XI

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La ternura era un sentimiento desconocido para MinSeok. Por más que intentaba recordar cuándo fue la última vez que sintió ternura en su corazón, sólo podía pensar en ese momento, cuando JongDae se encontraba de pie frente a él, con el rostro sonrosado. Tenía la mirada baja, llena de una vergüenza que el asesino encontró entrañable. Honestamente, ni siquiera se fijó en la ropa que llevaba puesta, porque sus ojos no podían dejar de mirar aquel adorable rostro.

—Me alegra que haya podido asistir. ¿Decidió venir solo? —MinSeok ladeó la cabeza, buscando con insistencia la mirada de su empleado.

—Ohm... Sí. Buenas noches, señor —el recién llegado intentó recuperar la compostura con una sonrisa, mientras le ofrecía una respetuosa reverencia a su jefe.

MinSeok llamó a uno de los meseros que parecían bailar de aquí para allá, cargando bandejas con bocadillos y copas de champán.

—Toma. Hoy, hay que pasarla bien —MinSeok le ofreció una copa a su empleado, guiñándole el ojo juguetonamente.

JongDae sintió un escalofrío en todo su cuerpo, como si cada poro de su piel despertara de pronto. Tomó la copa y sonrió. MinSeok se lamió los labios, mientras sus ojos se fijaban en aquella hermosa sonrisa.

Después de presentar a un tímido JongDae con algunos ejecutivos, MinSeok lo llevó a tomar aire fresco a uno de los balcones, desde donde podían apreciar una hermosa vista de la ciudad.

—Nunca pensé que fuera así, señor Kim —MinSeok soltó una breve carcajada antes de tomar un poco de champán.

—Así... ¿cómo? —quiso saber JongDae, imitando las acciones de su jefe. Permitió que sus ojos se perdieran en las luces de la ciudad, más por pena que por interés. Pues sentía que si seguía mirando al hombre junto a él, algo, además de sus sentimientos, se despertaría.

—Tan tímido. Es... una grata sorpresa —MinSeok no se contuvo demasiado, sus ojos de castaña estaban clavados en el rostro de su empleado.

—Yo... No imaginé que la fiesta fuera tan elegante. Me temo que no estoy vestido como debería —JongDae miró hacia abajo, contemplando su humilde vestimenta.

Por primera vez desde que llegó, MinSeok lo observó de arriba hacia abajo. Los pantalones negros se amoldaban perfectamente a sus caderas, aunque la tela estaba algo desteñida. La camisa carecía de los dos primeros botones, lo que dejaba al descubierto las suaves clavículas de quien la portaba. A pesar de todo, JongDae se veía muy bien, o por lo menos, MinSeok pensó que no cambiaría nada en él,

—No debería preocuparse por cuestiones tan superficiales —MinSeok bebió el resto del champán y dirigió sus ojos hacia las luces de la ciudad. Había notado que su empleado se sonrojaba de nuevo ante su escrutinio. Por un segundo, se sintió débil ante la imagen, así que quiso protegerse a sí mismo, ignorándola.

Otro mesero se acercó para ofrecerles más alcohol. MinSeok tomó dos copas más. JongDae se apresuró a tomar lo que restaba de la suya, para depositarla en la bandeja.

—Debes tener cuidado de no tomar de más —MinSeok le entregó la nueva copa llena, sonriendo, pero sin mirarlo fijamente.

—Creo que tolero bien el alcohol —JongDae tomó lo que le ofrecía y devolvió la sonrisa.

Como si intentaran esconderse de los demás y de sí mismos, pasaron las siguientes dos horas en el balcón. Mientras charlaban sobre literatura o política, las copas siguieron llegando, así como las miradas demasiado intensas y las sonrisas sugestivas. JongDae ya no podía negar la atracción que sentía hacia el apuesto hombre frente a él. Más allá de sus preciosos ojos, eran las palabras inteligentes y elegantes que salían de su boca, lo que más llamaba su atención. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que estaba hablando con un igual, con un camarada que respetaba sus opiniones y que se mostraba ansioso por conocerlas a fondo. Sin embargo, para MinSeok solo era un juego de seducción. Era un cazador acechando a su presa, atrayéndola, deslumbrándola. El asesino decidió que esa noche era la indicada para llevar a cabo sus fervientes deseos.

A la una de la mañana, el teléfono de JongDae comenzó a sonar en el bolsillo de su pantalón. El muchacho se encontraba recargado sobre la baranda, con la cabeza gacha, completamente ebrio.

—¿No piensa contestar, señor Kim? —MinSeok lo observaba con una sonrisa de satisfacción.

Como si fuera un mago, había logrado que su empleado bebiera el doble de lo que él bebió, sin darse cuenta. La presa estaba a su disposición, y podía sentir cómo sus entrañas se contraían con la anticipación de sus acciones futuras.

El teléfono sonó otra vez. JongDae se tambaleaba de un lado a otro, intentado mantener el equilibrio.

—Creo que es hora de ir a casa, señor Kim. Su esposa debe estar esperándolo.

—No quiero ir a casa —musitó el ebrio. Levantó la mirada para clavarla en el rostro de su jefe—. Ella me odia. Yo la odio. El lugar en donde ella esté, es el lugar del que quiero escapar.

MinSeok cambió su expresión. Por alguna razón, aquellas palabras lo hicieron sentir triste. Era increíble cómo ese hombre podía provocarle tantas emociones nuevas.

—¿A dónde quiere ir entonces? Yo lo llevaré. Usted no está en condiciones de andar por ahí solo.

—Llévame a tu casa.

JongDae le habló informalmente, mientras sus ojos se fijaban en la intensidad de los del contrario. El asesino sintió un escalofrío en su espalda. Se relamió los labios, como un león a punto de devorar su cena. 

El jardín de almas  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora