XXVII

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Tres meses después.

JongDae abría los ojos a las seis de la mañana todos los días. Quizá, nunca los cerraba del todo. Sonaba una campana a lo lejos, haciéndole saber a los presos, que era hora de levantarse. A veces, JongDae se saltaba el baño y se arrastraba hacia el comedor, para tomar el escueto desayuno. El resto del día, lo pasaba tirado sobre la cama o leyendo algún libro que tomaba de la biblioteca. Aunque sus ojos registraban las palabras en las páginas, su cerebro no hacía nada por retenerlas. De hecho, su cerebro funcionaba en automático, las conexiones entre sus neuronas parecían apagarse día tras día. ¿Cómo se vive sin una razón? La mayor parte del tiempo, JongDae se veía a sí mismo como un fantasma, como una sombra que vagaba por el mundo, sin estar atada a nada ni a nadie.

Intentó quitarse la vida tres veces. Probó colgarse con las sábanas de su cama, con su uniforme, y quiso asfixiarse con una bolsa de plástico. Todo fue inútil. Los resultados negativos de todos sus planes, solo lo deprimían más. Cada día, cada hora, se sentía más perdido. Del guapo y agradable muchacho que había entrado a trabajar al LOTTE Mart, no quedaba nada. Los oscuros círculos alrededor de sus ojos, antes destellantes, los labios resecos que habían olvidado cómo sonreír, la piel pálida que perdió toda su lozanía, eran las señales externas del decrépito estado de su joven espíritu. Sin embargo, JongDae todavía reconocía una única emoción, una que se negaba a morir, una que permanecía latiendo dentro de su corazón cansado: El amor.

—¡Levántese! —ordenó un guardia, la mañana de un domingo de primavera. El uniformado abrió la celda y entró, cargando una charola con comida.

JongDae lo observó con extrañeza. Era inusual que los guardias hicieran eso. Llevar comida a las celdas estaba prohibido, ni siquiera los reos privilegiados recibían tal atención.

—Mandan esto de la enfermería —anunció el guardia, ofreciéndole la charola.

—Debe haber un error —musitó JongDae. Sus ojos se posaron en el pequeño tazón que contenía una sopa humeante.

—No hay error —aclaró el guardia, mirándolo con severidad—. Debe comerlo todo. Esperaré a que termine.

El preso frunció el ceño. Dudando un poco, tomó el tazón entre sus manos. El calor de la cerámica, se extendió por las palmas de sus manos, haciendo que todo su cuerpo se estremeciera.

—No entiendo... ¿Por qué debo comer esto?

—Vitaminas. Sus últimos análisis de sangre indican que tiene anemia.

No era una explicación convincente. Si bien era cierto que cada mes los reos debían someterse a análisis antidrogas, nunca había escuchado de algún caso en el que el Estado se preocupara por la desnutrición de un reo. JongDae dudó más.

—¡Cómelo! —ordenó de nuevo el guardia. Parecía más molesto—. No tengo todo el día.

JongDae acercó el pequeño tazón a su nariz. Era sopa de pollo. Aunque no tenía apetito, debía reconocer que el aroma era agradable. Miró al guardia una vez más, antes de posar sus labios resecos en el borde del tazón. El primer trago bajó por su garganta, quemando un poco su esófago. No pudo distinguir algún sabor desagradable, así que tomó un poco más, y después más. Unos minutos después, regresó el tazón vacío a la charola.

—Gracias.

El guardia lo miró. En su rostro pareció dibujarse el atisbo de una sonrisa. Después, salió de la celda. JongDae se quedó sentado sobre el borde de la cama. Una extraña somnolencia se apoderó de él unos minutos después. Luchó por mantener los ojos abiertos, pero sus párpados pesaban una tonelada.

El jardín de almas  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora