver, fue la expresión de terror puro en el pálido rostro del abogado Choi. Y, le gustó. 

Después, perdió el conocimiento. 

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